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El Extraño Mental XXXVIII

Debía ser una trampa, eso no estaba bien. Nadie me daría una pistola en un hospital para que acabara con mi vida, a menos que… No, aun así, no era factible. Debía haber alguna clase de truco, quizá la pistola estaría vacía. ¡Qué demonios! ¿Qué significaba todo aquello? ¿Quién diablos era ese enigmático sujeto que ahora se presentaba acompañado de una rara melodía árabe? ¿Qué había pasado con Arik y con Selen Blue? Y ¿por qué tenía una extraña inquietud interna desde que había escuchado el nombre de Melisa? Había tantas cosas que no entendía. ¿De verdad había estado inconsciente seis días? Era como si todo hubiese cambiado, como si la realidad no fuese la misma. Necesitaba respuestas, pues la confusión me arropaba.

–La pistola está vacía. Si intento matarme, solo te reirás –dije a aquel extraño.

–¿Cómo lo supo? ¡Je, je! No importa, es cierto. Pero ya lo esperaba de alguien con su iluminación. Uno mismo nunca puede matarse así de fácilmente, necesita de su otra parte para hacerlo. ¡Usted sí que sabes pensar en cosas suicidas!

–¿Te hubieras reído con la sonrisa de la muerte?

–Exactamente. No faltaba menos para ello, ¿no cree?

Dejé el arma sobre la mesa y me dispuse a irme, sin mirar siquiera la reacción de aquel tipo.

–¿Se marcha? Bien, hágalo. Solo una última cosa, y espero que no lo olvide: cuando nos volvamos a encontrar, todo habrá terminado. ¡Yo seré tú, y tú no podrás ser más tú! ¿Entiendes? ¡Je, je!

Y rio macabramente, mientras su mirada se parecía cada vez más a la mía. Su rostro parecía estarse pudriendo para dar paso a una faceta desconocida. Y también de su espalda parecían brotar alas. Sí, ¡eran las alas del mismo colibrí que atisbase en el departamento de Selen Blue! No podía estar equivocado, pues las tonalidades cuadraban a las perfección. Pero antes de que se completase la transformación abrí la puerta y caí en un agujero plagado de insectos con infinitas patas y serpientes con tres cabezas que buscaban devorar mi alma. Así que grité como un demente hasta despertar en un asiento en la sala de espera del hospital. Por suerte, nadie estaba cerca para mirar cómo me comportaba como un loco. Pensé entonces que otra vez todo había sido un sueño…

Extraño, todo había sido tan extraño. ¿Por qué? Es decir, mi vida siempre fue aburrida, sin ninguna clase de vivencia que permanentemente tuviera sentido. Y ahora esto, tantos acontecimientos en cadena y de algún modo relacionados. Como sea, era indiferente. Todo lo que había pasado no podría serme menos que trivial. Cierto que había algo, pero no había la posibilidad de que lo supiera. Y ese último sujeto era la clave. ¿Qué había querido decir con toda su perorata? ¿Quién era y de dónde venía? Parecía conocer aspectos profundos de mí con una facilidad increíble. Era peligroso, pero también ridículo. No era tan extraño el hecho si lo consideraba en conjunto con otra teoría que hacía bastante había aceptado en buena medida: que toda esta realidad no era real de verdad, sino solo una especie de simulación, una clase de enfermiza concepción para privar de su libertad al humano.

Bueno, y eso ¿a mí qué? Yo solo quería matarme, olvidarme de mí mismo, perderme en la divinidad de la muerte. Sí, y más ahora que antes. Los deseos de quitarme la vida habían crecido y se habían apoderado de mi psique por completo. Entonces ¿por qué no me mataba de una buena vez? ¿Qué sentido tenía continuar existiendo? Pero y ¿si ni siquiera la muerte me podría privar de tan odioso sufrimiento? ¿Qué hacer entonces? ¿A quién recurrir? ¿Estaría también la muerte alterada o controlada por la misma fuerza siniestra y misteriosa que imperaba en la vida? No podría saberlo mientras no me decidiese. Un balazo, una soga al cuello, una navaja en la garganta, un salto al río… Tantas opciones, tantas bonitas maneras de intentar ser un dios. En fin, tendría que seguir adelante. Lo único que tenía claro por encima de todo era que vivir siempre sería un sublime fastidio.

