Capítulo III (LCA)

En el fondo, Filruex y Lezhtik eran más similares de lo que imaginaban. Si bien es cierto que sus temperamentos y actitudes discrepaban demasiado en cuanto a lo común se refiere, ambos conservaban intacta su libertad espiritual. Los dos locos soñadores tenían un mismo ideal: cambiar el mundo. Desde siempre, habían divagado con un cambio absoluto, con la destrucción definitiva de la matrix donde tan plácidamente se suspendía la humanidad. Sin embargo, aquel par de dementes no tenía la más mínima idea de lo complejo y atrevido de tal empresa. Aun así, era algo bastante emotivo pensar que todavía existían personas en este mundo quienes no aceptaban las imposiciones de las élites y se rebelaban a su modo. Eso era precisamente lo que hacía falta para purificar este infierno y resucitar el paraíso que alguna vez arropó a tan míseras criaturas humanas. Destruirlo todo para construir un nuevo mundo, una civilización donde solo existieran personas evolucionadas y sublimes. Aquella utopía estaba firmemente enclaustrada en los corazones de aquellos quienes suspiraban por un ápice de verdad en este pantano de infinita mentira e hipocresía.

–Entonces ¿crees que haya sido el destino el que te llevó hasta ese hombre?

–No lo sé, amigo. Quisiera no pensar en eso, siempre me ocasiona un dolor de muela.

–¿En serio? A mí nunca me ha pasado y eso que lo hago diariamente. Lo único que me ha ocurrido es un infame dolor de cabeza cuando un día dormí solamente una hora por elucubrar sobre la clase de lógica.

–Como sea, déjame continuar. Ese hombre que yo reconocí como mi padre había envejecido, pero tenía todavía muchas fuerzas. Y, en el último cumpleaños que pasó conmigo, supe su pesar. Era como si ya supiera que las fauces de la muerte iban a recogerlo pronto.

–¡Qué curioso! He escuchado y leído que la muerte puede presagiarse, pero eso no lo creo muy posible. En todo caso, ¿qué sentido tendría que así fuera? Uno podría morir hoy o mañana, o en veinte o treinta años, y sería lo mismo. A final de cuentas, no dudo que algunas personas intentasen a toda costa evitar la muerte anunciada. O, quizá, la muerte va más allá del destino y del azar, aunque estos dos conceptos son vagos y no están claros para mí. Los supongo opuestos, pero algo me dice que encierran más relación de la que imagino.

–Siempre tan reflexivo, es algo que admiré de ti. Volviendo al tema, mi padre me contó lo siguiente: en un acto de locura, había decidido robar un banco y largarse muy lejos, abandonando a su esposa y a sus dos hijas, dejándolas a su suerte. Se había ido con su amante para comenzar una nueva vida; sin embargo, tan solo unos meses después, su nueva mujer lo desfalcó y se fue con un hombre más apuesto. Esto lo hundió en la miseria y la desilusión, recordándole a su antigua mujer y sus dos hijas. Y la familia que había rechazado lo atormentaba en sueños. Entonces tomó la decisión de volver y, cuando lo hizo, fue demasiado tarde, pues su otrora esposa había contraído matrimonio con otro hombre, y él ya no tenía nada por que vivir.

–Eso suena muy triste, parece la historia de un hombre atormentado por el karma.

–Y eso no es todo –se apresuró a proseguir Filruex, ya borracho–. Ya sin deseos de vivir, una noche salió con un arma, decidido a quitarse la vida, a terminar con su agonía. Sin embargo, cuando estuvo a punto de hacerlo, en un callejón solitario y pestilente, escucho los quejidos de una mujer. Decidió que echaría un vistazo y grande fue su sorpresa al reconocer a una de sus hijas siendo violada por su padrastro. Se abalanzo contra él y lo golpeó hasta matarlo, tenía la mano pesada, y aun así lo remató con el revólver, descargándolo todo sobre el cadáver de aquel malnacido. No tardo en pasar el tiempo cuando apareció su antigua mujer con su otra hija y, viendo lo acontecido, maldijeron a mi padre e inventaron la historia de que él había sido el que intento abusar de su propia hija, y que había matado al hombre que intentó detenerlo. Los policías decidieron creer la historia, nadie abogó a su favor y fue encarcelado.

