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Absurdo Siniestro

Aflicción de un alma rota, de un posesivo aroma que distingo como el de la sublime muerte. Rosas negras que caen del cielo para entristecer aún más este día nublado, para recordarme cuán deprimente es la existencia y cuánto carece de sentido cualquier acción o pensamiento. El sol hace tanto que no lo contemplo y ni siquiera recuerdo ya cómo se sentía estar bien, o si alguna vez lo estuve; si en algún tiempo sonreí falsamente ante la desdicha de vivir. Ahora todo se oscurece, la navaja ataca mis muñecas y la sangre que escurre me llena de placentera angustia. ¡Cómo quisiera que no fuera así! ¡Cómo quisiera estar menos solo y ser más comprendido! Pero no, el tiempo es mi enemigo y el suicidio mi único amigo. Le ruego que me envuelva entre sus brazos, que me brinde esa paz que libera, esa calma que tanta falta me hace. Pero aún sigo vivo y todo me fastidia como nunca; todo me enloquece, pues todo es siniestramente absurdo.

Y, dentro de mi eterna y humana miseria, sí que aún te recuerdo; sí que aún tengo esas memorias derruidas de lo que fue nuestro desamor, nuestra trágica historia. Esa ha sido la única vez que he sentido alcanzar la victoria en contra del absurdo, en contra de las poderosas garras que me abaten cada día y que me arrastran hacia el agujero de la más sórdida tristeza de la cual es impensable siquiera escapar. He llegado a odiarte, he maldecido tu nombre una y mil veces, pero, en el fondo, creo que aún te amo. Y creo que tu partida hacia el más allá fue lo mejor, aunque desde entonces vago sin rumbo alguno entre los supuestos vivos; aunque me haya vuelto un cadáver andante sin motivos y sin la más mínima esperanza de volver a sonreír como cuando estabas aún viva. No debo ya recordarte así, es un sacrilegio añorarte tanto cuando bien sé que la muerte es lo mejor que existe. Ahora tú estás con ella y eso me confiere, pese a todo, una sensación agradable al final. ¡Que todo y todos se vayan al diablo, lo único que quiero ya es matarme en un último arrebato de siniestra oscuridad!

El alba está próxima y mi muerte quizá también. Veo que acecha afuera, sonriendo majestuosamente y esperando el quiebre definitivo de mi endeble cordura. El fuerte fulgor de las estrellas me deja herido, me recuerda el resplandor de tu mirada perdida. Y, con ello, viene nuevamente la ironía; sí, la estúpida pregunta de siempre: ¿para qué seguir existiendo? No puedo soportar ya la recalcitrante nostalgia que raspa mi interior y que me suplica por entregarme al óbito con el único objetivo de volver a verte. Sé que es una locura, que todos mis lamentos no podrán traerte otra vez a esta infame realidad, pero lo intento mientras rasgo mis muñecas y se siente tan bien. Las cuencas del dolor imploran por una víctima, por el retorno del dios predilecto al origen del caos máximo. Deseo aplacar sus quejidos mientras añoro el catártico silencio de las torres oscuras. La lujuria no ha podido conquistarme, no ha conseguido que mis anhelos en otros cuerpos se derramen. Y sé que nada lo hará, pues te amaré eternamente, aunque haya tenido que matarte.

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Melancólica Agonía


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