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Sepulcral Desesperanza 01

Quien no cree en sí mismo y no tiene la voluntad para atreverse a ser libre, fácilmente es dominado por todo tipo de ideologías o doctrinas impuestas por otros. Esto significa entonces la unión con los rebaños, con esa infecta masa de nefandas marionetas quienes no han tenido el valor de pensar por ellos mismos y han decidido, del modo más nauseabundo, que sean otros quienes guíen sus miserables vidas. Así es la humanidad, así siempre ha sido y así siempre será. La gran mayoría de monos no solo están sumamente felices con ser conducidos cual ovejas por intereses ignominiosos y oscuros, sino que inclusive, aunque se les presentara la oportunidad de ser libres, la rechazarían porque la libertad es simplemente algo que no pueden concebir ni mucho menos soportar en su ruin y funesta esencia. Siempre es mejor obedecer, seguir los patrones impuestos, rechazar el criterio propio y suicidarse mentalmente con el fin de no pensar, reflexionar ni volver a soñar con ser uno mismo. El mono parlante es un genio en esto, porque nada lo atormenta más que su terrible y límpida responsabilidad de decidir entre los infinitos acontecimientos del supremo caos existencial en el que se halla terriblemente inmerso.

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Mi intuición es más importante para mí que mi razón, mi consciencia, mis emociones, mis pensamientos y mis sentimientos. No tengo nada más que a ella y creo que se vincula directamente con esa voz en mi interior que intenta guiarme mejor de lo que cualquier doctrina o filosofía podría hacerlo. No siempre es agradable, empero, el camino marcado. Y creo que no debería serlo, en especial el mío. Debía ser así: trágico, melancólico y sumamente agobiante. El verdadero espíritu de un ser siempre estará conectado a su intuición, a lo que por defecto está tatuado en su alma, a aquello que va más allá del bien y el mal. Y quien renuncia a esto o lo ignora, creerá hallar la verdad fuera de sí, en las cosas y sermones del mundo. Pero precisamente en esto podría consistir la gran falacia, la suprema ironía, la sempiterna estupidez. Pues ¿puede existir algo más deprimente que renunciar a la sabiduría interna a cambio de las miles y miles de irrealidades que nos presenta tan avasallantemente la vida? En mi caso, he preferido dejarme guiar solo por mi intuición y no por nada ni nadie más. Estoy bien así, aunque para otros pueda parecer que estoy en las sombras. Y ¡cómo no! ¿Acaso podría estar en otro estado que no fuera la más imperante oscuridad? Odiaría no estarlo, odiaría sentirme bien en un mundo como este donde todo está mal.

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Lamentos de amargura los que cada madrugada vienen a mí y me atormentan inmensamente. Y es que ya no podría ser de otro modo, puesto que, creo, he llegado al punto donde la vida ya no es soportable ni un solo segundo más. Ya todo me enferma, me asquea y me trastorna indeciblemente; ya todos los lugares me resultan intolerables y todas las personas me parecen sumamente idiotas. Así pues, mis opciones se ven cada vez más reducidas: la locura, la decadencia o el suicidio. Confío en que pronto tendré el valor de matarme, en que el llanto de mi alma culminará entonces y que podré volver a sonreír de nuevo como desde hace tanto no lo hago; aunque eso solo acontecerá después de que la amargura haya devorado mi cordura y la navaja se haya incrustado por completo en mi atormentado y deprimido ser.

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Resulta hasta increíble como podemos seguir adelante estando tan tristes, solos y locos. Es casi como si una fuerza ajena a nosotros nos impulsara a seguir por alguna desconocida razón, por algo que está más allá de nuestra comprensión. De no ser así, ¿no nos habríamos rendido desde hace mucho? Mejor aún, ¿no nos habríamos volado la tapa de los sesos en uno de aquellos múltiples brotes psicóticos? Y es que no es nada fácil percatarse de la miseria del mundo, ser cada vez más consciente de lo horrible que es existir… Pese a todo, hemos continuado sin saber si esto tiene o no sentido alguno. Algunos nos miran y nos llaman cobardes, débiles, frágiles o suicidas patéticos. A nosotros ya no nos pueden afectar los juicios humanos, porque hemos atravesado estas y muchas concepciones más desde hace mucho tiempo atrás. A nosotros, los poetas/filósofos del caos, quienes ya no podemos ni queremos engañarnos más, únicamente nos resta la muerte por vivir… O ¿me equivoco?

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Todos ellos me animaban a seguir adelante, como si en verdad pudieran saber cómo me sentía yo en el interior y todo lo que estaba mal en mí. Como si pudiesen comprender mi agonía y el veneno que me contaminaba desde tu irremediable partida, como si para ellos mi vida fuese solo un incidente que pudiera remediarse con simples sermones y palabras vacías. Mejor que ahorraran todo esto para el día de mi funeral, el cual, de hecho, debería acontecer muy pronto. Ahí sí estaría quizá yo encantado de escucharlos, verlos y hasta comprenderlos; si tan solo se pudiera, claro. Ellos eran todos unos idiotas, amantes y esclavos irreparables de esta odiosa existencia a la que tan absurdamente se aferraban por falta de algo mejor. Pero ellos eran demasiado cobardes, no se atreverían a quitarse la vida, aunque fuese lo que más deseasen en el fondo de su ser. Yo, por mi parte, había decidido volverme tan sincero como me fuera posible y quizá sería eso lo que me inspiraría a colgarme cualquiera de los días próximos.

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Sabía que un amor así, tan profundo, intenso y trágico, no podía olvidarse con nada. Pero al menos esperaba que suicidándome pudiera mitigar un poco todo el sufrimiento causado y recibido, y que cada uno de tus besos pudiera ser finalmente reemplazado con los de la muerte… Que cada recuerdo tuyo fuese lentamente desintegrado dentro de la vorágine de mi destino asesinado, dentro de la tragedia que me había llevado a tomar la navaja y hacer de ella mi nueva y última amante.

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Sepulcral Desesperanza


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