Pensé durante un buen rato, mientras Jicari masticaba un trozo de pan rancio que había recogido del basurero. Tenía la dentadura más podrida de lo que hubiera imaginado. Y su rostro realmente parecía más el de un simio que el de un humano. ¿De dónde habrá heredado tan repugnantes rasgos? Akriza no se parecía nada a ella, era muy hermosa con sus cabellos y sus ojos negros. Seguramente su padre era el culpable de su fealdad, pobre criatura. No solamente era pobre y miserable, sino que, encima de eso, tenía una de las caras más horribles que se pudieran imaginar. Sin embargo, era, en el fondo, una buena persona. Pese a ser una niña aún, comprendía demasiadas cosas que el resto de los humanos no podrían siquiera atisbar en toda su vida. Pensé que no podía ser de otra manera, que Jicari estaba tan condenada como yo a la desesperación de existir.
–¿Ya las tienes?
–No, aún no.
Esperó más tiempo y luego comenzó a mostrarse desesperada. Lo que más me fastidiaba era la repugnante forma de masticar que tenía, con la boca abierta y haciendo ruidos raros. Además, el hocico le apestaba a perro muerto. Pensé que también ella debía tragar mierda por tan pestilente hedor.
–Y tú ¿tienes ya tus preguntas? –cuestioné intentando ganar tiempo.
–No, yo no voy a responder esa pregunta.
–Entonces creo que ya las tengo.
–Bien, dímelas.
–La verdad no sé si estén bien planteadas, pero serían más o menos algo así: ¿Quién o qué decidió acerca de mi existencia? ¿Cómo podría eliminar mi existencia? y ¿es posible existir de otro modo más allá de mi esencia?
Jicari parecía no comprender, pero terminó por romper su silencio.
–Son preguntas bastante egoístas, ¿no crees?
–Sí, pero ese es el punto. No me interesa la humanidad ni este mundo, tampoco lo que pueda pasarle a los demás después de haber muerto. No creo en esas tonterías de la unidad y que todos formaremos parte de un todo luego de esta vida, ¡solo son ensueños de mentes incapaces de razonar por ellos mismos! Y, si así fuese, entonces ¡qué desgracia! Preferiría la nada antes que formar parte de un todo con la humanidad.
–Siempre dices cosas que me confunden, ¡je, je! Por eso me caes bien. No hay muchos humanos como tú, la mayoría jamás pensaría esto en toda su existencia.
–Eso es normal porque a las personas se les programa desde que nacen para no cuestionar, no pensar y no ser ellas mismas. La ausencia de individualización lleva a una absurda y estúpida identificación mediocre con las metas de una sociedad decadente. La mayor parte del mundo solo se preocupa por trabajar y cumplir con los requisitos básicos dentro de lo que consideran vivir, pero eso es asqueroso. Todo lo que sus mentes piden es entretenimiento, dinero y sexo. Quizá yo no he sido diferente, pero eso es lo que me tortura. ¡Ya no quiero seguir! ¡Me rehúso! ¡Odio existir!
–¿Cómo es eso de odiar la existencia misma?
–Bueno, detesto ser yo. No soporto pertenecer a la humanidad, y también estoy harto de este mundo. Lo único que ahora espero es la muerte. Sé que hago cosas que se podrían considerar atroces y malvadas de acuerdo con los principios sociales que nos rigen, y que no son sino mentiras, pero eso lo hago porque estoy aburrido. Sí, ¡aburrido de existir! Ya no me importa nada, de verdad. No me interesa leer, ver, escuchar, aprender o hacer algo en absoluto; todo lo que quiero es la muerte. La vida se ha tornado tan insufrible que me he visto forzado a depositar mis esperanzas en el suicidio. Porque, a decir verdad, esperaría que ocurriese algo más interesante después de esta absurda y miserable existencia. No tendría caso seguir adelante, intentar luchar por algo, querer cambiar al mundo y todas esas tonterías que antes creía. Sí, antes quería hacer cosas de ese estilo. Toda mi existencia se ha convertido en una patética farsa, en una novela tan absurda como inicua. No deseo seguir, pero tampoco he hallado el modo de matarme, aunque lo pienso constantemente. De hecho, y de modo extraño, la idea del suicidio me ha ayudado a seguir vivo. Pienso en lo hermoso que debe ser matarse, en lo efímero y exquisito de ese escueto momento en el que, finalmente, abandonaré esta existencia insensata y ruin.
