Me embriagaba para olvidar por unas horas cuán intrascendente era continuar viviendo, para aniquilar los demonios que pululaban buscando apoderarse de mi interior, para apartar de mi visión las alucinantes deformidades que, en mi amarga soledad, había creído más reales que mi agonía sempiterna. ¡Oh, todo eso no era más que un juego anómalo! Aquellas noches de místico placer sexual enredado en caricias vendidas solo empeoraban mi condición, eso lo sabía muy bien. Mas ¿qué hacer entonces? No había nada más para mí y ni en la virtud ni en el vicio hallaba yo refugio alguno. ¿Creer en Dios? Era igual de irrelevante y patético que creer en la humanidad, que querer entablar vínculo alguno con alguien. Si tan solo pudiera amarme de mejor manera, si pudiera purificar toda la inmundicia en mi interior que me arrastra inevitablemente a la esquizofrenia de autodestrucción melancólica. Las sinfonías me consuelan de vez en cuando, me brindan un tenue suspiro de calma sincera, pero sé que volverá el infierno y la desesperación será aún mayor. No conoceré el amor nunca, porque ya ni siquiera quiero creer en él; al menos no en el amor humano, no en algo tan efímero e insustancial.
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Me gustaban esas noches de ebriedad, locura y desenfreno; así el aburrimiento de existir era más tolerable, pues así la tormenta disminuía considerablemente y yo me escurría por los obsequiosos recovecos de la muerte. Nada de eso, empero, llegaba a mi esencia más profunda. Es decir, siempre me sentí como un extraño en aquellos aquelarres dementes en los que me arrojaba tan desmesuradamente; sí, en los que hacía sangrar a mi espíritu anhelante de algo más allá de este mundo. ¿Quién diablos era yo? Solo un alma más en constante sufrimiento, infestado de tantas contradicciones e imperfecciones; tan humano y miserable que no podía vivir a gusto ni tampoco pegarse un tiro. ¿No podía o no quería? Ambas palabras se me antojaban demasiado engañosas, puesto que las acciones siempre superaban a las ideas y yo precisamente habitaba ya en el plano de las ideas, pues la realidad me aterraba bastante. Probablemente yo había enloquecido hace mucho, tanto que lo había olvidado y creía, absurdamente, estar todavía cuerdo. ¡Que el diablo me llevara, que nos llevara todos! En el infierno, sin embargo, ya nos hallábamos y no parecíamos lamentarlo. Parecíamos, en cambio, hallarnos muy cómodamente y hasta hacer nuestro mejor esfuerzo por subir los niveles de miseria, sufrimiento y estupidez al máximo.
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Hacía todo lo posible por ser yo mismo y, a pesar de ello, me sentía cada día más deprimido en este mundo de contradicciones absurdas y aberraciones humanas. Quizá, pensaba, la única manera de tolerar esta nauseabunda existencia era siendo solo una vil marioneta más; tal y como todos los demás a mi alrededor, como todos esos monos idiotas carentes de talento y envueltos en falacias inenarrables. ¿Qué era la humanidad sino el ruin desvarío de un dios-demonio demasiado aburrido con su mística soledad? Y pensar que la humanidad creía ser el centro de la creación y hasta se había inventado todo tipo de doctrinas que justificaran sus descabellados ensueños… Más bien, deberíamos arrepentirnos y sentirnos aterrados por toda nuestra irrelevancia; por toda la incipiente ignorancia que abunda por nuestro interior y nos condena a repetir el ciclo. Nuevamente el retorno a lo absurdo, a la oscuridad de los lamentos atroces, a los rugidos de las bestias inmundas. ¿Es que nunca aprenderemos a amarnos? ¿Es que seguiremos esperando salvación alguna proveniente de otro lugar que no sea nuestro interior? Sí, miles de dudas y contradicciones pueden atormentarnos; mas nada debería abatirnos lo suficiente como para no contemplar la luz que nace y muere en nuestro corazón abatido de tanto existir, llorar y sangrar.
