El caótico día que te fuiste me sentí, paradójicamente, aún más feliz de lo que me sentí el día en que a mi vida llegaste. Ahora veo que arruinaste todo lo que creía hermoso de nosotros, que te encargaste de aplastarme con tu estúpido ego y me convertiste en tu triste marioneta. Por eso hoy que te marchas, lo único que te pido es una cosa: jamás regreses a mi vida, porque acaso ya ni siquiera vivo me encuentres ya.
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Probablemente jamás tuvo sentido o tal vez sí… Al menos fue un buen autoengaño, una bonita manera de sentirme menos triste y menos muerto. Este demente amor ha llegado a su fin y sé no nos volveremos a ver nunca más, que ya nunca volverán a unificarse nuestros corazones ni nuestras almas en una supernova de fulgor incuantificable. Aunque, por otro lado, eso me ayudará bastante, pues nuestro adiós se convertirá en el impulso necesario para poder finalmente decirle adiós a esta vida absurda y a todas sus funestas ilusiones.
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Al fin puedo respirar un poco más, al fin puedo ser libre de nuevo unos instantes más. Tú ya no estás aquí y eso me hace estremecer al mismo tiempo que me deprime irracionalmente. Es tiempo ya de volver a ser yo, de cambiar el matiz de este traumático desliz hasta que mi alma infeliz se marchite sin tus brazos. Es el momento, así pues, de retomar mi lamentable existencia, aunque sea solo para destruirme, martirizarme y luego, por suerte, matarme.
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Es, quizá, sumamente natural que las personas se enamoren de otras o que cambien de parecer después de cierto tiempo. Y, quien no esté dispuesto a aceptarlo, sufrirá profunda e irremediablemente. Esa es, de hecho, la esencia de la existencia y de todo lo que en ella reside: el imperecedero e indiferente sentido del cambio. De ahí que el amor verdadero únicamente termine siendo un modo de asegurar la reproducción de esta repugnante especie y no algo sublime ni trascendente como tantos ingenuos aseguran.
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El camino de fuego se despeja y la serpiente plateada se esconde entre la hierba; los demonios de tres cabezas salen del agujero y esparcen la salvación a los desamparados. Un pequeño corazón en llanto es consumido por el dolor y la sangre, mientras la contraparte ríe desquiciadamente y sueña con un nuevo paraíso. Todo ha sido simplemente un delirio de la deidad hermafrodita, pero su sonrisa anuncia ya el final de cada evento pasado o futuro dentro de aquella malsana realidad donde todo es un constante ciclo de sufrimiento, tedio y vano deseo.
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Quien se enamora, siempre pierde… Pero tal vez valga la pena perderse tan estúpida y profundamente al menos una vez con tal de obtener una efímera sensación que nos aleje un poco de la aburrida y cotidiana existencia humana, aunque sea tan solo por un ínfimo periodo y aunque sea únicamente para dejarnos mucho peor que antes.
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Amor Delirante