Discordantes retumban las fúnebres y lacónicas trompetas del adiós, las coloridas nubes del ensueño se desvanecen en el juicio inmanente y atroz que sentenció la perdición de los dos. Lo que fuimos quedará plasmado en bellos y elocuentes discursos que el devorador regurgitará, en versos insulsos cuyo afán de pertenencia no trascenderá; pero que, pese a todo, anunciarán el hielo que pronto mi ser envolverá. Apesadumbrado y decaído percibo el sonido de la defunción, la sinfonía de muerte que apaciguará todo mal y ostentación, que liberará mi mente de estas cadenas mundanas donde reina la insignificancia. Cuán absurda fue mi existencia, tan parecida a la de mis compañeros decadentes, salpicada de la mugre depravada y la repugnancia ilimitada que al mundo habían envuelto. Jamás fui diferente, aunque creí todo el tiempo que sí. Los mismos engaños que aplicaban para el resto, fueron tergiversados para mí. Pero hoy ya no más, pues hoy al fin habré de culminar esta ridiculez.
No obstante, cuando te conocí surgió raudamente la esperanza de la felicidad, del laudatorio abrazo que remediaría someramente el nebuloso y controvertido combate en mi sombrío interior. De ti será mi mejor yo por la eternidad; la versión más suprema y recóndita que alguna vez ha posesionado la intrascendencia de mi asquerosa vida. Gracias por los momentos de supuesta felicidad en el reino de la banalidad, por los besos divinos y las caricias encomiásticas que posaste sobre un desgastado ser enfermo de existir, de yacer en medio de la grotesca burla cósmica. Preciosas joyas iridiscentes de incomparable centelleo fueron esos eones compartidos con tu inefable soltura detrás de los páramos adimensionales, risas incontenibles y pasiones ahogadas por el deseo y el delirio del alma. Pronto, no quedará nada de nosotros ni mucho menos de nuestro trágico desamor. Las cenizas serán esparcidas por el cosmos y nuestros corazones serán congelados en el vacío cuántico.
Paseos y caminatas por los bosques de los diez mil universos en colapso, orlados con polvo galáctico derivado de tu sonrisa sibilina e inmarcesible que a mi corazón inflamaba de incomprensión e inestabilidad al sentirme agujerado por tan magnífica sensación contraria a mi prosapia y mi frivolidad mortal. Fue tan mísero el tiempo que se mantuvieron unidos los engranajes que pusieron en marcha el mecanismo de misteriosa beldad que originó aquel encuentro singular y despampanante. Aquel en el cual intercambiamos nuestras consciencias modificando el destino y el entorno que ahora reclama el trono, mismo que se alza victorioso sobre la indispensable emancipación de dos amantes traicionados por sus instintos; atravesados por la flecha flameante que disparó lo que otrora fuese nuestro caótico y rutilante desatino. El caos conquistó lo que creíamos controlar y nos devolvió a la realidad con brutal indiferencia, nos hizo comprender, cual magia prohibida, que lo nuestro nunca fue amor.
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Locura de Muerte