–Eso suele pasar, siempre la supuesta justicia defiende a los criminales –replicó Lezhtik un tanto molesto y ya con deseos de irse–. Supongo que es como el mundo funciona, las cuestiones que creemos sensatas nunca son las que están en los acontecimientos. Y, sin embargo, seguimos viviendo de manera ilógica, sin razón alguna, o eso me parece a veces.

–Así es, Lezhtik, pero todavía hay más. Curiosamente, el día en que mi padre fue liberado, es cuando me encontró. Me contó sobre lo extraño de aquel suceso, pues fue una casualidad que él pasara por ese callejón donde yo estaba refugiado en esa ocasión. Verás, hacía un frio infernal y yo había decidido que moriría esa noche, no había comido nada en semanas y estaba enfermo de pulmonía. Ese hombre me encontró y salvó mi vida, me ofreció el calor de su hogar y el cariño de un padre que jamás tuve. Y, aunque era considerado un hombre malo por su forma de vivir, era todo lo que yo tenía, era todo lo que me mantenía con vida. Aquel joven malviviente ahora finalmente conocía lo que era no pasar hambre ni sed, asearse y vestirse decentemente. Con ilusión, esperaba cada noche después de que culminaba con sus excesos para conocer de esas historias que me relataba sobre sus vivencias. De él aprendí todo lo que sé de un hombre y lo que respecta a la injusticia, de ese hombre inmoral y malvado comprendí lo que era el bien sin jamás haberlo visto.

            –Y ¿por qué mencionas lo del destino? ¿No dices que fue una casualidad solamente?

            –Quizá sí, quizá no. No lo sé, y lo que me contaste aquel día me dejó con más dudas. El callejón al que mi padre regreso ese día fue el mismo en que ocurrió aquel suceso donde fue encerrado. Él había jurado nunca volver ahí, nunca en su vida quería recordar aquella blasfemia. Pero hubo algo, según me contó, una fuerza misteriosa lo hizo volver. Estuvo a punto de no hacerlo, de ignorar ese instinto, aunque no pudo. Y, cuando volvió, acongojado y temeroso, encontró a un chiquillo huérfano y maloliente.

            –Suena interesante analizar ese punto. Yo no podría decirte algo contundente, pues de igual forma busco respuesta a ello. Creo que a veces hay señales Filruex, mismas que deben ser entendidas en su forma oculta, pero los humanos hemos perdido esa habilidad.

            –Y solo me quedó una duda en toda la vida de mi padre. Nunca le cuestioné algo, excepto una sola cosa.  ¿Cómo lograba mantenerse impasible ante la vida que había llevado? ¿De qué modo puede un hombre aniquilar las emociones y amortiguar las volteretas malditas de la existencia?

            –Bueno, no sabría qué decir al respecto. Dicen que con la edad viene la experiencia, pero no creo que sea solo eso, debe haber algo más, algo que pueda deshacer esa preocupación por los acontecimientos terrenales en que los humanos nos vemos involucrados, ora consciente ora inconscientemente.

            –Tienes razón, yo tampoco creo que un hombre pueda por sí mismo mostrarse indiferente ante la existencia, tiene que estar preparado espiritualmente para no caer en la locura del suicidio ante tales altibajos.

            –Y, aun así, puede que ni eso lo salve de su destrucción. En cierta forma, es el renacimiento lo que hace del hombre una criatura menos terrenal. Pero este renacimiento no se da por causas externas, debe surgir del interior.

            –Es como lo que dices del mundo actual, ya todos han elegido una muerte que los mantenga en la ilusión de los placeres terrenales, y han rechazado una que los eleve a la divinidad que podría liberarlos de la miseria.

            –Aunque, como siempre te lo dije, no vale la pena intentar salvar al mundo, pues ellos mismos hacen todo lo posible por hundirse. Tal como expones en tu club, los humanos ya no quieren realizar algo que no sea recompensado con dinero.

