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Romántico Trastorno 30

Faltarían las palabras para denotar el constante flujo de infame devastación que atormenta mi alma, pues pareciera no tener nada que ver con este mundo; pareciera incluso provenir de una dimensión todavía más insana donde los sueños ya ni siquiera saben a esperanza y donde la libertad es menos que una trágica ilusión.

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La mejor manera de aceptar esta malsana pseudorealidad es aceptar que este mundo ya se ha ido al carajo desde hace mucho tiempo y que, de seguir en él, nuestro trágico destino está sellado. Así pues, me parece que el camino a seguir está más que claro: desprenderse de todo, principalmente de aquello que más amemos, pues será esto lo que más nos ate a esta irrelevante experiencia terrenal a la que tan estúpidamente nos aferramos.

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Me molestaba el tiempo, pues no le veía sentido; aunque, en realidad, a nada le encontraba sentido yo en esta nefanda y humana dimensión. Lo único que quería con el tiempo era exprimirlo, doblegarlo y asesinarlo; impregnarlo de mi dolor y hacerlo testigo de mi suicidio eternamente.

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Yo simplemente quería estar cerca de ti, embriagarme con tu divina esencia hasta el trágico amanecer. Acepté todas tus condiciones, decidí caer en tu supuesta trampa. Jugué lo que tú querías, exactamente como querías. Y, al final, veo que el único tonto soy yo… Pero ¿sabes algo? La verdad es que me encantó haberme enamorado de ti y haberme perdido en el inefable resplandor de tu mirada cada vez que tu silueta iluminaba efímeramente mi sempiterna y melancólica humanidad… Y que no quede ninguna duda de que todas las locuras que por ti hice las haría una y otra y vez en cualquier otra vida, mundo o dimensión; todo con tal de volver a besarte nuevamente y de volver a sentir que eres tú mi eterno e imposible amor…

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Los pincelazos tan insípidos que aún plasma mi deplorable sombra en esta supuesta existencia ya no me convencen por más tiempo. Nunca lo hicieron ciertamente, pero antes al menos podía fingir mejor. Es el suicidio, de hecho, lo único que ahora añoro en cada maldito momento con cada partícula de mi melancólico ser. Y no podría en verdad ser de otro modo, puesto que, si no se trata de la inmarcesible fragancia de la muerte, ¿qué otra cosa podría embelesarme hasta el éxtasis cerúleo de las estrellas ensangrentadas?

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