Llegué al condominio donde rentaba por la tarde, el número 11 de la calle Miraluz. Extrañé un poco las comidas de la señora Faki, pero luego pensé que me daba igual. Subí las escaleras y afortunadamente nadie me molestó. Sentí deseos de ver y hablar con Akriza, pero ¿qué podría decirle después de todo lo vivido? Necesita, indudablemente, calmar mis pensamientos y mis nulas emociones, mismas que ahora volvían a su estado natural. Solo temí que, una vez estando tirado en mi cama, encerrado en mi habitación y acumulando todo el odio posible hacia la humanidad, nuevamente sufriera algún ataque de ansiedad nutrido por mi misantropía, mi intolerancia y mi depresión. Estos ataques eran bastante comunes y siempre horripilantes. Cuando sucedía, mi cuerpo se engarrotaba y tenía una sensación rara como de querer retorcerme y hacerme daño a mí mismo. No era solo a nivel físico, desde luego, sino que surgía en el mental. Mi cabeza no podía tolerar nada, ni siquiera a mí mismo. Pensaba que, en el fondo, no era tan malo, pues, si en alguna ocasión no podía calmar por ningún medio algún ataque excesivamente fuerte, entonces sería el momento de la liberación. Sí, al fin el glorioso y espiritual momento para acabar conmigo mismo definitivamente.

Creo que dormí profundamente hasta la mañana siguiente. En total, casi unas dieciséis horas. En verdad lo necesitaba, ya no aguantaba ni un momento más despierto. Y eso que estuve inconsciente casi una semana en el hospital. Pero ¡cuán extraño había sido todo eso! ¿Qué habría sido de Selen Blue y de Arik? ¡Eso es! En cuanto pudiera, visitaría a ese poeta melancólico y deprimido. No sé por qué había olvidado que vivía solo unos cuántos pisos arriba. ¿Estaría bien? Tal vez solo yo había abusado de las sustancias mágicas… Me costó gran esfuerzo levantarme, por suerte aún no era el día de presentarme al trabajo. Me bañé e hice las cosas de rutina, parte de una vida absurda. Todo iba normal hasta que tocaron la puerta. ¿Quién demonios podría ser ahora? ¿Otro de ese sujetos anunciándome que la realidad era una farsa y animándome a quitarme la vida? No, era alguien más. Escuché una vez femenil y abrí. Era Virgil, aunque lucía bastante mal.

–Hola. Vine contigo porque pensé que podrías ayudarme.

–Hola. Supongo que sí, ¿cuál es el problema? –respondí mirándola muy pálida y con las manos manchadas de sangre.

–Es que yo, bueno… ¡Intenté abortar! ¿Recuerdas que te había comentado lo del embarazo?

–¡Demonios, Virgil! ¿Hiciste qué cosa? ¿Cómo se te ocurre?

Cabe destacar que Virgil era una de las personas más estúpidas que conocía, por lo cual entendí muy pronto sus acciones.

–Perdóname… Sabía que no iba a funcionar y decidí ir con una amiga. Ella abortó del mismo modo, pero parece que algo no está ocurriendo como debería.

–¿Tomaste algo?

–Sí, unas pastillas. No recuerdo ya bien cuáles, ella me guio todo el tiempo. Tengo mucho miedo, tienes que ayudarme. ¡Por favor, te lo suplico!

–De acuerdo, lo haré. Pero ¿qué se supone que debo hacer?

–No lo sé. Quizá llamar a un médico o algo así.

–Sí, supongo que eso haré.

–No sé si pueda resistir, he perdido mucha sangre. La hemorragia no para desde ayer.

–¿Ayer? No es posible.

–Sí, vine a buscarte. De hecho, toda la semana vine a buscarte, pero no estabas. Entonces tomé la decisión y creo que no fue lo mejor. No tengo a nadie en el mundo, no sé a dónde ir, solo me quedas tú…

–Pero ¡si tú y yo no somos nada!

–¿Cómo puedes decir eso en este momento?

Noté que se indignaba terriblemente. No obstante, no estaba diciendo otra cosa más que la verdad. Aunque habíamos tenido sexo un par de veces, eso no significaba algo más. La pobre estaba tan trastornada que no dejaba de mirarme como si yo fuera una deidad.

–Bueno, solo quería dejarlo claro. Ya sabes, por si luego…

–Luego ¿qué? ¿Temes verte involucrado en todo esto?

