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¿Quién te dijo que te quiero?

¿Quién demonios te dijo que te quiero? Es decir, ¿de dónde has sacado tan delirante y obsesiva idea? ¿Cómo es que pretendes que experimento por ti insanas convulsiones emocionales que me desgastan y enloquecen cada noche que no estás conmigo? ¿Acaso te atreves a suponer que te extraño y que pienso en ti más de lo que pienso en matarme? Debes ser tú una persona demasiado narcisista para asumir que puedes robarme así la cabeza, pues tal condición representaría tan solo mi ruina interna. ¿De qué libro, canción o poema te has servido para formular la teoría que te necesito más que el agua que bebo y que la inexistencia que tanto anhelo? Es que tus suposiciones sí que me desconciertan demasiado, pero supongo que así eres tú. Y tus conductas solitarias no podrían sino acrecentar la incipiente ansiedad de averiguar cómo puedes tener el atrevimiento de proclamar, a los cuatro vientos y sin ninguna consideración, que yo en verdad te quiero.

Es que son tantas las ideas que revolotean en mi trastornada cabeza que me resulta casi imposible ordenarlas para llegar a una conjetura acerca de mis sentimientos, pero eso no significa que te quiera, o ¿sí? Es probable que disfrute inmensamente tu compañía, al menos mucho más de lo que disfruto mi melancólica soledad. Y también es muy probable que me encanten tu boca, tu sonrisa, tus ojos, tu risa, tu mirada, tus orejas, tu nariz, tu cara, tus cabellos y tu peculiar locura. Puede que no exista ningún otro ser en este universo que me alborote del modo en que tú lo haces con un simple “hola”; puede que sonría como un tonto cada vez que rememoro los momentos que compartimos en este absurdo teatro llamado vida. Tal vez sí te piense un poco, debo admitirlo; al menos un poco más de lo normal. Pero de eso a afirmar rotundamente que te quiero, hay una abismal diferencia. O así lo veo yo, pero probablemente esté equivocado en todo lo que respecta a mis sentimientos hacia ti…

Tan impertinentes me parecen tus comentarios al respecto que he pensado hasta en dejar de verte y en odiarte con todo mi ser. Pues parece que te regocijas con mi agonía y que, cada vez que insinúo un mínimo interés en ti, o quizá demasiado, solo ríes con ironía. Pero la auténtica ironía es cuando intento convencerme a mí mismo de que todo esto que me pasa es tan solo una fase de mi atolondrada esencia. Cuando pretendo, con inaudito temor, que nada ha cambiado y que la monotonía aún gobierna mis días. Sí, pues en aquellos momentos de más profunda reflexión es cuando emergen mis emociones más inmanentes y me susurran cosas que me aterrorizan. Cosas que me sugieren no solo la posibilidad, sino la incuestionable convicción de que no solo te quiero, sino de que te amo y que de ti estoy estúpidamente enamorado. Entonces, cuando experimento tales sensaciones, un solo deseo se apodera de mi cuerpo, mente y alma: ¡salir corriendo de madrugada, buscarte y decirte todo esto en tu cara!

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Caótico Enloquecer


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