Disociación de la realidad como mecanismo de defensa ante la imperante y aborrecible humanidad, ante al malgastado y fútil discurso de una vida que se supone deberíamos amar y preservar. Disociación de mí para poder protegerme de un ser que ya he dejado de reconocer como yo mismo. Y, finalmente, disociación del todo para poder enfocar mi odio y repugnancia en un único y último momento de iluminación suicida.
*
Cada nota de este piano lúgubre ha perdido el ritmo, cada verso de este poema melancólico ha dejado de ser poético, cada pintura de esta galería arcaica ha dejado de ser artística y cada idea de este escrito nostálgico ha dejado de tener sentido… Cada parte de mí ha dejado de sentirse viva y suplica solamente por la desaparición absoluta desde hace tanto, y es que ya ni siquiera logro recordar cuándo fue la última vez que sonreí tontamente junto a ti. Recuerdos inconexos que inundan mi consciencia atormentada y que afligen aún más mi roto corazón, pero pronto la soga en mi cuello habrá de iluminarme con el benevolente resplandor del encanto suicida. Será glorioso aquel momento triunfante en que todo lo que he sido será devorado por la nada sin compasión alguna ni resquicio de amor… Y ¡qué falacia creer todavía en algo tan estúpido como el amor, especialmente el amor humano! Lo único que he conocido aquí ha sido sufrimiento, desasosiego y hastío; elementos que siempre me han acompañado y que ahora aconsejan a mi soledad con nuevas y más sofisticadas maneras de hacerme miserable. ¡Ay! Si fuera posible devolverme en el tiempo e impedir esta nauseabunda tragedia que es mi anodina existencia, pero no… Debo proseguir y embriagarme con el olvido sempiterno de mi ominosa esencia, pues es temporalmente lo que me brinda efímero descanso. ¡Cuántas mentiras e ilusiones todavía me conforman! Como si no fuese yo sino un sombrío impostor de cualquier posible verdad, realidad, consciencia o atroz paradigma de lo eterno y lo infinito… Un asesino de su propia cordura y un demonio de su lamentable prostitución espiritual, condenado a ser cada vez más pesimista; quizá solo eso y nada más es lo que todos nosotros somos en el fondo. De ahí que tratemos tan desesperadamente, mediante toda clase de ridículas ideologías, funestas creencias o patéticas doctrinas, darle el más mínimo sentido a nuestro inenarrable sinsentido interno y, sobre todo, a nuestro indescriptible vacío existencial.
*
Realmente no entiendo nada, tan solo miro a todos lados y pienso que yo jamás debí haber existido. Es más, nada ni nadie debió haberlo hecho. ¿Qué maldita razón tiene esta existencia inmunda y vil? Y, si no la tiene, ¿para qué existe? Es decir, ¿qué sentido tiene que exista algo que no tiene razón de existir? Pero justo tal es el caso de este abyecto mundo humano. Como sea, últimamente apenas y me soporto un poco a mí mismo; creo que sí… No me parece que en el exterior se encuentre nada agradable, excepto aún más confusión y desolación sin límites. Prefiero asfixiarme con mis propias mentiras que con las de los demás; sí, ya no estoy interesado en que nadie me vuelva a adoctrinar. El caos regirá mis pasos hasta que aprenda a amar incondicionalmente, si es que alguna vez lo consigo. Y, si no, pues entonces me mataré presa de un paroxismo legendario mediante el cual mi locura infestó mi alma nauseabunda. ¿Qué más puede haber para mí? Soy humano y eso me atormenta sin parangón, ¡en verdad que sí! Me sumerge en un pantano de deprimente estupidez y de amargura incuantificable; me carcome las entrañas con sus infinitos tentáculos de miseria y sufrimiento siniestro. Y mi reflejo en el espejo, ¡ay! En él atisbo una soledad solo equiparable a la de aquel pobre diablo que se sabe ajeno a todo y cuya tristeza no conoce fondo. ¿Por qué habría aún de seguir aquí? ¿Por qué habría aún de tener esperanza? ¿En qué o en quién? Soy un extranjero de la vida y de la muerte, acaso un extraterrestre execrable cuyo único dolor es haber conocido este lamentable mundo y a los deplorables monos que lo contaminan. En fin, será esta otra madrugada de lamentos infernales y embriaguez espiritual; sí, otra vez fracasaré en mi bello intento por cortarme las venas o colgarme en mi alcoba sombría. Me rio de mí mismo y en mis ecos de frenética angustia percibo todas las artimañas que me ligan a lo ilusorio, todas las paradojas inenarrables que me desquician cuando recuerdo tu apocalíptico rostro en el funeral de los ángeles.
