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Encanto Suicida 10

Ninguna persona, en realidad, logra la excitación total con la persona que cree amar, sino con aquella que solo desea, con la que puede evitar caer en un estado de sumisión sexual absoluta. Tal es uno de los principios que podrían explicar por qué la infidelidad es tan común hoy en día como el comer o defecar. Resulta improbable amar sinceramente a alguien y, al mismo tiempo, experimentar el placer sexual en su máxima expresión. Un acto de pureza espiritual en contra de un acto de decadencia animal; dos caras que se contraponen y que hacen del ser un prisionero de su propia esencia.

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Toda clase de felicidad humana, tal como es buscada y entendida hoy en día, es absurda. Las personas están más que engañadas, adoctrinadas y equivocadas en su mayoría; cualquiera con sentido común puede percatarse de esto. El mundo no solo está mal, sino que va cada vez empeorando. Los monos que lo habitan son cada vez más idiotas, banales y putrefactos; sus ambiciones, metas egoístas y anhelos materialistas los condenarán siempre al abismo del que jamás debieron haber surgido. No sé con qué objetivo es que alguien ha diseñado al ser humano, pero claramente ha fracasado tal concepción. ¿No es hora, así pues, de poner un alto a tanta miseria y comenzar a reformar todos los errores cometidos? Hablo, desde luego, de la destrucción absoluta de este mundo y del comienzo de un paraíso más allá de lo humano, donde jamás el dinero, el poder o el sexo vuelvan a infectar el espíritu y a ensombrecer la verdad.

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Mientras más ignorante permanezca el mono, más interesante le parecerá lo irrelevante. Cada partícula en su ominosa constitución le hará sentir que sus actos tienen una importancia excesiva y que es merecedor de los mayores placeres y beneficios. Pero esto es solo parte de la tragedia universal, de la gran infección psico-espiritual que se ha propagado por doquier en las mentes menos evolucionadas. Nuestra adicción al placer ha tenido mucho que ver, eso sí, mas no lo es todo. También hemos rechazado nuestro destino y hemos escapado de lo divino como ratas espantadas y rabiosas. ¡Ay, cuándo la humanidad dejará de ser una tontería imperdonable! ¿Cuántos siglos más tendrán que transcurrir hasta que, por alguna maravillosa razón, se produzca al fin el apocalipsis de todo lo erróneo, nauseabundo y mundano? No dejaré de añorar tal momento en cada uno de mis sueños, como quien añora algo que sabe que no puede ser cierto, pero lo hace porque no le queda nada más que añorar.

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Así era la existencia de los patéticos monos parlantes; todo lo que eran estaba representado por un pedazo de papel sin ningún valor más allá de este miserable mundo perdido en la infinidad del tiempo y el caos de la existencia. Ante esta falsa deidad es que todos nos habíamos arrodillado y resultaba, asimismo, el móvil de nuestra nefanda paradoja. La ironía, empero, estaba implícita en el acto mismo de cada día; en las reflexiones que casi nadie haría nunca y que indudablemente lo llevarían a poner fin a su banal pesadilla. Ya desde hace mucho me parecía que este mundo estaba acabado, pero ahora lo confirmo cada día y cada noche en que me voy a la cama atormentado por dilemas irresolubles y por cuestionamientos que han hecho añicos mis neuronas. Solo pido una cosa: que la realidad se desfragmente ya y que seamos atravesados por cada uno de nuestros lóbregos delirios humanos.

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¡Qué raza tan patética es esta que se esclaviza por lo más absurdo y cuyos sueños han sido predefinidos del mismo modo en que su vida ha sido ya etiquetada por el falso dios y la ignominia de esta realidad alterada! Todos sin excepción participamos de esta pesadilla viviente, de este monstruo verde que nos devora desde dentro sin que siquiera lo notemos. Cada día es una nueva oda al sufrimiento espiritual, al ahorcamiento de nuestras almas en una peligrosa travesía de perdición eterna. Nos dejamos arrastrar con demasiada facilidad por cosas y elementos que deberíamos rechazar y detestar; alabamos a personas que no tienen nada que adorar y nos arrodillamos ante falsos ídolos que no representan sino la burla cósmica de nuestra horrible esencia. Me temo, sin embargo, que así proseguirá el mono: cada vez más encantado con su irrelevancia y enloquecido por lo menos importante. Esta es la profecía que siempre he temido, pero que en mí mismo he comprobado una y otra vez. Al final, quizá lo mejor sería haberse destruido, haberse arrojado al abismo, haberse matado cuando tal posibilidad aún tenía algo de mágico.

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Tristemente, barrunto que existen más probabilidades de encontrar la inmortalidad que de hallar un ser humano que no sea un completo estúpido. Y lo primero me repugna todavía más que lo segundo, porque implicaría que, visto desde los ojos de Dios, la imperfección y la perfección no significan nada. Pero esto es solo una idea, algo que se me ha ocurrido en una de esas tantas noches donde el insomnio y la miseria no me han permitido aventurarme en ese bello mundo onírico al que escapo cuando más horripilante y absurda se torna mi vida. Lo que yo quisiera es ya no seguir respirando, ya no volver a habitar este traje humano y fingir que me importan las actividades de esta putrefacta civilización. Aquí todo me asquea, me enferma y me hace vomitar infinitas veces; aquí no he hallado jamás nada que me guste poco más de unos cuántos minutos. Incluso las mujerzuelas, las drogas y la música han terminado por aburrirme, porque sé que también eso es parte de la mentira suprema. ¡Yo mismo lo soy, y eso es más de lo que quisiera tolerar!

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Encanto Suicida


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