Capítulo V (EIGS)

Súbitamente recordé esos momentos en que me sentía aún más asqueroso. La verdad es que se trataba de un secreto, o eso creía. Yo era, ni más ni menos, un adicto a la masturbación. Eso me excitaba de tal forma que pasaba horas y horas en la madrugada mirando senos, traseros y rostros bañados en placer. Debido a ello, mis noches eran mucho más cortas de lo habitual. En ocasiones hasta perdía cinco o seis horas en estos asuntos. No me conformaba con cualquier actuación, siempre buscaba a aquellas mujeres cuyo rostro me recordara la increíble belleza física que podía apreciarse tan superficialmente. Y ahora perseguía el recuerdo de Elizabeth, en su honor me masturbaba furiosamente. Algunas veces ya ni siquiera contaba el tiempo, simplemente amanecía todo batido de semen, con los dedos tiesos y la computadora encendida.

Cuando no conseguía el placer mediante esas mujeres que exponían su desnudez y se masturbaban frente a cámaras, tenía mis conversaciones como refugio. Sí, esas que sostenía con mujeres que jamás había conocido y que estúpidamente me entregaban su sexo con palabras. No sé por qué comencé a recordar esto, quizá porque se nos dijo que en poco tiempo cerrarían el lugar y que tendríamos que abandonarlo. Mi cabeza estaba confusa y no sentía ser distinto de lo que detestaba. Nunca me había sentido fuera de lugar hasta ahora, ciertamente. Siempre el mundo tenía un consuelo, ya fuese sexo, dinero o alcohol, y hasta el amor; no obstante, me parecía que, a partir de este instante, sería para siempre un desconsolado.

–¡Por fin regresaste! ¿Dónde te habías metido? ¿No que solo ibas al baño? ¡Te tardaste mucho! Yo hasta llegué a pensar que… –fue lo primero que preguntó el costarricense a Natzi cuando finalmente se dignó en aparecer.

–Ah, ¡sí! Les pido una disculpa –dijo sonriendo de forma grosera y cínica–, ustedes deberán entenderme…

–Entender ¿qué? –exclamó Alperk, ese maldito granuja que había besado a Natzi en mi lugar.

Sentí como la repulsión incrementaba hacia ambos, algo había en ellos que me era desconocido, y hasta pensé que me había confundido en cuanto al beso. Tal vez me precipité y, en mi embriaguez, aluciné; o fueron otros los que se estaban besando. En el fondo, sabía bien que no me había equivocado, pero si tan solo pudiera modificar el tiempo y los sucesos.

–Pues verán, les contaré si tanto desean saberlo…

–Bien, mis oídos están atentos ante lo que tú digas, princesa –dijo de nuevo el granuja.

–Lo que pasa es que… –se detuvo y me miró–, no se vayan a molestar, en especial tú, que eres tan moralista –terminó diciendo cuando su mirada se encontró con la mía.

Yo no supe qué decir. Ahora encima de todo yo era el culpable de lo acontecido, de haber arruinado su fiesta. Ahora yo era un ser empedernido de moralidad ante las cosas más tontas. No entendía por qué había decidido asistir a este sitio, me ardían los ojos y sabía que lo peor estaba por venir.

–Bien, esto fue lo que pasó: tal como comenté, después de haber terminado mi copa y de haber charlado contigo –dijo señalando a Alperk–, me dirigí hacia los sanitarios. Sin embargo, ocurrió algo que ni yo esperaba, pues dos chicos comenzaron a hacerme la plática y yo me entretuve demasiado. Eran altos, de ojos azules, cabellos dorados, cuerpos bien trabajados, sonrientes, cautivadores y liberales. Platicamos de cosas muy variadas y poco a poco algo surgió entre nosotros. Noté que uno de ellos, el que más se me había insinuado hasta el momento, estaba excitado. Comencé a bailar con él y a embarrarme en su miembro, hasta que nos besamos. Estábamos excitados, así que decidimos hacerlo. Él es un hombre de dinero, con contactos, así que salimos y conseguimos un espacio en una de las cabinas de la esquina. Lo hicimos salvajemente, me hizo de todo y al final terminó en mi boca; fue exquisito. Sin embargo, el asunto no terminaría ahí, pues al salir de la cabina el otro sujeto estaba esperando y noté que lo tenía muy parado también. Sin poder contenerme, y con la aprobación del que me acababa de coger, entré esta vez con su amigo. Fue grandioso y la tenía más grande, no podía resistirme. Se la saboreé un buen rato y, cuando estaba a punto de venirse, le quité el condón y me lo tragué absolutamente todo; de hecho, todavía siento su sabor recorriéndome la garganta, es tan espeso y dulce. Por supuesto que estoy exhausta, pues gemí como una loca y sudé demasiado.