–No, no me refería directamente a esta situación. Solo quería aclarar que…

–Tú nunca has amado a nadie, ¡eres un monstruo! –exclamó con una rareza inusual en ella, parecía a punto de llorar y así fue.

–Virgil, sabes que te aprecio –mentí para consolarla, pero no sirvió.

–No es verdad, ¡mientes! ¡Tú nunca has sentido nada por nadie! ¡Eres un egoísta!

–Bueno, pero eso no importa ahora.

Intenté secar algunas de sus lágrimas, fingir que me importaban tan siquiera un poco sus sentimientos, pero me apartó con desdén. La verdad es que, por más que trataba, no podía sentir algo por ella, ni siquiera lástima.

–¡Vete! ¡Déjame sola!

–Pero si este es mi departamento.

Parecía haberlo olvidado, pues, cuando se lo mencioné, su indignación traspasó los límites. Indudablemente había enloquecido.

–¿Lo ves? Yo nunca te he importado, y mi mayor pecado fue haberme enamorado de alguien tan extraño como tú. ¿Es que acaso no te interesa nada?

–Creo que no –repliqué con una sinceridad que la anonadó.

–¿De verdad nada? –insistió como intentando darme una segunda oportunidad.

–Tal vez sí haya algo.

–¿Qué?

–Suicidarme.

Su silencio me lo dijo todo: estaba perpleja. Creo que hubiera esperado todo menos eso. Entendí su ensimismamiento cuando habló.

–El amor de mi vida se suicidó el día en que violaron a su madre.

–¡Oh, vaya! Lo lamento mucho…

–No importa. Supongo que todos tienen ese derecho.

–La muerte, hoy en día, no es un derecho, sino una necesidad.

–¿Por qué lo dices?

–Porque este mundo está podrido. No hay nada que haga valiosa la existencia, ni tampoco nada por lo que valga la pena luchar. Todo, absolutamente todo, está planeado y enmarcado dentro de un sistema. Y, si intentas ir en contra, terminarás enloqueciendo o… suicidándote. En mi caso, he decidido desde hace mucho que no quería estar en un mundo que no fuera a mi medida.

–¿A tu medida?

–Sí. El único mundo donde yo podría aceptar mi existencia sería en uno donde yo fuera un dios.

–Y ¿cómo sería ese mundo?

–Perfecto, supongo.

–Imposible, eso no existe.

–Claro, solo existirá si yo lo creo. Pero para lograrlo por ahora la única opción es matarme. Solo la muerte podría convertirme en algo superior, solo que… Es tan complicado aceptar que me he equivocado.

–¿En qué te has equivocado?

–En existir. Es decir, por mucho tiempo he pensado que la culpa era del mundo y de la humanidad, pero ahora veo que estaba en un error. La culpa es tan solo mía.

–¿Tuya? ¿Cómo podría ser?

–Sí, mía por haber existido en esta época tan nauseabunda y pestilente. Mi único pecado es ser superior a la humanidad… Si no fuera por eso, podría vivir como uno más, como un imbécil e inepto más en esta sociedad contaminada. Y, a pesar de todo, lo he hecho. Me he ensuciado de la peor inmundicia, he cometido acciones deplorables y atroces, he sido humano, demasiado humano. Pero sé que, en el fondo, todo eso está justificado, al menos para mí. Y lo está porque yo soy superior a todo el mundo. Además, solo lo hice porque estaba aburrido y necesitaba algo que me hiciera sentir vivo nuevamente. Y solo el crimen y la crápula ofrecen esa sensación de bienestar temporal, solo las putas, el alcohol y la miseria más sórdida y asquerosa a la que pueda llegar un humano pueden hacerle olvidar la miseria de la existencia. Pero eso es temporal, pues nada podría cambiar mi mayor anhelo, nada podrá evitar que me suicide, nada… Porque ya he decidido morir. ¿Sabes? Tengo grandes planes en la muerte; es decir, hay muchas cosas que quiero hacer después de morir, y la principal es crear un mundo perfecto, a mi medida. Aunque, por otra parte, también quisiera desaparecer por completo. Esto es, morir y dejar de existir para siempre, unirme a la nada, al vacío, olvidar todo lo que siempre he sido. Sé que es una estupidez, pero justamente en estos momentos no me siento vivo… Todo es por la indiferencia absoluta en la que he caído. Todo me parece banal, cada día es un nuevo tormento, una nueva etapa de esta basura. ¡Me está jodiendo otra vez!

