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Romántico Trastorno 41

Conquistando cada terrible oquedad en mi afligido ser se presentaba la sombra más apabullante, la más incoherentemente demoniaca… No solo me imposibilitaba de plasmar mi aciago sufrimiento con inverosímil placer, sino que me hacía tragarlo todo sin remedio. Sí, es realmente difícil lidiar con ella, pues es una tragedia desproporcionada saber que soy y seré esclavo de mi propia miseria hasta el día de mi apocalipsis inmaculado. Mas no puedo hacer otra cosa, no puedo escapar de mí mismo. ¿Cómo podría? ¿A dónde iría? No conozco nada en el horripilante exterior que pueda servir de refugio para mi apabullado y triste corazón… No puedo hacer que se vaya, no lo toleraría; ¡ni siquiera puedo pensar en una disociación menos insensata! Si tan solo hubiera otra alternativa para contrarrestar mi sórdida agonía, pero no. Ella es tan fuerte, tan ingobernable: mi depresión es mucho más fuerte y sonriente de lo normal, ¡no puedo escapar! Resulta sumamente intrincado huir de sus zarpas oscuras y fétidas, tanto que escapar de ella implicaría acaso matarme en el inútil intento. Supongo que eso, en última instancia, sería lo mejor; así, ya no habría más mañanas de lúgubre melancolía ni más recuerdos desgarrando mi cordura en el éxtasis de un inexistente consuelo divino.

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¿A quién quiero engañar? ¿Quizá solo a mí mismo?  La cruenta verdad es que todavía pienso en ti y el inmarcesible recuerdo de tu mirada melancólica es la única razón por la cual aún, a veces, sonrío tan tontamente… Debo confesarte que volverte a ver una vez más es la única razón de que siga vivo, de que aún no me haya deleitado con el dulce sabor del suicidio. Quisiera que hubiera más tiempo antes de que las cortinas oscuras me atrapan y me arrojen al más allá, antes de que mi sangre abandone esta forma carnal que tanto te ha amado durante estos años de lóbrega soledad. ¡Ya es demasiado tarde! Ahora no queda nada, ni siquiera un fantasmal sentimiento mediante el cual pueda soñar contigo durante el fatal desprendimiento.

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A veces, escucho muchas voces en mi cabeza que me incitan a la depravación o a la sublimidad. ¿Podré contrarrestarlas siempre? ¿No crecerán y se apoderarán de mi consciencia mientras yo duerma? No sé, pero me espanta lo que me susurran, me paraliza lo que me piden hacer… Quisiera que se fueran, aunque acaso estaría yo todavía más solo sin ellas. En momentos así, pienso que lo mejor sería estar muerto; o, mejor aún, nunca haber existido. ¿Para qué vivir? He ahí una pregunta con la que uno puede entretenerse, paradójicamente, el resto de su vida. ¡Vaya tragedia inmaculada! ¡Vaya inenarrable despliegue de crueldad y egoísmo sin límites! Toda una vida de miserable melancolía, de insensato e infinito malestar. Lo único que añoro sentir es la navaja cortando mis venas y mi sangre caliente emanando de mi cuerpo ya frío y a punto de desvanecerse hermosamente. Entonces sonreiría, pues de alguna manera me sentiría a salvo. Podría finalmente contemplarlo todo desde una óptica suprema, desde los ojos de esa inteligencia divina y superior que se halla por encima del tiempo mismo. No tiene caso esperar salvación alguna, mucho menos orar a algo que es indiferente ante lo humano. No me detendré aquí a exponer eso, porque sencillamente no me interesa lo que cualquier otro mono pueda creer o esperar. Me interesan exclusivamente mi vida y mi muerte, y nada más. Ya sé que la estupidez humana no conoce parangón y que, en breve, esta aberrante creación será silenciada por la eternidad y conminada al olvido sublime. ¡Ay! Tan insignificante es nuestro periodo existente, nuestra percepción de lo que es y siempre será sin importar si creemos en ello o no. Deberíamos quizás amar más de lo que nos preocupamos, pero preferimos enfrascarnos en la razón y no sentir con el corazón. Al fin y al cabo, no hay un mañana distinto ni un futuro fulgurante; solamente un ininteligible círculo de sucesos que se conectan estrepitosamente sin necesidad de comprensión y sin apelar a ninguna posible lógica conocida. ¿Quién o qué lo orquesta todo desde las sombras? Supongo que un simple mortal no puede saberlo, porque es solo una porción del todo limitada y encapsulada que sueña cuando cree vivir, solo eso y nada más. No somos importantes, sino todo lo contrario: entretenimiento detrás del telón inconcebible e insospechado.

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Pareciera incluso que mis sentimientos están congelados, pues me siento más como una marioneta que como un ser pensante. Cada pestañeo en esta anómala dimensión me llena de una congoja apabullante y me lamento amargamente por cada día que aquí he desperdiciado, por cada patético quejido en mi insana melancolía. ¿Quién soy yo? Una cuestión casi imposible de resolver, casi inalcanzable para aquel que experimenta una incertidumbre infernal originada y colapsada en sus entrañas putrefactas. Mis venas pronto serán cortadas y mi sangre se derramará majestuosamente por los acantilados de esta ciudad hechizada, pensando entonces que todos allá fuera no lamentarán haberme conocido… ¡Ay! Si fuera posible evitar tan lúgubre tragedia, tan infausto desenlace y ominoso espectáculo de miseria infinita. Pero mi gran desasosiego no puede ser silenciado ya, no puede sino causarme estragos cuando alucino con tu sepulcral recuerdo y solo la desesperanza acaricia mi alma triste y nostálgica. En verdad, creo que me he perdido a mí mismo en el abismo de los sueños rotos y que esta siniestra pesadilla llamada existencia ya casi ha devorado todo rastro de mínima alegría en mi grisáceo interior.

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Ese era, acaso, el paradójico efecto de aquellas pastillas infernales que debía ingerir para sentirme un poco menos trastornado: el anhelo suicida en su esencia más recalcitrante; así como el deseo incontenible de escapar cuanto antes de esta prisión llamada cuerpo y de esta atroz pesadilla llamada realidad… ¡Oh! Realmente estoy condenado, soy un prófugo de mi propia benevolencia. No puedo evitar pensar cuán humano soy todavía y cuán banales deben ser mis escritos para ser apreciados por una raza tan detestable y arcaica como esta.

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Y, curiosamente, creo que, cuanto más te extraño, más convencido estoy, asimismo, de que no volverás a mí antes de mi dulce y pertinente muerte.

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Romántico Trastorno


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