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Balsámico Ensueño

Mientras te abrazaba y te recostabas en mi pecho, pensaba en tus mágicos suspiros y tus nobles atributos que, tan violentos y afables, resplandecían más allá de la meseta onírica. Separando la mente del terrenal espacio fue como ascendí hasta atisbarte en los planos más elevados donde moran solo los dioses. No obstante, ahí estabas tú, tan espiritual, tan real, tan acendrada y evolucionada que mis ojos no contemplaban la belleza del paisaje, sino solo la de tus hermosos labios cuyo sabor me deleitaba y me alborotaba en todos mis pasajes. Contemplaba yo, cual el más miserable y patético de todos los mortales, el mágico tesoro, superior a cualquiera de este mundo asqueroso, que surgía al despegar tu ser de esta horripilante realidad. Cada detalle de tu rostro me tenía anonadado, pues cada uno era aún más perfecto que el anterior y parecía haber sido labrado por los dioses de todos los olimpos. Pero ¡oh, tu boca! Era tu delirante boca la que me atraía más que un agujero negro.

Pensando en la eternidad descubría entonces que enmarcaba la inefable magnificencia de tus besos, la desbordante e inexorable virtud con la cual te deslizabas y conquistabas el maravilloso firmamento donde yacen las místicas oraciones y los cánticos etéreos de los músicos inmortales. Y todas eran solo para ti, solo por ti. Mis emociones son fieles testigos de lo que expreso en estas líneas, pues nunca quise regresar al mundo humano sin que tú condujeras mi camino; no quise permanecer atrapado en esta prisión corporal sin que tus caricias liberasen mi verdadero y único espíritu. No sé si somos casualidad o destino, pero no importa ya. Lo único que me compete es formar uno contigo en el sentido de los siete colores alienados y, con ello, resurgir de los infiernos para conquistar los cielos más sagrados, los que se esconden en tu ser inmaculado; en aquella vereda en la cual deseo penetrar hasta encontrar el punto del máximo resplandor.

Las notas que antes sonaran discordantes y explícitamente absurdas ahora ilustran singulares pinturas impresas con la inmarcesible fragancia proveniente de tus exquisitos encantos suicidas, mismos que se enredan en mi alma tras las noches donde la gibosa luna presencia nuestras exóticas y refulgentes esencias entrelazadas. Inusual es la fragante ataraxia que desciende por los sinuosos valles de cromáticos destellos cuando permanezco contemplándote y elucubrándote, entendiendo tu existencia como un melifluo apologético que se ha extendido en mi corazón y más allá de toda indolente concepción superflua. Eres el pensamiento que impulsa mis versos más supremos, la sustancia inmanente en la eternidad de mis concurridos deseos. Eres el prolegómeno de este simbólico y utópico despertar, la sutil y laudatoria forma en cuyo contorno encontraré el más espiritual ensueño: el del suicidio sublime que hacia ti ha de proyectarme.

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Anhelo Fulgurante


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Capítulo XLVI (EEM)

Corazones Infieles y Sumisos I

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