Sí, es cierto: yo me maté por ti. Lo hice porque creí, quizá muy ingenuamente, que así podrías llegar a notarme, a apreciarme, a valorarme y, ¿por qué no?, a amarme también algún día.
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Sabía que lo nuestro no era amor, pero sabía también que nada más lo sería.
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Perdí mi halo por ti y jamás volví a ser el mismo después de haberte conocido. Tú cambiaste no solo mi destino, sino la melodía de mi alma. Y, aunque te fuiste muy pronto hacia las estrellas, aún pienso en ti cuando, noche tras noche, fantaseo con la idea de desenterrar tu cuerpo y acariciarlo una vez más.
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Prefiero creer en mí mismo que en algún dios, pues así al menos el engaño es un poco más tolerable.
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Al final, lo único que importa en la vida es… ¡Nada! ¡Absolutamente nada! Nuestra muerte será tan irrelevante como lo fue nuestra vida, así que en realidad da igual todo.
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La Agonía de Ser