Cuando Natzi hubo terminado su narración, quedé atónito. Noté que ni ella ni sus amigos parecían molestos o siquiera sorprendidos. Yo era el único que no cabía en mí, que sentía una conmoción en mi interior, un choque sin igual. De hecho, era la misma sensación que tenía cada vez que este tipo de cosas pasaban: estaba tembloroso, pálido y sudando. No obstante, luchaba por dominarme para no aparentar mi asombro. Mi corazón latía estrepitosamente, sentía ansiedad y un nerviosismo demencial. No lograba dominarme y sentía que mi cabeza iba a explotar, hasta lo borracho se esfumó como por arte de magia.

–¡Muy bien hecho, amiguita! Eres toda una profesional en esto –exclamó gustoso Alperk, entre aplausos y risas estruendosas.

–¿En verdad lo crees así? Muchas gracias por eso, eres demasiado amable y lindo conmigo, en verdad quisiera recompensarte –respondió Natzi sonrojada y sonriendo con malicia, parecía que yo era un fantasma ante sus ojos.

–Desde luego que sí, sabes cómo pensamos nosotros. El sexo es lo mejor que hay, lo único por lo que vale la pena vivir, además del dinero y todo lo que de él se desprende. Si tuviera millones, te compraría entera sin importar tu costo.

–No seas exagerado, eres un aguafiestas. Mejor vámonos ya, que están por cerrar este lugar.

–Bueno, yo ya me voy a mi casa, ya es demasiado tarde para mí –expresó el costarricense, algo briago y mareado después de tanto baile.

–¿Es en serio? ¿Tan pronto nos dejas? Sabía que eras un cobarde, ¿por qué te marchas siendo tan temprano? Apenas comenzará lo bueno. O, acaso, ¿es por ella? –inquirió el amante de Natzi en tono amenazador.

–No, no se trata de eso, solo estoy cansado. Te dejo la diversión a ti –afirmó guiñándole un ojo con picardía–, solo no te sobrepases, pues ya está cansada.

–Por eso me caes bien, Natzi. Tú no te andas con rodeos, eres una mujer demasiado sincera e interesante –afirmó Alperk con su pestilente voz.

–Pues nunca lo había hecho dos veces seguidas con hombres diferentes. Estuve casada muchos años y sé lo que es tener sexo diario y a toda hora, pero no sé, de alguna manera me siento culpable.

–¡Ja, ja, ja! –se desternilló Alperk–. ¿Tú culpable? No lo creo, siempre has sido así de intensa, es tu naturaleza. Pero ¿qué se le va a hacer? ¡No tienes remedio y eso me encanta! ¿Gustas otro trago?

Natzi aceptó gustosa otro trago que Alperk compró. Por educación me ofreció más y yo igualmente acepté. Ya todo me daba igual, todo había salido de la peor forma posible, apenas y tenía conciencia de lo que acontecía a mi alrededor. Finalmente, la música cesó, así como también las luces tan iridiscentes que parecían las responsables de alterar un estado en mi interior con su demoniaco parpadeo mezclado con el alcohol. Eran casi las dos y media de la mañana y no sabía en qué terminaría toda esta situación, me parecía que el tiempo avanzaba demasiado lento. ¿Cómo demonios es que había terminado así? Pensaba en toda la cadena de eventos que me habían conducido hasta esta situación absurda y fatídica. Apenas tenía una semana de conocer a Natzi y ya se había burlado de mí, había pisoteado todo lo que era y me había tachado de idiota, moralista, infantil, odioso y aguafiestas, además de pésimo bailarín e intento frustrado de filósofo adorador de corrientes esotéricas que a ella le causaban risa. ¡Cómo diablos no me había ido con Mandreriz y con Gulphil hace un par de horas! ¡Cómo fui tan iluso como para pensar en besar a Natzi y hasta intentar algo más! Yo era, en todo caso, el ridículo por querer que las cosas funcionasen como en mi cabeza aparecían.

