,

Romántico Trastorno 39

Todas las ideas únicamente apuntaban a eso, todas las percepciones ya no conseguían plasmarse en otros lienzos. Había tan solo una única manera de acabar con este sufrimiento existencial y era la que siempre había sospechado, pero ignorado torpemente hasta ahora: el encanto suicida y su embriagante esencia. La melancolía que me anonadaba diariamente también sugería tal convergencia de colores, sonidos y pensamientos; mi torpe humanidad era la única que se aferraba a sobrevivir en esta vomitiva dimensión donde me veía obligado a soportar a los monos adoctrinados que me rodeaban. ¡Qué horrible era escuchar sus voces, sentir sus presencias y percibir sus mentiras! Este mundo era la peor de todas las entelequias, la que de mejor forma trastornaba el alma y embrutecía la razón. Lo que lamentaba era que yo tuviera que haber nacido y existido como todos ellos, poseyendo una forma humana y atormentado por dilemas que jamás tendrían respuesta. Mi consciencia era mi propio infierno, uno del cual nadie podía librarme ni mucho menos «salvarme». No había nada qué salvar, en todo caso; más bien, había que destruirlo todo con un hermoso rugido capaz de desgarrar las capas más profundas de la pseudorealidad y de mi sombra diluida en tumbas sin sellar. No sé si algún día sería yo capaz de trascender, de abandonar mi trágica soledad y abrazarte hasta que todo mi sufrimiento no fuese sino un recuerdo demasiado lejano para ser cierto. Hasta entonces, solo me quedaba hundirme en mi infausta amargura y añorar la muerte con cada partícula de mi deprimente y paradójica miseria. Necesitaba yo algo más allá de lo terrenalmente conocido, más allá de toda limitación carnal; algo que no pudiera morir sin importar los eones que transcurriesen ni las tormentas que conquistasen mi mirada acongojada. Mi único «pecado» era existir siendo humano, siendo yo: alguien para quien la existencia nunca significó nada, pues realmente creo que jamás hubo algo o alguien que pudiera amar lo suficiente como para apreciar la vida. Siempre todo fue vano, distante y de un valor muy inferior a aquello que yo realmente quería conocer y amar: lo divino en la cúspide del silencio más enloquecedor.

*

Ni todo el dolor que me causó tu partida fue suficiente para pedirte que te quedaras, pues preferí verte volar porque amo tu libertad y sé que tu destino no está conmigo. La idea de un amor tan humano, basado en el control, la posesión y la manipulación me dominó durante mucho tiempo. Y quizás aún hay algo de eso en mí, porque indudablemente aún experimento una violenta dualidad hacia ti: quisiera amarte, pero también matarte. Quisiera perderme en tu boca multicolor para luego ahogarme con tu sangre al amanecer; solo así podría apaciguar levemente los deseos de muerte y locura que me provoca tu fatal contemplación. Ni siquiera sé si eres real, si algún día podré rozar tus cabellos o sentir tu cálida esencia fundiéndose con la mía. Solo sé que no debo aferrarme así a ti, que debo dejarte ir para siempre. Porque quizá solo en ese exacto momento es que podré amarte de verdad: cuando te haya perdido por la eternidad. No sé si todo fue siempre una perfecta mentira o si en verdad llegamos a amarnos con total plenitud, si nuestras almas consiguieron algo más que el banal intercambio de fluidos y sonidos entre nuestros cuerpos. La repugnancia inmanente quedó impresa dentro de mí aquel lluvioso verano, donde tu sonrisa se desfragmentó entre lágrimas y lamentos amargos coronando el apocalipsis de tan efímero encuentro. Quizás algún día en alguna otra realidad pueda verte nuevamente y hacer que esta vez todo sea distinto, que todo sea más puro. Y entonces tal vez podamos tomarnos de la mano como solíamos hacerlo cuando paseábamos tontamente por el parque en compañía de nuestros perritos, pues entonces tal vez pueda besarte y abrazarte de tal manera que ya nunca nuestras bocas ni nuestros espíritus querrán volver a separarse sin importar si estamos locos o cuerdos, en lo correcto o en lo incorrecto, vivos o muertos.

