La humanidad era solo vil excremento que nunca dejaba de salir; y este mundo insensato era el único sanitario disponible que, para desgracia de muchos y fortuna de unos pocos, se hallaba eternamente descompuesto. ¿Por qué debía existir algo así? ¿Por qué no pudo la nada simplemente imponerse a todo este absurdo amasijo de porquería, estupidez e intrascendencia que es el mundo humano y todas sus ridículas banalidades?
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Considero que una persona medianamente razonable, por simple cuestión de lógica y sensatez, no debería tener muchas esperanzas en esta existencia tan infernalmente deprimente y miserable; y, por ende, no debería ser muy extensa su estancia en tal alegoría fallida.
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Todo cuando podía hacer era esperar el trágico momento del quiebre, el día en que al fin pudiera abandonar para siempre mi repugnante y lóbrega forma humana… El día del tan soñado último suspiro, el día del más hermoso lienzo y el del más sublime poema: el día de mi muerte.
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¡Qué desgracia tan estúpida fue la aparición del primer ser humano! Pero aún más lamentable resulta el cuestionarse qué especie de irrazonable maldición le llevó a reproducirse… Y, si detrás de todo esto existe un diseñador inteligente, cualquiera que sea su naturaleza o esencia, no me parece, ciertamente, muy inteligente que digamos.
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La mayor decepción de mi vida ha sido precisamente descubrir que tenía una, pues realmente hubiera preferido nunca haber existido en este trivial tártaro de estupidez e ignominia donde la única escapatoria y, por ende, felicidad real es la muerte.
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El Halo de la Desesperación