Cuando salimos, Natzi me habló por primera vez, mostrándose seca al trato y con la voz golpeada. Parecía apegada sobremanera a Alperk y alababa todo lo que éste decía, aunque fueran meras sandeces.

–Y tú ¿qué vas a hacer? ¿Piensas regresarte a tu casa? ¿Vendrán por ti o qué? ¿Dónde tienes pensado pasar la noche?

–Pues… no había pensado en eso –contesté en tono cordial, notando que lo tomado sí había desaparecido.

–¡Ja, ja, ja! ¡Qué remedio! Pues eso es justamente en lo que tenías que haber pensado cuando decidiste quedarte. Eres un hombre muy torpe –afirmó sin prestarme mucha atención–, luego indicó que ellos la pasarían en la calle.

–¿En la calle? ¿Cómo en la calle? ¿Aquí o dónde? Es que no te entiendo –dije como un demente entre quejidos–. ¡Yo nunca he dormido en la calle! ¡No es posible!

–Pues es lo único que queda, ya que no tenemos para pagar un hotel –contestó ella disgustada por mi actitud.

–De hecho –interrumpió con malicia Alperk–, yo sí tengo para una habitación. El problema es que tendríamos que hospedarnos los tres en la misma, y además por aquí estará sumamente caro, sin mencionar que la hora no nos ayuda.

–Tienes razón, ya todo debe estar ocupado a esta hora –completó Natzi airada.

–Podríamos entrar a otro bar, hay algunos que cierran todavía más noche.

Así se prolongó la discusión durante algunos minutos más. Al fin, decidimos que dormiríamos en la calle. Yo acepté sin mucha voluntad, pero no me quedaba de otra. Ya no tenía mucho dinero y tampoco podía regresar a tales horas a mi casa, sin mencionar que ésta se encontraba en la punta del cerro y el transporte seguramente se había terminado horas antes. Al final, había terminado en medio de la calle, con frío y hambre, acompañado de una mujer que consideraba especial, y que ahora se mostraba como una cualquiera, aparte de su querido amigo que era un total imbécil. Pues pasa así, a veces todo se torna misterioso y me esforzaba por intentar ver aquello como un aprendizaje. También pensaba en mis padres y cómo les mentí acerca de pasar la noche felizmente en casa de un amigo, ¡qué estupidez! La realidad era otra, tan patética y miserable. Pero era la que yo había escogido, todo era solo mi gran error y un tormento al que todavía le faltaba mucho para terminar.

–Bueno, ya que pasaremos aquí la noche lo mejor será buscar una banca o algo para al menos no quedarnos en el suelo. Lo bueno es que hay bastante gente por aquí, así no estaremos solos –indicó Alperk sonriente, parecía tan feliz de estar con Natzi.

–Eso sí, quizá primero deberíamos caminar y explorar las habitaciones que hay en los alrededores, puede que aún haya alguna vacía.

–A decir verdad, lo dudo, pero, si tal es tu deseo, podríamos intentar. ¿Qué dices tú, vienes con nosotros? –me cuestionó Alperk, quizá solo para no dejarme ahí abandonado.

–Sí, claro. Supongo que es mejor que quedarse aquí.

