No me interesa ya la humanidad, pues sé que soy superior a ella. Dejemos a los humanos en paz con sus tonterías y mejor supliquemos porque la muerte nos envuelva esta noche. Sí, que finalmente seamos vomitados de este pantano infame que es la existencia y que todos estos horrores sean despejados por el vacío multicolor. ¡Ya no más vida, ya no más humanos! Solo nosotros en perfecta conexión con el espíritu supremo, con la catarsis de destrucción de la cual se origina el cosmos divagante. Y entonces podremos ver, ¡sí, ver!, cómo nuestro sufrimiento nada significó y siempre se trató de un drama absurdo e irreal en el que nos perdimos trágicamente. ¡Ay, pero no es posible percatarse de esto mientras uno está vivo! Y quizás sea mejor así, porque entonces la vida y la muerte dejarían de ser estados opuestos de la materia y el tiempo. ¿Qué diablos es el tiempo, además? Una mera abstracción, una medida ilógica y terrible en la que se deslizan nuestros corazones atrofiados por la melancolía y la poesía oscura del abismo eterno… ¿Qué somos nosotros sino almas condenadas a un efímero lapso en esta tortura infame y carnal? Nuestros sueños rotos se impregnan a nuestro espíritu carcomido y nos despedazan lentamente desde dentro hasta que nada queda ya sino proferir el último suspiro en nuestra lamentable pesadilla propia.
*
No se trataba de ser parte de este infecto mundo, sino tan solo de olvidarse que se estaba en él para resistir un día más en este repugnante estercolero de banalidad sempiterna. Las sombras se acumulaban a mi alrededor como peces extraños, como si una espesa capa de monumental nostalgia me envolviera enloquecedoramente y me hiciera sentir como si ya estuviera muerto. En mi cabeza experimentaba martilleos extraños, imágenes deformas de ensueños maltrechos en los que me imaginaba siempre matándote o matándome… Te extrañaba tanto, pero nuestra historia formaba parte del pasado de modo irrevocable. Desde entonces solo la misantropía me ha cautivado y me he aislado tremendamente de casi todo el mundo, incluso de aquellos más cercanos a mí en tiempos anteriores. ¿Qué me queda entonces? Me tengo a mí y en verdad quiero creer con toda la fuerza de mi ser que no necesito nada ni a nadie más.
*
Después de todo, intentaba convencerme de que la existencia de la humanidad y de este plano insulso y sórdido tenían algún sentido. A veces, me parecía que el proceso debía ser lento; que este caos era una faceta de un orden superior incomprensible y contradictorio para mi mundana razón. Pero luego, más pronto de lo que esperaba, perdía toda esperanza en cualquier clase de sublimidad. Y sabía, asimismo, que no tenía ningún caso engañarse; sabía que, en el fondo, todo era asquerosamente intrascendente. Existir era una tragedia, una condena a la que siempre estaría atado hasta mi lúgubre final; hasta que el apocalipsis en el cielo cerúleo devorara mis entrañas y purificara mi mente. Mas hasta entonces solo podía esperar con angustia recalcitrante y hundirme en toda clase de lóbregos desvaríos con tal de olvidar que seguía vivo. ¿Por qué debía ser yo? ¿Por qué sufría yo de esta manera? Había algo tan extraño en mí, algo que no era como en el resto… Una especie de mezcolanza iridiscente, de dualidad mística y sensual que me confundía al mismo tiempo que me fascinaba. ¿Quién era yo? ¿Importaba siquiera averiguarlo? ¿No era esta una experiencia donde la única realidad posible eran las múltiples ilusiones encapsuladas detrás de cada distorsión atemporal en las catacumbas del caos?
*
Salía a las calles y miraba con asco a seres cuyas únicas metas eran un automóvil, una mansión, viajes, buenos puestos y, en general, cualquier cosa absurda relacionada con sexo, dinero y entretenimiento. Entonces se trastornaba todavía más el pensamiento decadente con el cual intentaba falsamente justificar la existencia de esta blasfemia universal llamada humanidad. ¡Qué horrible era percatarse de todo esto plenamente! Sí, todos los velos caían y las mentiras se esfumaban como cápsulas de sueños misteriosos que ya jamás volverían. La perturbación producto de esto, no obstante, era de tal magnitud que podría destrozar la mente de cualquiera que no estuviera listo para ello y quizá también del que sí… ¡Cuán cerca se hallaban, ciertamente, la verdad y la locura! Al menos en un término medianamente objetivo, porque quizá ni lo más real podría decirse lo más objetivo. Pues ¿no era la realidad solo una trampa más de la pseudorealidad? Probablemente, yo había ya perdido el juicio y mis lamentos de amargura no eran sino las tristes sinfonías de un demente. En cualquier caso, lo que yo nunca quise fue haber nacido; ¿era yo una víctima o un victimario en esta pesadilla nauseabunda de la que nunca tenía suficiente hastío? ¿Me mataría pronto o preferiría seguir divagando en el infernal sinsentido del que jamás podría librarme mientras tuviera un cuerpo y la razón fuera mi mortal emblema?
*
Me hallaba al borde del abismo, mirando la inmensa distancia que me separaba de caer y sabiendo los escasos segundos a los que quedaba reducida toda mi vida. Era ahora o nunca: la puerta debía ser cruzada, debía arrojarme al vacío para encontrarme con mi verdadero yo. No sabía si la metamorfosis se había completado o no, pero ya no importaba… Ahora solo importaba dejarse caer, no oponer resistencia alguna. Mi vida culminaba, finalmente toda mi tristeza, desesperación y náusea convergían en un suceso de lamentación suicida. Era ahora y no otro el instante para decir adiós a cualquier fantasía o realidad, a cualquier castigo o regalo, a cualquier dios o demonio. El mundo proseguiría, allá fuera las cosas no cambiarían ni mejoraría; mas yo, afortunadamente, ya no tendría nada que ver con todo esto. Estaría yo muy lejos de este mundo infame, demasiado separado de todas sus contradicciones y anomalías. ¡Cuánto había sufrido yo con el simple hecho de existir! Siempre fue ese mi pesar, el sacrilegio del que buscaba a cada segundo escapar. Y nunca concebí nada más oportuno sino estrellar mi cuerpo con el vacío infinito de la nada, con el cese definitivo de todas mis funciones vitales por siempre. Puede que me lleve a una sorpresa, puede que este no sea el fin como yo tanto espero… Pero por lo menos será la culminación de mi forma humana, lo que después de eso acontezca ya será una nueva crisis. Ni hablar, me mataré aquí y ahora mismo; ¡gracias a Dios que el suicidio existe! En sus brazos he de reposar en breve y en sus encantos habré de hallar el funeral más hermoso y tierno para un alma en constante agonía como siempre lo fue la mía.
***
Encanto Suicida