            –Sí, tanto la poesía como el arte están prácticamente divorciados de aquello que las personas añoran. Ni hablar de la filosofía, la literatura o el misticismo, nada de eso le interesa al ser actual que ni siquiera sabe apreciar lo que es la vida. Aunque, ciertamente, yo no soy quién para decirlo.

            –Una vez leí que la vida es el mayor regalo que pueda tener el ser –afirmó Lezhtik con cierta superstición–. Sin embargo, al mirar las condiciones en que el mundo se halla, el mundo que los humanos han diseñado, siento repulsión de pertenecer a esta raza tan trivial.

            –Lezhtik, yo pienso algo similar. Creo que el mundo es bello, que hay cosas que pueden todavía ilusionarnos y mostrarnos lo etéreo y sempiterno de la existencia. Los paisajes idílicos como el bosque de Jeriltroj, los ríos y mares que brillan y reflejan la hermosura de los cielos azules, los animales y sus complejas formas biológicas, las matemáticas y sus misteriosos teoremas, la física con sus teorías desafiantes, la filosofía con sus postulados atrevidos, la poesía con sus letras acendradas, el arte y la literatura con su toque especial y mondo. Sabes, he hallado más belleza en todo eso de lo que carece el humano que en lo que le brinda placer; empero, yo no soy diferente a los demás, tú sí.

            –Yo tampoco creo ser diferente. Por más que lo intente, sigo cayendo en la misma miseria que impera en el mundo. Pero, a mi modo, quiero cambiar.

            –¿Qué es lo que más te molesta del mundo? ¿En verdad odias tanto estar aquí y ahora existiendo?

            –Supongo que solo damos vueltas, ya hemos dicho eso antes. Pero bien, si tengo que responder te diría que es lo mismo que tú detestas. Por caminos diferentes, llegamos a la inevitable conclusión. Miro a las personas y noto algo que no puedo definir fácilmente, pero diría que considero fútil su estancia en el mundo. Viven idiotizadas con zarandajas y preocupadas por gente que jamás han conocido y que, en todo caso, es igual de trivial que ellos. ¿Qué clase de ser daría la espalda a sus dotes divinos y rechazaría esa supremacía por simples pasatiempos y placeres terrenales?

            –Ya veo, tienes una molestia por la forma en que las personas piensan y viven. Eso es naturalmente obvio para seres como nosotros, pero ¿cómo podríamos hacerlo notorio para los demás? Quizá ya estén totalmente consumidos y nada podamos hacer por ellos. Aunque a los humanos tontos se les otorgue el poder para crear mundos, seguramente terminarían por conformarse con uno como este. He intentado organizar círculos de lectura, de estudio, de dibujo y de literatura; no obstante, en todos los casos termino por quedarme con mi soledad. Son contadas las personas que hoy en día pueden ver más allá del dinero y que se interesan por estas actividades que nosotros creemos elevadas.

            –Recuerdo que muchas veces le presté libros a mi padre, jamás los leyó y terminé por guardarlos en un viejo cajón. Lo mismo pasaba con mis compañeros, a nadie le preocupaba leer; en cambio, sí les interesaba saber cuál era el jugador que había ganado el balón de oro, qué actor se había divorciado el mes pasado, entre otras cosas.

            –Lezhtik, te aprecio como un ser libre y que no acepta los preceptos que esta sociedad vacía impone y cuyo fin es limitar al humano. Ojalá que nunca pierdas ese fuego que arde en tu interior, que nunca te doblegues ante la injusticia y la falsa moral de estos seres acondicionados.

            –A veces no entiendo la forma en la que haces las cosas, pero supongo que tenemos diferentes formas de actuar. Si pudiera cambiar algo en el mundo, sería nuestra existencia. Pediría que los humanos nunca hubieran aparecido en este planeta, así el mundo y las demás especies serian inmensamente felices, seguramente. Tan solo pienso en cuánto mal el humano ha acumulado a lo largo de estos tiempos, y quizás este es el mundo que merecemos, así de nauseabundo es nuestro interior. Esta realidad, es solo la proyección del ser que hemos fraguado muy dentro de nosotros.

