Ese era mi mayor temor, que podría pasarme toda mi existencia elucubrando acerca de las supuestas verdades universales y supremas, pero, en el fondo, algo me decía que la única verdad por descubrir era la que mantenía oculta en mi sombra: la muerte.
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El ritual cambió para siempre mi vida, todo cuanto aconteció en los tardíos albores perdió su significado y me pareció un vano intento del destino para alejarme de la muerte. Quizás antes hubiese sido bueno intentar engañarme por completo y fingir ser como el resto, adoctrinados y estúpidos, conglomerados irremediablemente al rebaño.
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Pero ahora estaría en mí la concepción de una divinidad que, en mi limitada y patética humanidad, solo podría contemplar para apaciguar los feroces llamados del suicidio que me atormentaban cuando despertaba y aspiraba todo ese aroma a mundanidad.
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Cuanto este mundo pudo ofrecerme no significó nada cuando entendí que la única verdad asequible en mi estado humano era el hecho inevitable al que todo converge y del que intentamos tan frenéticamente escapar mediante los más absurdos engaños: el suicidio.
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Me parece que quiero estar contigo porque a tu lado puedo intentar no odiarme a mí mismo.
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Libro: La Execrable Esencia Humana