–Ya veo. Entonces, de una u otra forma, podría decirse que aún no quieres morir, puesto que puedes quitarte la vida, pero no lo haces.
–Podría decirse, y eso es extraño. No sé cómo explicarlo, es solo que verdaderamente ya no quiero hacer nada. Me molesta realizar incluso la acción más insignificante, como tener que lavarme los dientes o tomar agua. Me molesta salir y ver a toda esa gente con sus estúpidos rostros y sus absurdas vidas, sin percatarse de su propia miseria ni cuestionarse nada. También estoy harto del mundo, de los gobiernos, las religiones y todo en general. Estoy asqueado del modo en que la humanidad ha existido. Es una tontería creer que el mundo cambiará, que todo mejorará… Nada más falso, nada más irrelevante. Este mundo se pudrirá hasta que llegue su fin, pues el mayor enemigo es el humano mismo. Mientras no exterminemos a la raza humana todo seguirá inevitablemente mal. Incluso, si se comenzase desde cero, mientras exista un solo ser humano, ese nuevo mundo estará destinado al fracaso. La humanidad no tiene ninguna cualidad, atributo o habilidad deseable y por la que valga la pena vivir. Es conveniente extirparla desde la raíz, destruir todo lo que tenga que ver con ello. Si pudiera, mataría a todos los humanos, y luego me suicidaría para poner fin a esta estupidez de existencia nauseabunda. Ese sería mi sueño, por extraño que parezca.
–No es extraño, tal vez esa es la verdad que muchos se niegan a aceptar. Todos se aferran a la vida, pero nunca se preguntan si la vida hace lo mismo.
–Bueno, si la vida de un humano fuese realmente tan valiosa como se cree, entonces no debería de existir la muerte. Pero es obvio que no es así, y que la muerte es la única justicia que existe en este mundo, y tal vez más allá de él también. La muerte le da sentido a todo, y a la vez se lo quita. Si tan solo supiéramos lo que hay después de ella, entonces podríamos establecer un sentido de la existencia. Y, aunque fuera cierto que la vida como tal no tiene sentido, sino que tú mismo se lo das, ni siquiera eso es completamente seguro. De hecho, eso es lo más patético de la humanidad, ¡que no hay nada seguro! Así es, Jicari, todo este mundo es un absurdo porque no sabemos de dónde venimos ni hacia dónde vamos. ¿Puede concebirse algo más ilógico que eso, que una raza de humanos adoradores de seres invisibles, organizados en sociedades funestas, gobernados por gente aún más asquerosa que ellos mismos y aniquiladores de las pocas cosas hermosas de la naturaleza? Y resulta aún más absurdo cuando te percatas de que estos seres llamados humanos creen merecer la vida, e incluso pregonan estupideces como “yo amo la vida”, “ama a tu prójimo, porque eso enseñó dios”, “la vida es para disfrutarse”, entre otras. ¡Vaya blasfemia! Sé que la mayor parte de la humanidad es una imbécil, y que me odiarían si dijese esto en sus caras, pero algo me dice que no estoy tan equivocado. Naturalmente, las personas han sido adoctrinadas para querer vivir, y creen merecer cualquier clase de beneficio, pero no hay nada que indique que esto deba ser así. Salvo las absurdas reglas de esta absurda humanidad, nada evita que puedas matar a tu prójimo o que puedas robar y cometer cualquier acto tachado de incorrecto. La moral de la sociedad es un asco, porque en el fondo es mera hipocresía y mentira. Si realmente la moral existiera, entonces no habría sacerdotes que violaran niños, no se cometería ningún crimen, no se violarían ni se matarían mujeres, no existirían cárceles ni penas de muerte. No habría, en resumen, ningún mal. Pero esto no es así, y la idea de la moral, como tantas otras estupideces, no es sino otro invento de esos locos imbéciles adoradores de un supuesto ser supremo en los cielos. Me refiero, desde luego, a la religión y todo lo que de ella se desprenda. En fin, creo que está de más, ya bastante te he hablado acerca de esos impostores. Solo recuerda una cosa: debes odiar con todo tu ser a los gobiernos, los políticos, las religiones, las iglesias, los actores, los deportistas, los cantantes y demás que se le parezca. ¿Sabes por qué? ¡Porque todos son parte de un mismo sistema, de una misma corrupción, de un mismo orden! Para que este mundo cambie se tendría que matar a todos los religiosos y todos los políticos, pero, antes de ellos, a quienes realmente gobiernan y mandan, a los verdaderos jefes, a los que se parapetan en las sombras y manejan como títeres a presidentes y gobiernos. Entonces, y solo entonces, el mundo cambiaría; de otro modo, no.