            –¡Qué humanidad tan pobre espiritualmente es la que se ha consolidado, incluso intelectualmente somos una basura! –aseguró Filruex con una insolencia inmensa, presa del alcohol y de una clase de locura muy propia de él–. Veme aquí Lezhtik, borracho y miserable, intentado ser un super hombre y viviendo bajo mis propias formas, y, a final de cuentas, sin poder escapar de este sistema. Pienso que es imposible que un humano logre zafarse de esta enredadera blasfema que es la matrix. Nunca se logra estar fuera, solo más lejos del centro, que es donde están la mayoría, acumulados y arrodillados frente a sus ficticias concepciones morales y religiosas, que les imponen vivir bajo esquemas funestos implantados por personas todavía más insolentes.

            –Quizás así sea eternamente –replicó Lezhtik, hundiéndose en sus elucubraciones internas–, la idea de un hombre divino la he desechado ya. Es como vivir en una burbuja, eso noto; es como ese ciclo que se repite incansablemente. Nacer, crecer, estudiar, seguir creciendo y acondicionarse, seguir patrones e ideologías, no cuestionar, trabajar, casarse, tener hijos, vivir una tonta vida familiar, tener nietos, envejecer y morir. ¿No crees que es una historia muy repetida? No me concibo llevando una vida tan común. Y es cuando me duele ver al mundo, es entonces cuando me cuestiono el por qué los humanos se sienten a gusto viviendo de ese modo tan repetitivo.

–Supongo es porque se encierran en su burbuja y solo pueden pensar en dinero, es como un vicio que nunca se puede cumplir; la ilusión de un vicio, mejor dicho. Y, así como dices, así a las personas gustan vivir. Les gusta ir a esas plazas donde hay tiendas de ropa cara y helados todavía más caros, restaurantes elegantes, joyas, celulares, aparatos electrónicos, bancos, cines, supermercados, etc. Ahí, en esos sitios que considero como los mayores centros de acondicionamiento, el humano es como un pez en el agua. Ni hablar de sus diversiones, pues se idiotizan con el fútbol y el sexo, exactamente como lo has mencionado antes.

–Un ser que ha perdido el interés en crear, aprender e imaginar es un ser que camina por inercia, pues ha muerto hace tiempo. Así es como resumo esta situación que es la del mundo de los humanos modernos.

–Eres interesante, Lezhtik –afirmó Filruex, quien no paraba de tomar y fumar–. Me gustaría que vivieras y enseñaras a los hombres. De algún modo, tengo el presentimiento de que te espera un gran destino y, aunque sufrirás, te elevarás por encima de la podredumbre. Debes vivir y mostrarles a estos humanos la miseria en que han decidido vivir. Tú ya no eres un hombre, ahora solo debes caminar un poco más hacia esa luz y te convertirás en un dios. Como una vez dijiste, ¿qué clase de ser sensato se sentiría a gusto en un mundo así? Pues eso es lo que hay que ilustrar.

–Pero es complicado, Filruex –replicó con desaliento y pesimismo el joven de hermosos ojos verdes con matiz esmeralda–. Ya lo hemos dicho también, no podemos salvar a quien no quiere ser salvado y ni siquiera se da cuenta de que debe serlo. No existe poder alguno que pueda abrir la mente de las personas y hacerles ver su mediocre forma de vida y lo patético de sus metas materialistas. Nadie se interesa por cosas del intelecto y mucho menos del espíritu. Me pregunto cuántas personas se han cuestionado alguna vez el sentido de sus vidas de manera profunda. Los humanos caminan a ciegas en una frontera interminable de sinsentido.

–Lo sé, pero debemos continuar intentando, ¿no sería ese el sentido de nuestra existencia? –exclamó Filruex colérico, luego pidió otra copa más y se quedó pensando–. Hablando de eso, quería contarte un secreto, pero no se lo digas a nadie.

–¿De qué se trata? ¿Es algo grave? Siempre tienes secretos por contar.

–Bueno, quizás en la facultad nos echarían por esto. A mí no me interesa, pero sé que a ti sí, por lo cual debes ser cauteloso. Veo que hablas sobre cosas que se relacionan con el sentido de la vida y quiero recomendarte unos libros.

