Siempre que se obsequia vida a un nuevo ser, en realidad se está obsequiando el origen de todos los males. Así pues, el sexo y la reproducción no pueden simbolizar sino la caja de Pandora en una sociedad degradada como esta donde cada nuevo ser engendrado es, con suerte, solo un poco más estúpido que sus progenitores. En el peor de los casos, y en gran medida, se trata de un caso perdido: un títere más que servirá de alimento a la pseudorealidad y que reforzará la miseria humana mediante todo tipo de creencias y ridículas ilusiones. En conclusión, lo mejor siempre será no fornicar, no reproducirse, no nacer ni hacer nacer y, sobre todo, no adoctrinar.
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Lo mejor que podemos hacer con un recién nacido para evitarle cualquier tipo de sufrimiento innecesario es asesinarlo de inmediato. Cualquiera argumentaría que llevar a cabo este acto sería una aberración, pero mucho más cruel y aberrante sería permitir que dicho ser comenzase a vivir y, al final, ¿para qué? Para terminar, al cabo de un efímero tiempo, sufriendo, deprimiéndose y tontamente muriendo.
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Mientras me tenga a mí mismo, no me importa nada más, pues sé que, al fin y al cabo, en el fondo siempre estaré solo sin importar de cuántos absurdos seres esté rodeado. En parte así es mejor, así al menos me evito el gran disgusto de fingir interés en las patéticas vidas de la inmensa mayoría de gente que habita por desgracia esta pseudorealidad.
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Nunca estoy solo, siempre tengo a mis demonios internos para hacerme compañía. Y, ciertamente, son mucho más interesantes y divertidos que la mayoría de las personas.
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Ya no podía contenerlo por más tiempo y, de hecho, no debía. Era acaso mejor permitir que aquella inicua monstruosidad emergiera y controlara mi cuerpo por completo realizando toda clase de actos deleznables y obscenos. Tal vez solo así podría expulsarla de mi interior algún día; lograría entonces la purificación absoluta y la destrucción de mi humana esencia para elevar mi espíritu hasta los campos elíseos.
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Manifiesto Pesimista
