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La Agonía de Ser 55

La principal característica de esta realidad es su irrealidad, pero esto es algo que no queremos aceptar porque tememos que pueda pasar si nos atrevemos a desprendernos de ella y cruzar el divino umbral de la inexistencia. Aún somos esclavos de nosotros mismos en demasía; todavía estamos dominados por nuestros impulsos, vicios y atavismos más inicuos. Quizá solo instantes antes de nuestra muerte podamos finalmente ver y entender, por escasos segundos, que toda nuestra vida fue solo una sublime ironía. Estoy convencido de que todos, en mayor o menor medida, experimentaremos este éxtasis imposible de elucidar antes del desprendimiento absoluto. Puede que yo esté equivocado, mas prefiero creer que la vida es solo un juego en donde el caos infinito y nuestro herido orgullo combaten hasta el último momento.

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No solo no nos conocemos a nosotros mismos, sino que ni siquiera nos interesa hacerlo. Por eso, nos pasamos la vida buscando cualquier entretenimiento vulgar o compañía insulsa que nos sirva como distractor. Buscamos cualquier pretexto que nos haga olvidar el sinsentido de nuestros días para omitir así, mediante agentes externos, que la verdadera búsqueda está siempre en nuestro interior. Cuando comprendamos esto, cuando seamos lo suficientemente humildes como para reconocer lo fatalmente dominados que estamos por nuestro ego; así pues, será ese el instante en el que verdad y locura se volverán uno solo y nuestra oscuridad perdonará a nuestra osada luz. El lenguaje no bastaría, porque tal metamorfosis solo puede sentirse en carne propia y en cada partícula que nos conforma; intentar describir algo así trastornaría al más sabio de todos los filósofos, poetas o pensadores modernos.

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A veces, cuando tu reflejo me visitaba por un efímero periodo, creía tener el valor de tomar la navaja e incrustarla en mis venas para poder unirme contigo en el más allá. Sin embargo, fracasaba noche tras noche, pues mi mayor temor era morir y que tu lejano reflejo desapareciera para siempre. ¡Oh, la muerte no me brindaba señal alguna de que esta vez podría besarte en el más allá! ¡Cuánto había enloquecido yo en tan poco tiempo, mas no podía ser de otra manera! Inútil resultaría invocar tu silueta luminiscente ahora, porque lo único que con ello conseguiría sería atormentar aún más mi solitaria y desesperada alma. En los espejos del espíritu es también donde se esconden mariposas multicolor que corroen hasta el más insensato delirio y nos obligan a fundirnos, tarde o temprano, con el tiempo que no puede ser ya imperfecto.

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El único requisito realmente indispensable para vivir es ser un tonto (o estar loco de remate). Si esto se cumple, sin importar cuán horrible o absurda se torne nuestra existencia, siempre hallaremos con qué consolarnos para imaginar que la vida es bella, aunque en realidad sea todo lo contrario. Personas, lugares, momentos… ¡Cuán risible resulta todo esto mirándolo desde una objetividad siniestramente sincera! Cada vez que sonreímos, sonríen también todas las falacias que originan los pliegues en nuestro humano rostro. Nada de este mundo podría complacernos en realidad si pudiésemos vislumbrar de antemano que todo sin excepción alguna es un trivial espejismo demasiado bien maquillado.

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No me interesaba en absoluto ser comprendido por las personas; es decir, ¿por qué me interesaría la comprensión de seres a los que no me interesaba comprender? Es más, ni siquiera me interesaba su absurda vida, su repugnante esencia ni mucho menos su patética existencia. Tampoco la mía me interesaba ya gran cosa, pero ¿qué más tenía entonces? Ni siquiera comprendía por qué alguien como yo aún no se había matado, pues el infinito horror existencial aquí experimentado había ya hecho estragos mi mente y había ya ofuscado cada milímetro de mi consciencia. ¡La melancolía aumentaba cada día, en paralelo con los deseos de colgarme! La crisis había llegado para quedarse; no era una estación, sino un ocaso permanente dentro de mi deprimente y acongojado corazón.

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De nada sirve tener ganas de vivir, puesto que la vida misma se encargara de quitárnoslas. Y, entre más luchemos, más lastimados saldremos. Alguien nos quiso hacer mucho daño al habernos arrojado aquí, mas esto es ya algo irreparable. Quizá ni siquiera suicidarse sirva ya de algo, pues, ¿acaso cortarnos las venas serviría para borrar cada uno de los días que pasamos sumergidos en la miseria y la agonía? La muerte es buena, sí; pero nunca será suficiente en nuestra profunda comprensión del extraño incidente llamado existencia humana.

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La Agonía de Ser


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