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La Execrable Esencia Humana 03

Nadie ama tan solo por amor, pues se necesita una implicación de otros factores que rebajen dicho concepto al nivel en que el ser pueda experimentarlo más como un objeto y no como lo que realmente es: una quimérica defunción. En última instancia, el amor es el mayor de todos los desvaríos posibles; la catarsis de destrucción física, mental y espiritual a la que todos en algún punto nos vemos expuestos, sometidos y dominados por. Y hay algunos, ciertamente, a quienes tal estado aturde tanto que no pueden ya dejar de buscarlo en cuanto salen de él. ¡Ay, pobres de estos locos enamorados esclavos de dudosas pasiones y contorsiones emocionales que solo atormentan los ánimos más insensatos!

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Odiaba no ser yo mismo, ya que cuando retornaba de la nada ya no toleraba mantenerme atrapado en este trivial sinapismo donde se supone que existo. ¿Y qué es la existencia sino un cuento tan perfectamente moldeado para aceptarlo como única realidad tangible? ¿Qué son nuestros patéticos ensueños de libertad y verdad ante las onerosas fauces de la pseudorealidad que nunca descansan y que siempre terminan haciendo trizas nuestras famélicas esperanzas? No somos libres, no estamos en lo cierto y nunca hubo tal desasosiego existencial en nuestros espíritus… Mas vivimos por obligación en una época donde mejor sería no haber nacido en ninguna circunstancia.

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Por los sutiles espejismos de un supuesto destino fue que el sendero se manchó de sangre y veneno, pero no había ninguna otra escabrosa vereda en la cual todas las divisiones de mi diligente ser hubiesen podido hallar espacio suficiente para la ulterior y suprema convergencia. Comprendía que yo no había sido el autor de cada tornasolado suceso, pero tampoco una cruel víctima de la telaraña estocástica en la que se balanceaban a placer cada uno de mis sentimientos. La crueldad de tales alucinaciones terminó por empaparme con su sibilina esencia y la gloria del suicidio quedó plasmada en las pinturas que ya jamás podría volver a contemplar fingiendo estar cuerdo para no volver a estar preso en aquel deprimente hospital.

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Destino y libre albedrío eran solo conceptos vagos que en el mundo humano se utilizaban para no vislumbrar la mágica armonía detrás de cada destrucción y la tristeza de un nuevo amanecer en la construcción de los ciclos eternos. La rueda que nunca dejaba de girar; tal era la misma historia contada siempre de un modo diferente. Sin embargo, precisamente por su variedad era que, a veces, nos cautivaba y usaba nuestra propia ingenuidad en nuestra contra. Y entonces nos dejábamos caer en la vida nuevamente, aunque sin sentido alguno; ¡qué pronto olvidábamos que apenas ayer (tiempo milenario), nos habíamos dejado caer en la muerte sin ninguna precaución y procurando todavía no esbozar aquella mística locura que tanto nos embriagaba el alma en las psicóticas madrugadas donde le hacíamos el amor a nuestra soledad y asesinábamos unas cuantas estrellas en nuestro caído cielo infernal.

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¿Qué eran aquellos misteriosos e imprescindibles extravíos que dibujaban una quimérica situación en la cual podía yo explorar una sabiduría que me sometía y desdoblaba mis emociones más profundas y sombrías? No sé si yo era quien moría o si el caos infinito me transportaba momentáneamente a la dimensión donde el bien y el mal se reían de la risible percepción humana. La única virtud que jamás moriría sería la búsqueda de la verdad, del amor propio y del autodescubrimiento. Y quien no estuviese dispuesto a seguir este camino, recorrería todas las demás sendas, pero siempre guiado por otros y satisfaciendo el megalómano deseo de otros. Ser cada vez más uno mismo y abrazar cada vez más a la muerte… He ahí lo único que debería perseguir un auténtico poeta-filósofo del caos.

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Lo único que no encajaba en aquellos atemporales vómitos del todo abstraído era mi aberrante naturaleza, misma que me permitía suponer mi escueta existencia y no desaparecer para siempre de esta inverosímil quintaescencia. ¿Quién era yo realmente? ¿Cómo podría algún día, siempre bajo la compasiva mirada de la luna, brillar con luz propia y no ceder ante el resplandor de la nostalgia? ¿En cuántos abismos más tendría que hundirme ciegamente hasta fulgurar lo suficiente como para no volver a ellos cuando la tristeza más se encarnizara con mi pobre alma? ¡Tan afligida de tantas lágrimas vertidas en vano, tan consumida por los quejidos del tiempo y por los silbidos del viento insano! El melancólico sonido de un piano es lo que escucho cada madrugada mientras el insomnio devora mis entrañas y tus inexistentes caricias me indican que nuestra conexión ha sido aplastada por la implacable fuerza de la distancia, del adiós y de la nada.

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La Execrable Esencia Humana


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