Y, cuando pensaba que la humanidad ya había alcanzado su máximo grado de estupidez y ruindad, me di cuenta de que estaba muy equivocado. En realidad, deseaba estar en lo correcto, pero claro que no; porque esta raza tan repugnante y absurda siempre ideaba nuevas formas de demostrar cuán inferior, patética y vil podía llegar a ser. El verdadero error, así pues, consistía en creer que existía un límite para todo esto.
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Tú rompiste mi corazón, pero yo te quité la vida; creo que, al final, quedamos a mano. ¿No lo crees así, mi eterno e imposible amor?
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No era solo que la vida no tuviera sentido alguno, era que cada aspecto en ella era tremendamente insoportable; era como si tan solo tuviéramos que vivir para sufrir y nada más, pues incluso las supuestas cosas buenas se tornaban tan ridículamente efímeras y, después de un tiempo, aburridas. Tal vez, en el fondo, ese era mi problema: estaba jodidamente aburrido de todo y de todos, incluso de mí.
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El suicidio, a como están las cosas actualmente, no es tanto una tragedia, sino más bien una benevolente necesidad. La muerte es la única salvación, eso es lo que siento desde lo más profundo de mi alma y ninguna entidad de esta vida insulsa y aberrante me hará cambiar de parecer.
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No importa en qué creas o lo que sea que te hayan dicho hasta ahora sobre la realidad, la existencia y la vida; puedes tener la certeza de que absolutamente todo es una perturbadora y ominosa mentira para mantenerte vivo. O, dicho de otra manera, para alimentar a la pseudorealidad hasta tu indispensable hora de fenecer.
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La Agonía de Ser