*

¿Con qué endemoniada rapidez puede apagarse el brillo de nuestra deprimente mirada cuando la persona que creemos amar ya no nos ama? ¿Acaso en verdad lo hizo o solamente nos autoengañamos para creer que así era? No existe magnitud que pueda cuantificar el dolor ni la intensidad detrás de cada uno de los besos y las caricias que hicieron colapsar mi razón y que destrozaron mi corazón como si no hubiese un mañana. Y en verdad creo que ya tan solo el suicidio podría auxiliarme en tal situación, pues solo la muerte, con su delirante esencia, podría arrebatarme del onírico encanto en el que me mantiene atrapado tu sublime contemplación. Mas quizá todo esto es únicamente una oscura fantasía de mi mente, embriagada por una nostalgia irrefrenable que me ayuda a sobrevivir noche tras noche sin que tu cuerpo espectral se materialice junto a mi lecho infernal. Todas las sentencias están de más, toda la poesía escapa de mi vientre en un cromático arrebol de locura y caos místico; no obstante, a mí esto ya no me importa, como tampoco me importa si el mundo si termina esta misma noche. Lo único que yo quiero es alucinar nuevamente en el dulce y exquisito manantial que emana de tus piernas y que, al amanecer, si la muerte ha de encontrarme, ¡ay, mi eterno e imposible amor!, que me encuentre perfectamente envuelto entre tus celestiales e incandescentes brazos.

*

Creía que la pseudorealidad tenía básicamente seis elementos para atraparnos a todos: la familia, el sexo, el amor, el dinero, el poder y, sobre todo, el apego a la vida terrenal. Podían ser más o menos, dependiendo de cada títere; mas el resultado era siempre el mismo: absorber el alma hasta volvernos cascarones que respiraban sin razón aparente y cuyo interior estaba más que vacío. El infernal tormento, empero, estaba lejos de culminar; de hecho, recién había comenzado a perfeccionarse mediante el uso de la tecnología y demás tácticas modernas. No importaba la época realmente, sino mantener el control sobre las masas usando todo tipo de estratagemas psíquicos y siniestros. Lo más lamentable era que no existía forma alguna de escapar de este engranaje repugnante y sórdido que no fuera el encanto suicida, o eso era lo que yo había decidido creer. Al fin y al cabo, no tenía evidencia alguna de que en la muerte existiese libertad alguna; o, al menos, más que en la vida. Debíamos entonces resignarnos a ser esclavos por siempre, a padecer cada uno de los lóbregos artefactos que, de una manera u otra, siempre terminaban por destruirnos y arrebatarnos el aliento. Eso y no otra cosa era la vida: un perfecto sistema de corrupción emocional y espiritual que nos veíamos obligados a experimentar sin ningún maldito sentido. ¿Dios? ¿Un delirio brillante? Creo sinceramente que él también se mató hace mucho o que, de seguir vivo, abandonó irremediablemente a su funesta creación (nosotros). Vivir sin esperanza es algo que no cualquiera puede hacer por mucho tiempo, aunque quizás esa y no otra sea la tétrica y avasallante verdad que tantos monos buscan evadir mediante todo tipo de doctrinas, ideologías, personas, lugares o actividades. Estamos solos, completamente a la deriva en este grotesco plano donde nada parece ser real sino solamente el brutal sufrimiento en todas sus facetas, mismo que diariamente nos arrastra más allá del abismal pantano en donde no creíamos que fuera posible hundirnos aún más, mucho más. Aunque tal parece que no existe límite alguno cuando se trata de perderse a uno mismo en la más inverosímil miseria y melancólico aislamiento total. No existe el fondo para los dementes como yo, quienes han asesinado a Dios en su interior y continúan respirando por mera y fatal inercia.

