El sentido de la vida no existe para el ser que aspira a la sublimidad. Únicamente queda la agonía que podrá conducirlo, tras amargas pernoctaciones, a la liberación del espíritu: el suicidio.
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La vida es un mal innecesario y, si todo el mundo se suicidase, entonces finalmente el mundo se convertiría en el cielo, en el reino de los sublimes que, abrazando la muerte, finalmente entendieron el origen y la convergencia del todo.
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La esencia humana se ha tornado absurda y trivial, con tantos elementos implantados y preñada de una estupidez y un adoctrinamiento que, desde el nacimiento, son esparcidos como una enfermedad sin cura.
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La muerte no es razón para el llanto ni la tristeza, sino para el regocijo. El que alguien muera, dadas las condiciones actuales en que se vive, absolutamente basadas en la estupidez, la banalidad, la decadencia y la vileza, debe ser magnífico.
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La existencia de una raza tan miserable como la humana no puede ser sino un tedioso desecho, un milagro insoportable, una tragedia indeseable, una absoluta violación a la cordura y a la dignidad universal.
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Realmente, el humano no se percata jamás de su insignificante condición, pues el nefando y superfluo mundo que lo rodea le atribuye cualidades banales que él mismo magnifica para llenar su vacío.
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Libro: Encanto Suicida