–Todo eso parece muy interesante, Lehnik. Pero ¿tú crees que algún día pasará? Tú mismo has dicho que vas a matarte porque este mundo no es como tú lo deseas.
–No, nunca pasará. Los humanos son demasiado necios para vislumbrarlo. Ese es también el problema, que todo en este mundo se ha convertido en una mentira. Y eso se debe a que la ambición del humano no tiene límites. El humano siempre querrá más y más solo para él. Por eso en este mundo existen la miseria, la pobreza, la hambruna, las guerras, la injusticia y demás, porque así es como el humano lo ha querido, como más le conviene. Tan simple como esto: si no hubiera gente enferma, las grandes farmacéuticas quebrarían, por lo tanto, es evidente que les conviene, pues, ya sabes… Y el mismo principio se aplica para todo lo demás. Este mundo es un complot, donde el que más dinero tiene siempre saldrá ganando. Pero así es la humanidad: solo una raza de monos repugnantes que nunca debieron haber existido. Y sí, ese es también mi problema: yo no puedo vivir en un mundo así. Sé bien que me he corrompido, que he hecho cosas ignominiosas, pero…, si tan solo… ¡Si tan solo tuviera otra opción! Yo solo quisiera un mundo a mi medida, ¡un mundo perfecto! Uno donde todos tuviéramos lo mismo, donde la lucha que se realizara diariamente tuviera algún sentido, donde existiera realmente la libertad. Un mundo donde no existiera dios, ni nadie que quisiera jugar a ser él, sería ideal. Pero eso es imposible y, en todo caso, si tuviese que existir un dios o algo parecido en ese mundo… ¡Yo debería serlo! Sí, eso es, ¡yo merezco ser un dios!
–Es tal y como momi dijo, ella sabía que tú dirías eso.
–Pero no hay forma, no se lo conté.
–Bueno, ella lo supuso. A mí me gustaría que fueses un dios. Aunque, a decir verdad, me gustaría más que pudieras crear ese mundo.
–Ese es el problema, que no sé cómo crear ese mundo perfecto. No tengo el poder, no soy un dios. Pero quizá cuando muera lo sea, y entonces podré crear un mundo a mi medida. Te prometo que, si eso ocurre, serás la primera persona que vivirá en ese nuevo mundo.
–Eso sería bonito, en verdad te lo agradezco. Solo soy una niña, pero te entiendo. Sé de tu sufrimiento, y sé que has hecho cosas que socialmente se consideran incorrectas, pero ¡que se vaya al diablo la sociedad!
–Sí, así es. Sé que yo podría ser sublime, que podría purificarme, que podría ser un dios, pero no tiene caso serlo en este mundo infestado de gente absurda y estúpida. Porque ellos jamás lo entenderían…
–Entonces esa es la dualidad, ahora lo entiendo. Momi dijo que tú llevabas la marca de la dualidad: un ser que puede ser bueno o malo al mismo tiempo, y que, de hecho, necesita de ambas facetas. Es más, que ha logrado el equilibrio entre ambas fuerzas en su interior, y que no necesariamente lo demuestra, sino que solo lo siente.
–¿Momi te dijo eso?
–Bueno, algo así entendí yo.
