Cuando estoy solo pienso en que así soy un poco menos infeliz, en que casarme fue la manera de glorificar el absurdo que me condena. Y es que no puedo evitar sentir ya tal repugnancia cuando me hallo rodeado de personas, especialmente de aquella que dice amarme. ¡Pobre ingenua, no sospecha que dentro de poco tendré que degollarla!
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Desperté aterrado aquella noche, pues los sueños atroces ya no podían ser contenidos por más tiempo. Si no la asesinaba a ella, debía acabar conmigo para evitar la inverosímil acción de derramar su sangre tan pura y encendida. Yo quería asesinar a mi mujer para honrar así a todas las amantes a quienes ya había arrebatado el alma en cada noche de pasión voluptuosa y desinhibida, acontecida en los aposentos del infierno donde las chotacabras aullaban sin cesar y los ojos observaban sin compasión.
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Mientras se pierda el tiempo buscando el verdadero amor en casamientos sin sentido y procreando insulsamente para producir más esclavos que contribuirán a engrosar el absurdo existencial, será imposible aceptar que la infidelidad es parte inmanente de la humanidad y acaso la más esencial; tan indispensable para sentirse vivo como respirar, comer o querer morir.
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Cuestionar los sentimientos de una criatura tan engañosa y aberrante como el ser humano puede tornarse sumamente peligroso, en especial cuando se pretende amar a una persona con toda el alma mientras el cuerpo suplica por regocijarse con otras pieles.
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Al ser le falta solo una cosa para sentirse completamente feliz en su miseria existencial: aceptar lo que más niega dentro de su mente, aquellos deseos que lo atormentan y difuminan los sublimes peldaños hacia la divinidad de la muerte. No sé si esto sea bueno o malo, pero sé que el día que se consiga no habrá ya marcha atrás en nuestro camino hacia el abismo.
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La infidelidad de pensamiento es el estado más natural y real al que se reduce toda la historia del amor humano, supuestamente puro y eterno. Ahí en los oscuros recovecos de nuestra mente, donde nadie más puede horadar ni husmear, ¿qué clase de cosas tan insanas y sexualmente grotescas no han de germinar y terminar por apoderarse de nuestra patética razón? Solo las limitaciones en el actuar, desde luego, han de evitar que ejecutemos todo aquello; o a veces ni eso…
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Obsesión Homicida