Ni siquiera me fijé en lo que hice, solo supe que golpeaba con ferocidad la pared hasta llegar a la ventana, donde la sangró escurrió de mis nudillos al quebrar el vidrio. Virgil me miraba más que asombrada, supongo que no sabía qué hacer, y yo menos.

–Entiendo… Estás en una enorme contradicción. Quisieras hacer tanto, pero no puedes hacerlo en este mundo ni mientras estés vivo. Por otra parte, tampoco quisieras hacer nada.

–¡Eso es! ¡Tú lo entiendes a la perfección! Esa es la tragedia de cada día, el nacimiento del delirio: elegir entre hacer todo o no hacer nada. Pienso que no puedo vivir mediocremente como la mayor parte de los humanos. No obstante, también sé que cualquier intento por cambiar el mundo será en vano. Y lo será porque hay un sistema, una estructura, un rebaño, una élite, un orden mundial, una jerarquía. Lo sé porque lo he sentido en lo más profundo: cada vez que el mundo merece ser destruido, aquellos quienes deben perecer con él luchan por salvar lo más infame y, sobre ello, construir la nueva blasfemia. ¿No es absurdo? ¿Qué sentido tiene entonces existir? ¿Para qué vivir en un mundo donde todo ha sido decidido? Nada está exento de tal control, pues todo está manipulado de antemano. Escuelas, religiones, gobiernos, empresas, asociaciones; nada se salva. Nuestro destino, siempre miserable, quedó sellado el día en que nacimos. Y, al final, me preguntó: ¿acaso yo pedí venir aquí? ¡Carajo! Ahora no lo sé, pero de lo que sí estoy plenamente convencido es de que no quiero estar aquí. Y, por ello, tengo la necesidad de matarme sin importar lo que alguien más piense, sienta o argumente. Si yo quiero quitarme la vida, nada ni nadie puede impedírmelo.

–Algo como eso sonaría a una locura, pero creo que, para mí, que te conozco de modo transparente, y que te amo tal como eres, es sumamente bello. Es casi como una poesía suicida.

–Sí, pero aún no puedo hacerlo. Hay algo que me lo impide. Necesito pensar más.

–Y por eso no puedes estar conmigo. Tú nunca me has querido, eso lo sé muy bien. Y, precisamente por eso, es que te quiero cada vez más. Sí, entre más me rechazas y me odias, más crece mi amor por ti… Es como una locura endemoniada que me trastorna por completo.

–Pero ¿cómo es eso posible? ¿De verdad se puede amar a alguien a quien no le importas?

–Claro que es factible. Es tan similar al humano que ama a dos personas a la vez. Los sentimientos nos han abandonado, y, en su lugar, han quedado mentiras aceptadas socialmente. ¿No es eso lo que siempre me decías?

