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Sempiterna Desilusión 18

Físicamente me encontraba ahí: rodeado de seres irrelevantes, asquerosos y demasiado humanos que se embriagaban, fumaban y apostaban sin cesar. Mentalmente no sabía dónde me hallaba, tal vez vomitando todo aquello en algún rincón del demoniaco vacío que día con día se hacía más grande en mi interior. ¿Por qué estaba yo ahí? ¿Qué clase de demente contradicción se apoderaba de mis actos y me hacía hundirme en la podredumbre más absurda y ominosa? Todos esos títeres no significaban nada para mí, no podía sentir nada sino desprecio hacia cada uno de ellos. Evidentemente, entre yo y todos ellos no podía existir el más mínimo vínculo ni la más mínima comparación. Estábamos en niveles muy distintos, casi que vivíamos en universos diferentes. Lo que me deprimía, no obstante, era que ellos existieran al mismo tiempo que yo y en el mismo tiempo-espacio. Yo no quería verlos, ¿por qué estaba ahí entonces? Quizá porque, de otro modo, me aburriría tremendamente en la soledad de mi lúgubre habitación. Era preferible salir a contemplar a la triste humanidad y asquearse de ella, pensar en lo inmundo de su esencia y lo intrascendente de sus actos. Pronto tendría que renunciar incluso a esta perspectiva, porque todo habría terminado al fin. Yo ya no estaría, por suerte, en este mundo patético y funesto; y la humanidad se pudriría hasta que el tiempo colapsara y la oscuridad se iluminase. Todo esto ha sido un espectáculo de horror existencial, una tragicomedia aberrante solo equiparable a la más terrible pesadilla divina. Por suerte, nadie se preocupará por salvarnos y toda nuestra miseria se ahogará en un sempiterno eco de muerte y silencio cósmico que permanecerá intacto sin importar lo que acontezca después.

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Las personas eran como las cucarachas de mi habitación o incluso peor que eso. Al menos, estas últimas no me repugnaban tanto ni me fastidiaban con odiosas pláticas. Y, aunque ambas especies se reproducían estúpidamente, en verdad preferiría haber sido una cucaracha antes que un ser humano. Al menos la existencia de algo tan diminuto como un insecto me parece más bella y útil que la de la humanidad entera. En lo humano solo imperan contradicciones sin fin y una sed de poder y sexo incontrolables. Quien haya diseñado a estas criaturas tan imperfectas y efímeras cometió un terrible error o quizás estaba borracho cuando lo hizo. O puede que este mundo y esta raza sean tan irrelevantes que alguna clase de entidad divina (o varias) los han abandonado a su suerte por tener otros mundos y seres más divinos y trascendentes en los cuáles enfocar su atención. Esto me parece muy adecuado, así se podría explicar por qué, de existir, ningún ser superior impide la maldad en esta realidad ni castiga los actos más repugnantes y espantosos. Y también por qué a nadie le importa acabar con el hambre, la guerra, la miseria, la enfermedad, la injusticia y demás actos nefandos que claramente ocurren día con día sin que siquiera lo sospechemos. ¡Qué ingenua es la raza humana! Durante tanto tiempo ha creído ser la creación más suprema de un dios, cuando resulta que, a lo más, debe ser solo su más putrefacto excremento.

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Buscamos en otros todo aquello que creemos no podemos encontrar en nosotros mismos… De ahí el gran error, la gran contradicción y nuestro eterno castigo: nunca buscar en nuestro interior, sino siempre en la realidad exterior y los otros. ¿Por qué no intentar amarnos a nosotros mismos antes que a otro ser humano? Inclusive, hay que cuestionarse si lo humano merece o debe ser amado. Yo pienso que no, que es algo tan imperfecto, efímero e insulso que más bien deberíamos buscar su extinción. O, en todo caso, su evolución física, mental y espiritual. No obstante, en la actualidad no se puede hablar de esto abiertamente sin que precisamente esos tontos adoradores de la insustancialidad e irremediables marionetas de la pseudorealidad quieran lanzarse sobre uno por decir ciertas cosas parecidas a la verdad. ¿Cuál es el objetivo detrás de cada interacción? Es decir, ¿con qué fin dos personas o más se reúnen y buscan pasar tiempo juntas? ¿No será solo porque son demasiado cobardes para enfrentarse a ellas mismas en su soledad y melancolía? ¿No será solo porque, ciertamente, la humanidad es solo un gran conjunto de idiotas quienes temen por encima de todo su propia libertad y buscan siempre agruparse en funestos rebaños y seguir absurdas ideologías o personas que les indiquen el sendero a seguir? En mi caso, estoy convencido de que no sé qué sí me interesa; pero sé lo que no: seguir existiendo en este mundo, en este cuerpo y perteneciendo a esta raza sumamente abyecta.