–¿Qué clase de libros? ¿Acaso están prohibidos? O ¿por qué tanto misterio? ¿Son de ocultismo o magia negra?

–No, nada de eso. Me gustaría poseer algo así, pero no tengo la fortaleza para tales lecturas. En realidad, es algo más simple y a la vez más intrincado, es paradójico.

Lezhtik no entendía a qué se podía referir su amigo y por qué hablaba con tanta reserva, pero sospechaba un asunto importante. Una prostituta comenzó a acariciar el hombro de Filruex, quien ya briago no se resistió y comenzó a toquetearla.

–¡Oye, muchacho! ¿Estás loco o qué te ocurre? ¡Esa es mi perra! –gruñó un viejo fornido que usaba un carcomido sombrero de paja y cuyo cuerpo estaba cubierto de tatuajes, era uno de los carniceros del pueblo.

–Filruex, lo mejor será que dejes inmediatamente a esa mujer o estaremos en problemas. Sabes que podría hacernos pedazos…

–Tú tranquilo, que yo me encargo de ese pedazo de basura. ¡Ya verás cómo lo hago papilla!

–No, por favor. Te pido que te calmes, mejor deja a esa mujer en paz y larguémonos de aquí cuanto antes.

El fortachón caminó hacia los dos jóvenes en tono amenazador, y, con una mueca de disgusto, golpeó sobre la mesa contigua, como para imponer respeto y autoridad; el muy imbécil derramó las copas que estaban servidas. Lezhtik miró el líquido que escurría y extrañamente le pareció que se dividía en dos chorros, como si hubiera dos posibles caminos qué elegir.

–Está bien, Lezhtik, como tú digas. Además, yo fui quien insistió en venir y no quiero meterte en problemas; que tengo demasiados, por cierto. Sin embargo, en otra ocasión regresaré y pondré en su lugar a este hombre mediocre.

Filruex soltó a la ramera que mantenía ceñida a sus hombros y apenas se pudo poner de pie, producto de la ingente cantidad de alcohol que había bebido. Era bueno para las peleas; de hecho, lo hacía cada viernes al salir de la preparatoria. Su padre en alguna ocasión le enseñó unos cuántos movimientos, los cuáles le habían resultado útiles sobremanera en sus peleas callejeras. Sin embargo, ahora difícilmente podría poner en práctica aquellos fugaces movimientos, pues estaba bestialmente ebrio.

–¡Cobardes! ¡Sabía que no eran lo suficientemente hombres! Pero es así como los perros temen a sus amos.

El fortachón lanzó toda clase de imprecaciones contra los dos jóvenes, quienes lo ignoraron hasta que…

–¡No son más que unos pobres diablos! ¡Sabía que ustedes no eran hombres rebeldes con dicen ser los de ese despreciable club que atosiga a la universidad!

Filruex, sin poder contenerse más, dio media vuelta y se dirigió hacia el fortachón. Nada podía insultarlo más que tales palabras, y en especial escupidas por un miserable carnicero. Jamás permitiría que insultaran sus principios y su club aquel joven que no reconocía autoridad alguna y que vivía de acuerdo con sus propios principios. Se acercó y, a pesar de los intentos por parte de Lezhtik de pararlo, logró soltar el primer golpe.

–¡Se están peleando! ¡Van a destruir todo el lugar estos mugrosos!

–¡Malnacidos vagabundos! ¡Lárguense de aquí! ¿Qué no ven que espantan a la clientela? Además, ninguno querrá pagar los daños.

Pero ya era demasiado tarde, ya nadie podía detener la querella. Filruex en verdad se movía bien, con ese cuerpo alargado y correoso. Sus ojos café oscuro fulguraban con un fuego infernal, sus cabellos lacios y gruesos se agitaban de un lado para el otro, su piel blanca y ese aspecto de maleante le daban un toque especial. A pesar de su fortaleza, no pudo tocar a aquel fortachón tan robusto que, aunque lento, tenía maña. Filruex pudo haberlo vencido en estado normal, pero ahora tan ebrio no le hizo ni cosquillas. El carnicero tatuado lo derribo con un gancho bien colocado directamente a la mandíbula. Filruex cayó y, en su mente, surgió un irrefrenable deseo de odio. Dos caminos se abrían cual alas de una azarosa mariposa en sus aleteos aleatorios, o quizá solo representante de los destinos no comprendidos por los mortales.