*

Creo que, en mayor o menor medida, debe evitarse el contacto con la mayoría de los execrables seres de este mundo absurdo y siniestro; pues lo único que saben hacer es envidiarnos y entorpecer nuestro camino. Lo mejor es aislarse de todos y refugiarse en la sublime fragancia del encanto suicida, de cada sublime melifluo en el cual encontramos un consuelo más allá de lo terrenal que aparentan ser todos los espejismos y personas que por desgracia nos rodean. ¡Oh, qué tragedia seguir existiendo sin el más mínimo deseo de hacerlo! Quizá los culpables sean entonces nuestros sórdidos progenitores, ya que gracias a ellos es que lamentablemente poseemos una forma carnal que no es sino la tremebunda prisión que tanto nos limita y atormenta. ¿Por qué ellos no pueden verlo? ¿Por qué no pueden comprender que aquello que tanto idolatran y anhelan es precisamente aquello mismo que los desfragmenta desde lo más profundo de su vomitivo ser? Pero así es la humanidad, un gran amasijo de ovejas ansiosas de ser guiadas hacia su lúgubre perdición; son peones y lo serán hasta su indispensable deceso. No hay salvación posible, no hay ningún posible refugio en donde puedan ser curados nuestros corazones rotos ni consoladas nuestras miradas melancólicas. Hemos sido devorados demasiado pronto por la miseria que impera en el exterior, por las tinieblas de irrelevancia extrema que han nublado nuestra de por sí limitada visión. Y todo lo que podemos hacer es observar cómo nos hundimos cada vez más, cómo decaemos perfectamente en lo mismo que tanto buscábamos evitar. Somos nuestro peor enemigo, el elemento oscuro que conquista la escasa luminiscencia que intenta protegernos de la autodestrucción espiritual y emocional orquestada por cada fragmentado recuerdo que no hemos sido capaces de enterrar. ¿Podremos algún día fluir y abrazar el caos sempiterno? O ¿acaso seremos devorados tristemente en el ocaso de las aves muertas? Las esperanzas tampoco refulgen más, sino que se alejan para no volver; se filtran por los agujeros en nuestro repugnante interior, por nuestra consciencia ensangrentada. Lágrimas de oscuridad escurren por nuestras mejillas, pero no se puede hacer otra cosa más que pensar en cada equivocación pasada y orar por el valor para, ¡ahora sí!, colgarnos.

*

Seguía llenando páginas en honor a una persona que jamás estaría con él, pero eso no le importaba, pues su amor no estaba condicionado a lo que de ella pudiera recibir a cambio… Y, de hecho, esa fue la sensación más pura que alguna vez experimentó de eso llamado amor. Un amor verdadero, incondicional y más allá de lo humano; un amor que no depende de lo que otro ser o elemento pueda o no conferirnos a cambio de nuestros más puros sentimientos. ¿Cuándo podríamos monos tan aciagos y patéticos como nosotros concebir algo así? Nos espanta el amar, pues lo único que queremos es ser amados y reforzar nuestro innato y ominoso egoísmo. Queremos controlar lo que no podemos ni siquiera entender, pero que, en nuestra fatal ignorancia, creemos poseer. En especial, pretendemos controlar lo que otros puedan sentir hacia nosotros. Y quisiéramos que su sentir fuese eterno, que nunca dejaran de amarnos y que nosotros, asimismo, los amásemos cada vez menos. Además, actuamos como meros animales; somos guiados por nuestros más atroces impulsos y, en cuanto creemos que algo bajo nuestro supuesto control puede escapar para siempre, nos aferramos a ello como si fuese lo único que tenemos en la vida. Poseer siempre, a toda costa y sin importar nada más; tal es la repugnante forma de amor que hemos concebido en este plano nefando y absurdo. Difícilmente podríamos algún día comprender que la mera contemplación es también una forma de amor y acaso una de las más elevadas. Y mucho menos podríamos asimilar que solamente amamos con todo nuestro corazón cuando renunciamos a la posesión y permitimos al ser o elemento amado alejarse lo más lejos posible de nuestra deprimente sordidez. La libertad y la soledad tienen mucho en común, puesto que ambas nos confrontan con nosotros mismos y nos hacen cuestionar, quizá por primera vez, quiénes somos en realidad y por qué seguimos existiendo tan estúpidamente desde hace milenios. Lástima que la gran mayoría jamás lo entenderá, y que vivirá y morirá en las sombras de las cuales siempre fue eviterno esclavo y marioneta ruin.

***

Romántico Trastorno


About Arik Eindrok

Deja un comentario

Previous

Obsesión Homicida 56

Amor Delirante 57

Next