–Sí, tal vez. Pero ahora incluso eso es irrelevante, indiferente en absoluto. Ahora solo espero morir, y una vez muerto ver qué pasa. Pero la verdad es que no quisiera regresar a este mundo jamás, ¡esa idea me aterra! Si no puedo crear un mundo a mi modo, entonces prefiero no volver a existir jamás, convertirme en nada, diluir mi existencia en el vacío…
Jicari se calló y yo también. Ambos caminábamos a la orilla de un pequeño riachuelo que había en esa orilla de la ciudad. Ciertamente, era un lugar que me gustaba visitar, porque demasiadas personas iban a poner fin a sus días ahí. Todos aquellos en condiciones de extrema pobreza, con deudas que jamás podrían pagar, con hijos que jamás podrían mantener, sin un hogar, etc. En resumen, toda la gente más miserable iba a suicidarse en aquel río, cuyo color había tomado un tono bastante oscuro. Algunos decían que se debía a toda la basura que se arrojaba diariamente, pero otros eran más enigmáticos y decían que ese era el tono que adquiría el agua tras la gran cantidad de muertos que yacían en el fondo. Sea como fuese, lo cierto es que, mientras unos reían y se embriagaban en la gran ciudad (entre ellos yo), otros se mataban al no poder sobrevivir ni un día más en aquellas circunstancias aberrantes. No obstante, había personas cuyos lujos rayaban en lo excesivo, dueñas de bancos, empresarios, políticos, deportistas, cantantes, actores que ganaban millones, mientras infinidad de gente ni siquiera tenía que comer. Pero esto ya lo había aceptado desde hace tiempo.
Quizás en este mundo era normal que un futbolista, por ejemplo, que se dedicaba a patear un balón para que un conjunto de idiotas lo alabaran, en verdad merecía ganar cantidades tan exorbitantes de dinero y tener todos esos lujos. Era normal también que los gobiernos fuesen siempre corruptos y que se robaran gran parte de los impuestos que el pueblo pagaba en lugar de invertirlos en obras que ayudasen a la comunidad. Era normal que el sistema educativo fuese una basura, que solo se enseñase a repetir y memorizar sin razonar. Era normal que Estados Unidos siempre buscara robarse el petróleo de todos los países, que organizara guerras y que hiciera lo que le viniera en gana sin que la ONU u otras organizaciones inútiles le pusieran un alto. Sí, era normal que alguien que cantaba estupideces paseara en carros lujosos y usara cadenas de oro. O que alguien que actuaba en Hollywood fuese admirado e igualmente premiado con millones. Pero todo en este mundo era absurdo, injusto y ridículo. El único que no parecía percatarse de lo absurdo y estúpido que era su mundo era el humano mismo. Me preguntaba, a veces, durante las noches, la cantidad de personas que estarían siendo violadas, asesinadas, drogadas, martirizadas mientras yo podía beberme un café y dormir con aparente paz. Por suerte, el alcohol, las putas y demás repugnantes cosas me hacían olvidar, por unos instantes, lo miserable que era vivir en este mundo. Y esa era la diferencia, que yo, aunque fuese vil y estuviese corrompido, ya no podía olvidar lo absurdo que era el mundo. Siempre volvía a mi cabeza todo lo que odiaba en mí y en el exterior, pero sabía que yo, un simple mortal, no podía hacer absolutamente nada para cambiarlo. Y eso, con el tiempo, me llevó a la indiferencia absoluta, a solo esperar mi muerte y nada más.
Mientras caminábamos vimos a varias personas en condiciones de extrema miseria. Algunos incluso se nos acercaron con el objetivo de pedirnos un poco de dinero. Repartí las monedas que traía en mis bolsillos hasta que ya no quedó nada. Era algo que solía hacer en días ordinarios, siempre daba dinero a los que pedían en el metro o así. Aunque, curiosamente, solo me sentía con el ánimo de dárselo a ellos. Si mi familia o alguien más me lo pidiese, seguramente no se lo daría. Preferiría en todo caso gastármelo en putas o borrachera, o a ver en qué. Al ver a esas personas no pude evitar sentirme un tanto abatido, pues rememoré todas esas noches de ebriedad donde había despilfarrado dinero. ¿No era eso también injusto y absurdo? ¿No era yo también un miserable? Sí, ¡claro que lo era! ¡Y lo sabía muy bien! Me odiaba por eso y por muchas cosas más. Pero esas personas no lo sabían, era solo un dolor interno. Ellas se pudrían en su propia mierda, misma que comían y degustaban. Nadie les daba empleo y estaban tan marginados que muchos eran esclavos en fábricas donde eran explotados y se les pagaba mal. Los ancianos eran los que más recurrían al suicidio, pues se consideraban una carga para las familias ya abatidas por no poder mantener a los más pequeños. Y, aquellos que no lo hacían, pasaban sus días tirados en el suelo, o iban a pedir limosna a la ciudad.