*
La cantidad de tiempo que vivimos es ridículamente efímera, lo cual también es otra manera en la que el destino nos recuerda lo trágicamente absurda que es nuestra humana existencia. Somos y seremos por siempre abyectos títeres de oscuros y siniestros intereses, de entidades sombrías que se divierten y alimentan con nuestro sufrimiento cotidiano. Es imposible que podamos amar, sea a otros o a nosotros mismos. La muerte, así pues, simboliza la única esperanza para todos aquellos extranjeros que, como yo, no tienen ya nada por qué seguir aquí. El desconsuelo abunda incuantificablemente, mientras más nos perdemos en las infinitas argucias de esta realidad trastornada; ¡no podemos escapar! El código para hacerlo no está a nuestro alcance, ¿cómo podría? No elegimos nacer ni tampoco morir, pero tendremos que hacerlo… Algo o alguien decidió por nosotros sin que nuestro libre albedrío pudiera interponerse, aunque no recordemos nada y ni siquiera sepamos si es que hubo algo previamente. La noche estrellada es todo lo que contemplo desde mi deprimente alcoba, tirado en cama y añorando solamente cortarme las venas esta solitaria noche de invierno sin ti. ¡Oh! Recuerdo ahora lo dulce de tus delirantes besos y lo místico de tu mirada penetrante, mas todo eso yace en la vorágine de lo que ya jamás resucitará sin importar la dimensión o los eones que atormenten mi espíritu divagante.
*
Y, cuando finalmente comenzamos a creer que vale la pena vivir por algo o por alguien, ocurre un suceso lamentable que nos sumerge en el estado más abismal (y natural) de la existencia: el caos de lo absurdo.
*
Lástima que cuando queremos vivir ya es demasiado tarde, pues ya hemos desperdiciado todo nuestro tiempo y ahora tan solo resta la muerte… Aunque curiosamente siempre tendamos a ver esto como algo negativo o maligno, como si se tratase de un suceso horrible y perturbador; mas podría bien no ser del todo así. No lo sabemos, esa es la verdad. Solamente hacemos juicios basándonos en lo que hemos absorbido del sistema y de nuestro aciago adoctrinamiento. Ni todo es bueno ni todo es malo; ni todo es luz ni todo es oscuridad. Y tal vez ahí radica en gran medida el problema del abismo interno: en querer siempre pensarlo y sentirlo todo términos absolutos, en no poder apreciar lo entrelazadas que pueden llegar a estar las cosas fuera y dentro. ¡Qué difícil es llevar nuestras percepciones a otro puerto en donde podamos comenzar a amar! ¿Qué es el amor, además? Creo que es algo totalmente opuesto a lo que impera en el mundo moderno: el sufrimiento. Muchas veces me he cuestionado incansablemente por qué las cosas son así, pero creo que tengo la ligera impresión de que hay un trasfondo mucho peor del que imaginamos. Lamentablemente, nosotros estamos inmersos en esta pesadilla dual. El único consuelo que tenemos es todavía poder luchar, todavía poder despertar y atrevernos a sonreír sin importar si por dentro nuestro llanto nos ha consumido más de lo normal. Tenemos quizá todavía una oportunidad para contemplar y apreciar todo aquello que siempre hemos rechazado, odiado y vomitado: lo humano. Y quizás estemos condenados a volver una y otra vez aquí hasta que aprendamos esa única cosa: amar.
***
Desasosiego Existencial