Es natural que las personas quieran vivir y reproducirse, puesto que su esencia no es otra sino la estupidez. De ahí que, en general, la gran mayoría pase toda su vida buscando una persona con la cual fornicar y engendrar unas horribles criaturas cuyo miserable destino no será otro sino el de ser esclavos de la matrix; tal y como sus mundanos progenitores.
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La inexistencia absoluta es la salvación absoluta, pues mientras se exista habrá todo tipo de contrariedades, dolores y mentiras a las que nos veremos irremediablemente expuestos de una manera u otra. Nuestra miseria no cesa por más de unos minutos y nuestra desesperación no tiene límites; no obstante, seguimos adelante sin saber por qué. ¿Quién osará algún día apiadarse de nuestro sufrimiento? ¿En verdad algún día todo esto no será sino un mal sueño? ¿Es acaso esta una de las peores pesadillas de algún dios trastornado?
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La auténtica locura, quizás, es pretender que se puede vivir en este mundo sin enloquecer o sin embriagarse la mayor parte del tiempo. Cualquiera que estando en sobriedad o bien de la cabeza y que se sienta feliz de estar vivo, no puede sino causarme repugnancia, lástima o tristeza.
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Ciertamente, nuestra humana ignorancia es incluso una forma de protección ante los desvaríos más violentos que el caos más blasfemo nos podría obsequiar. Mirándolo desde esa perspectiva, podríamos decir que es una bendición ser un idiota; al menos así se puede vivir sin percatarse de verdades que podrían destrozar la mente en un santiamén.
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Todo lo que creemos que somos no es sino el producto de un repugnante adoctrinamiento al que hemos sido sometidos para solidificar una falsa identidad que nos impida suicidarnos tan pronto como tomamos consciencia de esta pavorosa realidad en la que nos vemos obligados a existir sin ningún maldito sentido.
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Manifiesto Pesimista