A Natzi pareció disgustarle mi comentario y luego comenzó a caminar, tomando a Alperk de la mano. Yo iba a su lado, confundido y sintiendo que hacía mal trío. Caminamos por varias calles adyacentes al bar donde habíamos estado, preguntamos en varios hoteles y resultó que sí tenían habitaciones, pero estaban carísimas. Yo no traía ni lo más mínimo y esto pareció molestarles a mis compañeros de noche. Luego, resignados, decidimos regresar y tomar una de las bancas como guarida. Alperk se la pasaba haciendo bromas y comentarios que se me antojaron de lo más torpe y desabrido. Comentaba por qué las mujeres debían ir del lado de la pared, cuáles eran sus sueños, sus aspiraciones y hablaba de su familia, diciendo que eran unos tontos y que él era mejor que todos. También Natzi hablaba con sumo interés acerca de bagatelas. En fin, su charla fue una auténtica estupidez, solo platicaron nimiedades como parecía encantarle a Alperk. Yo no participé para nada en su conversación insulsa.

Recuerdo también que ayudé a un hombre a empujar su vehículo que se había quedado atascado e intentó pagarme con una cantidad modesta de dinero, pero lo rechacé y me sentí satisfecho de haber hecho algo útil entre tanta absurdidad. Mis compañeros se adelantaron y, cuando llegué, ya habían tomado su lugar en la banca, dejándome un espacio muy pequeño. Me acomodé como pude y noté que Natzi se había acurrucado en los brazos de Alperk, quien además la había cobijado con su chamarra. El frío era monumental, y yo moría congelado y hambriento, acaso también asqueado de existir.

Comenzaron a platicar estupideces nuevamente, pero esta vez yo tomé el curso de la conversación y traté de intervenir lo más posible. Natzi ya no hablaba y Alperk parecía querer besarla nuevamente. Yo, con mi charla mundana, intentaba distraerlo de tal propósito y lo estaba consiguiendo. Le hablé de deportes y espectáculos, temas que parecían gustarle. Le pregunté todo lo que pude y finalmente cedí. Decidimos que nos turnaríamos para cuidarnos entre nosotros, pero yo disimulé estar dormido. Así transcurrió el resto de la noche, que me pareció eterna. Estaba exhausto después de tantas cosas, de tantas malas decisiones. No entendía cómo carajos me había convencido de asistir a esa fiesta y, peor aún, de quedarme en la calle. Si mis padres se enteraran de mi desgracia, seguro me colgarían. No dormí ni un segundo, solo mantuve los ojos cerrados, abriéndolos a intervalos y disimulando lo mejor que pude, prestando atención a todos los sonidos. Ellos asumieron que me dormí y comenzaron a platicar nuevamente:

–Entonces ¿qué te parece mi oferta? ¿Lo has considerado? –preguntó Alperk repentinamente, estrechando su brazo para apretar a Natzi contra él.

–Pues sí quiero, amigo. Ya te dije que sí, pero ahora no podemos.

–Y ¿por qué no? –replicó él con molestia–. Nos vamos un rato y no pasa nada, solo será un encuentro de unos minutos.

–Pues no lo sé. Si él no estuviera aquí, todo sería distinto… Sé que es solo un estorbo y un perdedor, pero no podemos irnos y abandonarlo aquí a su suerte.

–Y ¿eso qué? ¡Él quiso quedarse, nadie lo obligó! –contestó con molestia Alperk, parecía ansioso.

–Se quedó por mí, estoy segura –sentenció Natzi con sarcasmo–. No se lo pedí, pero se quedó. Supongo que al menos debemos esperar. Además, se ha dormido.

Al instante reconocí la situación y supe que estaban hablando de mí. La piel se me erizó, ardía en deseos de despertar y golpear a aquel imbécil, pero me contuve. Lo mejor era esperar a ver qué pasaba, a final de cuentas todavía faltaban aproximadamente tres horas para el amanecer y para que el transporte público comenzara a funcionar. Cada minuto de aquella situación fue como un golpe cada vez más potente, todo se tornó desesperante. Incluso, creo que recé para que el tiempo pudiese transcurrir más de prisa.

–¿Por ti? ¡Ja, ja, ja! –se desternilló Alperk mientras besaba a Natzi en la mejilla–, ahora sí que me hiciste reír. Entonces dime, ¿acaso le gustabas?

–Pues supongo que todavía, o no sé. Apenas lo conocí la semana pasada, es un chico muy inexperto en la vida, es un pobre diablo.

–¡Qué cruel! No deberías de jugar así con los sentimientos de los hombres. Eres toda una artista, una pecaminosa y caliente –exclamó Alperk como provocándola.