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Nadie puede soportar la soledad por un amplio lapso sin enloquecer o suicidarse, mas curiosamente yo me hallaba en estos dos estados estando acompañado; y creo que la desesperación experimentada era aún más demoledora, aún más deprimente. Los humanos no eran una buena compañía, no eran seres con los que yo quisiera convivir o a quienes deseara escuchar por un largo tiempo. Siempre que podía, salía a las calles con audífonos o incluso intentaba no salir. Allá afuera todo era horrible, execrable y ridículo; ¡todo era tan nauseabundo! Volvía a casa siempre con una irrefrenable sensación de querer volarme los sesos o de tirarme en la cama a llorar hasta quedarme dormido. Estaba, además, convencido de que yo no pertenecía a esta estúpida realidad; mi existencia aquí era equívoca y no sabía con qué fin un extraño como yo debía malgastar su tiempo y energía. ¡Qué abrumador era charlar con alguien por más de unos cuántos segundos! De inmediato algo en mi lóbrego interior sentía náuseas de su patética presencia y requería del silencio para purgarse de tan insulsa interacción. Llegué entonces a colegir que, quizás, el problema era yo. Sí, eso debía de ser: ellos estaban bien con su miseria y banalidad extrema, yo era quien debía marcharse para jamás volver. No importaba de quién se tratase, absolutamente todos me asqueaban y lo único que quería era que me dejaran en paz con mi vida y también con mi muerte. ¡Tontos monos parlantes sin intelecto, talento ni sentido cuyos únicos intereses eran fornicar, hacer guerras y ser cada vez más imbéciles!

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Intenté amar a la humanidad y también a mí mismo, lo juro. Durante mucho tiempo contuve mis deseos más sombríos a causa de esta patética ideología, pero ya no puedo más. Creo que la ira reprimida durante tantos años finalmente tendrá salida y hará de mí un demonio hambriento de sangre y homicidio. Quizá sea mejor así, pues al menos podré deleitarme con múltiples asesinatos antes de abandonar este cuerpo. Todo comenzará esta noche cuando mi esposa e hijos lleguen a casa… ¡Ay, los pobres no se imaginan que ellos serán mis primeras víctimas! Luego de eso, la monstruosidad sublime en mi interior tomará el control y yo seré su divino instrumento de catarsis y desahogo místico. Bastante sangre será derramada, pero valdrá la pena bañarme en ella y concebir las alas de la entidad hermafrodita en cuyos símbolos convergen todos los destinos. ¿Qué importan unas cuantas vidas humanas a cambio de un suceso cósmicamente inmenso y único? También yo deberé de matarme, también la tenue llama de mi esencia deberá extinguirse al amanecer y cuando el sol sonría ante la tragedia de proporciones incomparables y efectos devastadores. La sombra comienza a extenderse y vomita mis impertinentes súplicas por detenerla, pero soy demasiado débil desde que el ángel dual se marchó en el atardecer de la miseria reprimida. No sé qué pasará en las próximas horas, solo sé que, de cualquier modo, no puedo luchar contra mi implacable y sangriento destino.

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Lamentablemente, nuestros odiosos semejantes nunca serán dignos de nuestro amor o afecto; ni siquiera nosotros mismos lo seremos. Pero los otros, esos que caminan sin sentido por doquier, solamente nos inspiran una sola cosa: masacrarlos hasta que sus ominosos cuerpos y sus blasfemas mentes no puedan desintegrarse más. Eso y no otra cosa merece la torpe humanidad, los defectuosos monos que no pueden controlar sus impulsos ni evitar reproducirse tan estúpidamente. ¿Por qué el ser tiene que fornicar? Y de este horrible y nefando acto surge, en ocasiones, un tercero… ¿Para qué? ¿Es que el ego del mono es tan supremo que necesariamente busca prolongarse mediante su descendencia? ¿Es porque no tiene nada más en qué ocuparse o con qué matar el tiempo que no sea engendrar otra repugnante criatura igualmente adoctrinada y vomitiva? La pseudorealidad, empero, es demasiado astuta y siempre se asegura de absorber lo mejor de nosotros en todo sentido. La única forma de acabar con ella es dejarla sin nada con qué alimentarse; esto es, sin esclavos mentales. Exterminar a la humanidad de un solo golpe sería demasiado misericordioso, sería el acto de un dios aburrido y apático; lo que este conjunto de blasfemias andantes merece es ser vapuleada una y otra vez hasta que su sangre caliente purifique la ignominia de sus huecas y sórdidas mentes.

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Sempiterna Desilusión


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