Triste Exhalación

Tristeza es ya todo lo que queda y lo único que exhalaré en cada anochecer. Los sonidos melancólicos de mi corazón crujiendo y mi mente despedazándose me torturan todavía. Y la conjugación tan ridícula de una supuesta felicidad en esta realidad no será sino un chiste del que me reiré hasta el fin. Pues ya todo es gris, todo es tétricamente gris desde que la desesperación de existir llegó. Mi escasa tranquilidad cedió tan pronto, mi lacerada consciencia no resistió ni un poco el océano de su vastedad. Pero en este ciclo infernal que es mi miserable existencia es donde me siento conminado a permanecer un poco más, aunque carezca de todo sentido. Solo me quedan la agonía y la repugnancia que siento, el estrés que ocasiona este mundo. Sé que deberé juntar todo eso y llevarlo a la algidez, pues solo así conseguiré hacer de mi sueño suicida algo real.

Pero el camino se torna espinoso, cada paso es como vagar en el desierto. Todas las puertas se van cerrando, todos los entes se van alejando entre más intensa es la búsqueda. La soledad golpea fuertemente mi cordura, llevando al límite mis sentidos como nunca. Sí, la soledad, creo, será la única compañía sincera que aún tendré antes del suicidio, pero ojalá me equivoque. Hasta entonces el sufrimiento de existir no menguará ni una sola vez, lo sé bien. Por el contrario, solo una mezcla demasiado aguda de emociones destructivas son las que imperan en mi interior, desgarrándolo todo, pulverizando lo que he sido tan fácilmente. Será casi como lanzarse sin paracaídas a un abismo del que no podré volver, hacia un precipicio donde solo abundan la locura, la melancolía y la miseria existencial.

Es la consecuencia natural, entonces, perder el interés, paulatinamente, en toda actividad. Y, conforme el aburrimiento opaca cualquier otra percepción, mi vida se torna más dolorosa y putrefacta con cada amanecer. Por las noches el suicidio ronda y me acaricia en sueños, susurrando quejidos que me hacen comprender lo absurdo de continuar existiendo. No importa cuánto luche, cuánto me resista, pues ya todo es inútil. Una vez que la desesperación de existir ha emponzoñado el alma, nada de este mundo podrá hacer que se vaya. Algunas pastillas tal vez ayuden a controlar las sensaciones, pero siempre volverán con más fuerza. Sé que esta noche volverán y sentiré, otra vez, como si algo quisiera desgarrarme el pecho, como si tuviera miles de agujar perforando mi cabeza. Sentiré como si realmente ya estuviese muerto, pero aún no, pues aún pertenezco, por desgracia, a este mundo nauseabundo.

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Libro: Repugnancia Inmanente


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