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Quería probar el sabor de tu boca porque pretendía, por un escueto periodo, saber cómo sería si realmente tus besos fuesen solo míos, pero sé que eso es más que imposible. Y, sin embargo, aunque no eras solo mía, aunque no estabas solo para mí en ningún sentido, sentía que algo sensual y místico nos unía de manera irremediable… ¿Qué sería? ¡Diablo, tratar de definir eso sería quizá peor que enloquecer! Todo lo que quería era tenerme conmigo durante una hora entera. Sí, solo una hora y luego de eso más nada; luego de eso solo volver a mi habitación, deprimirme en soledad e imaginar cómo otros tu piel y tu boca devoraban sin cesar. ¡Ay, qué tonto corazón que se enamora del ser más bello y sublime! ¡Ay, pero cubierto de ruindad en un mundo repleto de cobardes y absurdos malditos!
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Me trastornaban las mujerzuelas porque eran endiabladamente hermosas y sinceras. Y, sobre todo, me excitaba más todavía el saber que habían estado con tantos hombres en tan poco tiempo. De hecho, mientras más folladas habían sido, mayor era la excitación que experimentaba. Sí, quizá yo también era un cerdo de lo peor; un bellaco sin la menor posibilidad de perdón divino. Pero ¿es que buscaba yo algo de eso? ¿Qué más me daba a mí que una estúpida y arcaica doctrina dijera esto o aquello de los actos e impulsos más naturales en el ser? ¡Qué absurdo era todo eso, sin embargo! ¡Cuánto los detestaba yo a todos ellos, a todos esos hipócritas y cobardes creyentes! Con sus odiosos templos, sus plegarias inútiles y sus ideas obsoletas… ¿Qué se obtenía de eso? ¿En qué ayudaba eso al mundo y a sus miserias? El hambre proseguía, la tristeza se incrementaba. ¡Ah, pero dentro de las iglesias ahí tienes la copa de oro, los adornos de lujo, los ornamentos preciosos…! Y entonces pienso que mil veces prefiero lamer el pie de una prostituta antes que siquiera darle la punta de la mano a alguno de esos estúpidos ignorantes y adoradores de la mentira suprema.
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Quien mata a alguien no debería de ser considero un criminal, sino una especie de mesías. ¿No es el hecho de asesinar algo, ciertamente, que acontece todos los días y de formas variadas? Simplemente se trata de un trivial asunto de estética; sí, se trata del cómo y no del por qué. Pensemos en todas las guerras que se libran, ¿acaso a alguien le importa impedirlas? ¿La sangre derramada no es incluso motivo de orgullo para el ganador? ¡Ah, cuánta hipocresía y doble moral imperan en el mundo actual y quizá siempre ha sido así! ¡Y cómo odio yo este mundo, a esta raza de completos idiotas y todos sus cuentos místicos! Yo los condenaría a todos a la hoguera, quizá solo salvando a los verdaderos grandes pecadores. Porque solo ellos han tenido el valor para ser ellos mismos y liberar las sombras en su interior. Todos los otros que sigan reprimiendo su oscura y ruin naturaleza; el egoísmo tan recalcitrante que nace de sus corazones putrefactos y los trastorna sin remedio ni parangón. El verdadero asesino no es aquel que derrama sangre cruelmente o de cualquier otra manera, sino solo aquel que no consigue hacer de su acto sangriento una coronación e imponerlo a la moral en turno. Esto lo hemos visto desde siempre, porque, en realidad, también el asesinato es relativo como cualquier otra cosa, situación o momento. Visto de esta manera, también Jesús podría haber sido un completo farsante y alborotador; y Hitler podría haber sido el único salvador y el auténtico redentor. Aunque la humanidad jamás aceptará esto, porque todavía sus mentes siguen en la prehistoria y no están listos para una psicología de tal envergadura. Dejemos, pues, a estos monos pseudo evolucionados entretenerse con sus bagatelas y su falsedad sin límites; nosotros volvamos a nuestra hermosa caverna y consolémonos con nuestra sempiterna melancolía suicida. ¡El mundo es un asco, la humanidad un vómito y el apocalipsis una necesidad!
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Encanto Suicida