Te añoro como un ser necesitado de un nuevo mundo tan puro, como un símbolo imperante en mi locura abyecta y eterna, como esa sublime estela que, sin importar cuanto lo intente, solo podré contemplar y jamás alcanzar.
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Cada color en tu lienzo sempiterno me muestra una faceta distinta, y cada una de ellas ilumina una parte de mi desteñida existencia. Todo lo que tú eres es lo que yo jamás podré ser y todo lo que soy es lo que jamás quise ser. Pero ya no tengo opción, pues es cierto que en esta hora lúgubre el suicidio es la única manera en la que podré alcanzar la perfección.
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Me haces volar con solo una mirada, tal es tu influencia en mí. Haces que estas alas ensangrentadas renazcan siempre que la tormenta abate mi maltrecha esencia y es tu silueta la que me protege de la corrupción del mundo terrenal en el que lamentablemente se suspenden nuestros flagelados espíritus.
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Me reconforta saber que, por muy absurda que resulte esta falacia humana, tu alma fulgura como aquella deidad inconcebible que jamás podré siquiera rozar, como aquella delirante pantomima que en la que ha de colapsar mi banal y efímera existencia humana.
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No son celos, es tan solo que… ¡Cómo me encantaría que estuvieras viva solo para mí y muerta el resto!
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Me muevo de un lado al otro en mi nauseabundo interior, como buscándote en él, aunque sé que estás tan lejos. No sé ya ni siquiera quién soy, pero sé quién eres tú y lo que simbolizarás eternamente en mi tragicómica existencia: el (des)amor de todas mis vidas.
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Amor Delirante
