No podía creerlo, pero tenía que hacerlo; tenía que dejarte ir para siempre. Sí, pues entendía que tú jamás me habías pertenecido y que no buscaría que te quedaras conmigo en contra de tu voluntad. Porque yo sé que tu corazón late por alguien más y sé que ya no soy yo el dueño de tus sueños ni el motivo de tus mágicas sonrisas. Puedo atisbar el cambio en tu mirada, puedo percatarme de la desfragmentación en la noche de las bestias aladas. Sé que no es sano, sé que es una locura, pero debes saber que yo todavía te amo… Te amo incluso si tú amas a alguien más y, por ese amor, es que debo permitirte partir, que no debo oponerme, que debo entregarte el regalo más preciado: tu libertad. Sí, porque creo que eso es lo más sagrado que yo puedo darte, que yo quiero obsequiarte. Tan solo añoro que seas libre, que vuelves cual pajarillo resplandeciente en el cielo más esplendoroso; que conquistes los abismos donde los dioses ríen sin parar al ritmo de extrañas y divinas melodías.
Quisiera que me permitieras contemplarte en tu máximo esplendor, que me permitieras ser el observador de las supernovas que centellean en tu mirada. Si tan solo puedo tener eso, entonces no sabes cuán jodidamente feliz sería. Sí, lo que no daría por verte cada día del resto de mi vida, aunque fuese en brazos de alguien más. Pero no me importaría, porque ya te dije que te amo y que mi amor por ti es incondicional. No necesito que estés conmigo, tampoco requiero de tu cuerpo ni de tus pensamientos. Me basta lo que yo por ti siento para que ese amor refulja en lo más sempiterno del firmamento de mi alma, para que pueda purificarme bajo las lagunas de la muerte y resurgir de entre los desiertos más delirantes. Me basta contemplarte a lo lejos para que mi corazón fulgure y se escape, para que pueda recorrer todos esos mundos espirituales en los que me tiene embotado tu poética silueta.
Porque para mí no hay algo más elevado y hermoso que tu rostro, que tu idílica presencia cuando te acercas con esa sintonía perfecta. Yo te he amado desde el comienzo, desde el primer momento, desde el primer día que te conocí. Sí, yo sabía que te amaba desde entonces y que te amaría eternamente, porque tú eres todo lo que yo siempre he adorado. Pero ahora te marchas, pues ahora tienes un nuevo amor. Tienes un mejor poeta y está bien, pues es ya momento de desgarrar el idilio que juntos construimos. Hoy dices adiós, rompes para siempre esa capa que nos protegía de la horrible realidad y me dejas casi muerto. Pero estoy seguro de que sobreviviré, de que aún no me mataré, pues todavía quiero verte relucir una última vez. Luego, tal vez sí lo haga; tal vez sí me entregue, al fin, al consuelo que me ofrece el suicidio como una metamorfosis existencial de esta bella, depresiva e inconmensurable soledad. Adiós te digo, no sin antes desangrarme junto a mi nuevo exilio.
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Melancólica Agonía