¡Qué locura! Todo era tan extraño. El mundo era ilógico, pero, aun así, no se detenía. Yo era parte de esta barbaridad, era parte de lo que estaba mal. Y, al mismo tiempo, quería ser un dios. Si yo pudiese crear un mundo a mi medida, entonces cambiaría y abandonaría toda la miseria a la que recurría para desaburrirme. Pero no, eso era una mera quimera. Yo jamás sería un dios, y este mundo nunca sería mínimamente parecido al que yo podría crear. Entonces ¿qué hacer? ¿Qué cambiar? ¿Para qué? ¿Serviría de algo? ¡No, de nada! Mejor que este mundo se fuera al demonio, y yo con él. Algo era contradictorio en mí, quizá todo. Por una parte, pensaba que en el mundo no podía haber tanta miseria. Pero, por otra, sabía que nada podía hacer para cambiarlo. Era como esas ocasiones en las que las personas decían que lo único que uno podía hacer era divertirse y concentrarse en ser feliz.
Bueno, no precisamente era que quisiera serlo, pues jamás podría ser feliz en un mundo y una existencia tales. No obstante, beber y recurrir a las putas sí que podía hacerme olvidar mi propia náusea y la que reinaba en el mundo. ¿No era ese el punto? ¿No era eso lo mismo que hacía todo el mundo? ¿Solo engañarse? ¡No, un momento…! Yo no podía, no debía… ¡No debía ser como era todo el mundo! Entonces ¿me estaba equivocando? ¿Era este el único camino que restaba para un solitario y deprimido ser como yo? Sencillamente sabía una cosa: no quería hacer ya nada en esta existencia, me negaba a todo.
Era ilógico, ¡nadie podía ayudarme! Y nadie podía puesto que había decidido que me mataría, y nada podría evitarlo. Nada que no fuera un cambio en el mundo, pero uno absoluto. Todo estaba tan contaminado, era tan frustrante habitar en esta sociedad de imbéciles. Y, al fin y al cabo, todo se reducía al dinero, el sexo y el poder. Más allá de eso ¿qué había? Los humanos solo vivían y luchaban para adquirir coches, casas y viajes. Sus vidas no tenían ningún sentido. Es así como paulatinamente fui tolerando menos cosas, hasta que me harté por completo de todo. Miraba a las personas con asco, sabiendo lo torpes que eran y la simpleza en que transcurrían sus miserables existencias. Nacer, crecer, reproducirse, morir… La misma vieja fórmula de siempre. ¿No habría algo más por lo que valiera la pena vivir, luchar y morir? ¿Qué hacía de este lugar algo interesante? ¿Por qué se aferraban tanto los humanos a permanecer aquí? Era absurdo.
Y mirar a todos aquellos seres en condiciones tan infames solo confirmó lo que pensaba: que este mundo humano es un lugar horrible para existir. Algo extraño era que hacía ya demasiado tiempo que no lloraba, hasta ahora lo reflexionaba. Creo que cuando estuve con Melisa lloré con frecuencia, pero ahora ya no lo hacía más. Nada podía ya afectarme al punto de derramar una sola lágrima. ¿Sería ese el resultado de la indiferencia absoluta? Tal vez lloraría solamente el día de mi suicidio. Sí, ese sería un buen momento para hacer todo lo que jamás pude en los inútiles días de mi desabrida existencia. Como sea, el mundo seguiría inmutable ante mi muerte. Muchas generaciones más de humanos vendrían y morirían, se cometerían más injusticias, más mujeres serían violadas, más niños serían secuestrados, más órganos serían vendidos, más droga sería distribuida, más guerras serían desatadas, más dinero sería codiciado, más poder sería anhelado, más enfermedades serían creadas, más bombas serían explotadas, más y más cosas absurdas continuarían ocurriendo. Pero yo, esta consciencia y este ser que conocía como yo, ya no estarían aquí.
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El Extraño Mental