Todo amor termina por estar encadenado a las imposiciones del poder que implanta la miseria y la esclavitud en esta grotesca ilusión considerada como vida. Por ello, había renunciado a todo encuentro más allá de la intimidad, pues cada vez me convencía de manera más completa de la imposibilidad de cualquier sentimiento en mi interior. Sentía conmiseración por esos pobres diablos quienes creían experimentar los goces del amor, siendo solamente títeres de una telaraña en la cual nos hallábamos todos inmersos de alguna manera. La reflexión convergía en el mismo punto que la verdad y era planteada en forma de inquisición: ¿qué más podían hacer un hombre y una mujer además de pegar sus cuerpos en la oscuridad de sus almas vacías? ¡Qué tontos eran esos seres quienes se engañaban y fingían aún quererse cuando era evidente que se mantenían unidos por apego, costumbre, dependencia o alguna otra recalcitrante estupidez como los hijos o los supuestos principios morales!
El artilugio por sí mismo era fehaciente ante el observador minucioso, pero se requería haber recorrido los campos de la verdadera elucubración para comprender el simbolismo anterior. Y, como la mayor parte de la humanidad se hallaba enclaustrada en la ignorancia y el sinsentido, era natural que confundieran cualquier expresión equívoca de afecto con lo que sería un diáfano y absurdo amor. Una vez sugerido esto, para alguien mínimamente despierto y que supiera de todas las mentiras y formas de adoctrinamiento bajo las cuáles funciona esta inverosímil existencia superflua, no había vuelta atrás. Entonces se comprendía, quitándose todas las máscaras repugnantes, que el supuesto amor humano no era sino una amplia gama de actividades para perder el tiempo y convertirse en parte del rebaño, para olvidarse de uno mismo y ser un idiota más. Pero tal vez por esto mismo a las personas les gustaba sentirse enamoradas, ya que al menos así podían ser miserables en compañía.
En eso sí que el amor era bueno, pues, al igual que el dipsómano y el toxicómano, quienes hallan un suspiro de alivio momentáneo en sus actividades funestas, así mismo el ser enamorado escapa de la onerosa realidad unos instantes. De tal manera que el amor quedaba englobado en mero entretenimiento o diversiones siempre mundanas, en paseos o salidas a sitios para gente común y corriente, a malgastar el dinero en obsequios absurdos y, finalmente, a envolverse bajo las sábanas y obtener la carne del ser amado. Luego de ello, ¿qué otra magia se esperaba del patético amor humano? Absolutamente ninguna, pues todo se volvía cotidiano y el interés decaía progresivamente, siendo el sexo y la costumbre las mejores usurpadoras de una invención insensata y jactanciosa como el amor, al cual el humano se entrega para renunciar a su libertad de manera un poco más modesta en que lo hacen las ovejas con sus bagatelas, pero igualmente carente de sentido como su mísera y terrenal existencia.
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Locura de Muerte