–¡Te dije que no eras más que un imbécil! Ahora mismo voy a darte el golpe de gracia –afirmó el fortachón mientras se acercaba maliciosamente hacia Filruex.

Este, por su parte, había sacado de su estuche un filoso cuchillo que siempre cargaba por seguridad. Según él, incluso para dormir lo tenía bajo la almohada, pues la injusticia llenaba cada rincón del mundo y en nadie se podía confiar lo suficiente para dormir apaciblemente, quizás eso explicaba las ojeras tan marcadas en su rostro. Por unos instantes estuvo a punto de arremeter contra aquel animal y apuñalarlo una y otra vez, ¡cómo habría disfrutado tal escenario! El sentir la sangre de ese perro faldero escurriendo por sus manos lo emocionaba, saborear ese dulce aroma a venganza y, además, librar al mundo de un parásito más; sin embargo, se contuvo, alguien había aparecido repentinamente en la puerta de aquel burdel de pesadilla.

–¡Papá, por favor, detente! ¡Ya no lastimes más a ese muchacho! –suplicó una jovencita que llevaba un jorongo el cual le cubría casi todo el rostro, solo sus labios rosados en constante movimiento podían ser observados.

–¿Qué está pasando aquí? –inquirió un policía que había sido alertado por el dueño del burdel.

Las putas y los demás borrachos abandonaron el lugar tan pronto como otros dos oficiales aparecieron detrás del primero. Filruex, tirado en el suelo cual triste perdedor, se limitó a sobarse la mandíbula e intento esconder el cuchillo.

–Este malnacido me molesto. Yo estaba bebiendo tranquilamente cuando él se metió con mi chica. Usted juzgue, oficial, si este gusano es digno de tal comportamiento.

El fortachón era amigo de los oficiales, pues constantemente les hacía ofertas y hasta les conseguía cigarros clandestinos, aunado a la carne inyectada que tan fácilmente distribuía en el pueblo.

–Como siempre usted en problemas, Filruex –afirmó el oficial, quien también conocía las andadas del chico, y no precisamente eran amigos.

–Y ¿qué es eso que traes ahí? ¡No trates de ocultarlo muchacho, ya lo vi! –afirmó otro de los oficiales en relación con el cuchillo que Filruex había desenfundado.

–¡Bribón! ¡Así que pensabas jugarme sucio! ¡Ahora verás lo que te toca!

El fortachón se dirigió nuevamente hacia Filruex, quien se hallaba totalmente ebrio. Sin embargo, uno de los oficiales se interpuso y los otros agarraron al fortachón, quien se calmó a final de cuentas.

–Ya vete a tu casa, es momento de que descanses. No quiero que te involucres más en esto, nosotros nos haremos cargo –dijo el oficial al fortachón.

–Pues eso espero, oficial. La verdad es que no me agrada este sujeto. Es solo un revoltoso que se la pasa sin trabajar, y tampoco creo que estudie.

–Ya cálmate, nosotros veremos cómo reprimirlo. Tú retírate ahora mismo.

El fortachón salió acompañado por la misteriosa jovencita de voz peculiar. Lezhtik, quien solo observó todo el incidente sin intervenir, quedó sorprendido por ese tono tan único con que habló la encapuchada. Hubiera querido seguirla y averiguar su identidad, saber a quién pertenecían esos labios rosados que se expresaban con tanta soltura. Por primera vez en su vida, había sentido eso que los hombres llamaban atracción.

–Ahora, lamentablemente, tendremos que llevarte a la comisaría, jovencito. Así que entréganos ese cuchillo y no opongas resistencia, o si no… –dijo uno de los oficiales con tono amenazador, dirigiéndose hacia Filruex con las esposas en las manos.

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Libro: La Cúspide del Adoctrinamiento


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