Solía creer que no te necesitaba más, pero hoy sé que te necesito tal vez más de lo que necesito a la muerte. Aunque esta última, muy inteligentemente, te haya arrebatado de mi lado para aumentar al máximo la desesperación de existir que tan profundamente carcome mi espíritu. Por suerte, aún me queda un valioso aliado en este injusta querella que es la vida: el suicidio.
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Claro que podía hacer muchas cosas y, de hecho, las hacía. Era solo que ya ninguna de ellas tenía el más mínimo sentido y las realizaba como un autómata. Además, el vacío y la agonía incrementaban su intensidad en mi interior día con día. No había otra salida posible, ninguna otra senda me quedaba por recorrer que no fuera quitarme la vida esta noche.
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Nos aferramos a esta vida sin sentido porque es lo único que conocemos, pero, si nos diéramos la oportunidad de conocer a la muerte, tal vez nos llevaríamos una agradable sorpresa.
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No importa cuán buenas personas creamos sea, al final la vida se encargará de volvernos las peores personas, pues justo eso es lo que se requiere para subsistir en este aberrante mundo.
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La ira que carcomía mi interior aquella tarde calurosa de primavera no tenía parangón ni podía ser calmada con nada. Algo estaba a punto de explotar en mi interior, algo sombrío y acaso horrendo. Lo peor, sospechaba, era que no me hallaba solo como antes, sino en su compañía. Ese maldito yo que a veces emergía y se apoderaba de mí vociferaba lamentos de muerte y psicosis y, ciertamente, no me desgrava del todo lo que me pedía hacer…
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Entonces la miré, tan pura e ingenua, e intenté convencerme de que no debía usarla para calmar todo mi odio, pero mis actos no fueron congruentes con mis pensamientos y entonces no sé qué más pasó, tan solo desperté en este cuarto manchado de sangre y con su cuerpo ya sin vida arrastrándome de vuelta a mi yo de siempre.
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Manifiesto Pesimista