–Sí, eso decía, pero… es extraño. Siempre he creído que una persona puede amar no solo a dos, sino a más personas a la vez. Sin embargo, esto socialmente se ha tachado de incorrecto e inmoral. Aunque, no tendría por qué, ahora que lo pienso. ¿Quién ha decidido que los sentimientos deben ser así? ¿Por qué debemos solo amar a una persona y mantenernos con ella? ¿Qué hay de malo en amar a varias personas y en no poder elegir entre ellas? ¿Qué obliga a dos personas a mantenerse fieles? ¡La fidelidad es solo una quimera, una vil estupidez! Todos somos infieles por naturaleza, es casi como la maldad… Está en nosotros desde que nacemos y nunca nos abandona. Es más, crece día con día, siempre buscando nuevas formas de corrompernos. Así también es la infidelidad, una acción tan natural en la humanidad, pero que ha sido condenada por unos cuántos imbéciles que nada saben de la condición humana. ¿No es absurdo? ¿Por qué seguir los principios de una sociedad deteriorada cuando éstos son, desde cualquier perspectiva, arcaicos y ridículos? ¿No hacen esto las ovejas, los ineptos y los idiotas que no pueden formarse un criterio propio y se ven obligados a elegir lo que otros han ya pensado por ellos? ¿Qué nos hace creer que esta sociedad es la cúspide de la evolución humana? ¡Nada podría estar más equivocado! ¡Nada podría ser más superfluo! El humano es un tonto y un necio, pues se niega a aceptar su verdadero ser con tal de encajar en una sociedad que lo destruye y lo tortura. ¡Por eso la existencia es tan aburrida! Lo es desde que aceptamos como principios lo que otros nos han inculcado, incluyendo a nuestros progenitores y profesores. ¡No y no! Lo que debemos hacer es rebelarnos y rechazar todo lo que se nos ha enseñado. ¡No existe nada de esa basura! ¿Qué son el bien y el mal? Únicamente más tergiversaciones de mentes frágiles para dominar a los más débiles. Y ¿qué hacen las personas? Fácil: solo siguen lo que se les han inculcado. Porque así es más fácil todo, así es mejor. Así se puede encajar en la sociedad, pero, en el fondo, nos engañamos a nosotros mismos. Lo hacemos porque deseamos aquello que naturalmente nos atrae, pero que socialmente nos es prohibido. ¿Mal? ¿Qué es el mal? ¿Quién decide lo que es o no malvado? ¿Acaso dios? Por favor, ¿me hablan de ese dios que jamás ha dado la cara ante la miseria de la humanidad? ¿De ese usurero y truhan que cobardemente se niega a evitar que una mujer sea violada o que un niño se muera de hambre? ¿Es con base en ese dios tan incompetente que la sociedad define lo que es malvado? ¡Ridiculeces! ¡Solo tonterías! ¡Todo este mundo es solo un gran complot, propiedad y deleite de una minoría que se divierte con el sufrimiento de la mayoría! Pero, encima de todo, se supone que debo aceptar vivir en él. ¡Pues no, no! Maldita sea la hora en que nací, ¡maldigo mi existencia desde ahora mismo! ¿Cuántas veces…? ¿Cuántas veces no sentí el deseo de matar a mi familia?

Pero no tomé en cuenta que la señora Faki, madre de Virgil, había realmente hecho algo similar. Me había emocionado con mi perorata, tanto que no podía ya controlar lo que hablaba. Era como si debiera expresar todos mis sentimientos, lo cuáles siempre creí muertos, ante aquella pobre desahuciada. Como si debiera descargar ante ella algo más que un escupitajo.

–Lo he comprendido. Te lo agradezco tanto, Lehnik.

–¿Qué? ¿Qué es lo que has comprendido?

–Nada y todo a la vez. No importa, quizá lo mejor sea que yo no esté en este mundo.

–¿Por qué dices eso ahora?

–Deja el teléfono en su lugar, no le hables a nadie.

–Pero ya estoy marcando a la ambulancia, vendrán por ti y…

–No es eso lo que quieres, o ¿sí? Pues yo tampoco.

–¿Qué planeas?

–Lo único que tiene sentido en este mundo: morir.

La miré con cierta mezcla de asentimiento y de incertidumbre. En verdad no sabía qué responderle que pudiera calmara.

–Eso es lo que tú me enseñaste, y yo te creo. Siempre he sido una estúpida, pero tú eres brillante. No quiero arruinarte ni ser una carga, pero tampoco quiero vivir así.

–Así ¿cómo?

–Viendo cómo te arruinas, prefiero morir antes.

–¡Ja, ja! ¡Qué tontería! Ese es mi problema.

–Lo sé, pero a mí no me hace bien. Yo no puedo vivir si tú no eres feliz. Te amo tanto que eres para mí un dios, y no puedo vivir en un mundo donde no tengas lo que mereces. Porque, en efecto, mereces ser dios. Y aquí jamás podrás serlo…

–No entiendo, ¿eso qué tiene que ver?

–No importa. El único error ha sido mío. Ya sabes, cosas del amor, cosas superfluas. Como sea, ahora te pido que te vayas y que me dejes aquí. No te preocupes por nada, escribiré una nota y habrá sido el final. Nadie te culpará, yo cargaré con ello. Todo habrá sido lo que siempre has querido: un sueño.

–Un sueño árabe… –musité sin poderme contener.

–Sí, un sueño árabe… –repitió ella sonriendo de manera única, sonriendo con la sonrisa de la muerte, mientras la extraña melodía que antes escuchase en el hospital se escuchaba a lo lejos.

***

El Extraño Mental


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