Decidí abrir un poco los ojos y noté cómo Alperk, ocultando la mano en su chamarra, frotaba lo que seguramente era uno de los senos de Natzi, que por cierto eran pequeños como su trasero. Ella gimió un poco y se refugió en el cuello de aquel granuja, luego se besaron lentamente, jugueteando con su lengua y acelerando el faje. Nuevamente sentí deseos de abrir los ojos y hacer algo al respecto, pero ¿qué iba a conseguir con eso? Sencillamente me tragué mi dolor y fingí roncar.

–¡Basta ya! ¡Lo vas a despertar y…!

–Y ¿qué? ¡Me importa lo que este don nadie pueda pensar o hacer! ¿Acaso crees que le tengo miedo? Pero si es un idiota, tú misma lo has dicho y lo sabes.

–Ya lo sé y por eso lo digo. ¡Hazme caso y detente, por favor! –espetó Natzi mientras seguía gimiendo.

–¿Qué no te gusta, mami? Si tus pezones ya están duros como piedras, tan ricos que se ven. No quiero imaginarme cómo estará tu jugosa vagina…

–¡Alperk, contrólate! ¿Acaso no te percatas de que estamos en medio de la calle? Hay gente que pasa y podría delatarnos, no quiero un escándalo.

–Tú estate tranquila, si no tiene nada de malo. Además, este pedazo de imbécil arruinó nuestra noche. Y vaya que tenía planes especiales para ti. ¿Traes los condones todavía?

–Sabes que siempre los tengo conmigo en mi bolsa, por cualquier cosa –respondió ella con una carcajada horrible–, nunca los saco de la mochila. Me han salvado ya en varias ocasiones, tú no tienes idea…

–Pues podríamos utilizarlos ahora, yo tengo dinero para pagar la habitación. Y así nos libramos de este tonto, mataremos dos pájaros de un tiro. O dirás que no se te está antojando mi verga tan tiesa.

–¡Estás demasiado excitado, Alperk! Insisto en que te calmes. Tal vez sea un pobre diablo este sujeto, pero siento lástima por él y no me atrevo a dejarlo aquí en solitario.

–Te preocupas demasiado por él. Siento que es de esos sujetos que todavía creen en el amor a primera vista, tal vez hasta sea virgen.

–¡Ja, ja, ja! Sigues siendo igual de gracioso como aquella vez ¿Aún recuerdas esa noche en que escapamos y fuimos a comer mariscos? –comentó Natzi con voz temblorosa, posiblemente ya excitada también.

–¡Cómo olvidar algo así! Ha sido de los mejores días de mi vida, fue cuando aún estabas casada, ¿no? Recuerdo que al principio te negaste, pero cuando viste mi lujoso auto te convenciste. Si tan solo ahora mi padre me lo hubiera prestado…

–Me gusta tu carro, pero me gusta más tu pecho y otra cosa de ti…

–No digas esa clase de cumplidos, porque te juro que soy capaz de matar a este pobre infeliz que tienes como perro esperando por tus babas y llevarte al hotel de una buena vez.

–¡Ja, ja, ja! No digas esas cosas, porque se me está antojando muchísimo.

–¿Qué se te está antojando? –inquirió él con gusto, parecía que había logrado su objetivo–. ¿Acaso crees que me iba a quedar así nada más después de que te follaron esos dos sujetos?

–Ya lo sé, Alperk. Pero, como dices, si tan solo este pelagatos no se me hubiera pegado como una sanguijuela, ahora podríamos estar reviviendo viejos tiempos.

–Bien, como tú digas. Solo no quiero que luego te arrepientas y me reclames, porque no me haré responsable de tus negativas. Mejor cuéntame otra cosa, ¿a cuántos te has cogido desde nuestro último encuentro?

–¡Oye! ¡Vaya preguntas que haces tú! Si supieras que ya hasta perdí la cuenta.

–¡Ja, ja, ja! ¿Es que lo haces tan seguido? Tú sí que eres una mujer afortunada y moderna, me gusta tu estilo.

–Sabes que así soy yo –asintió ella entre carcajadas y gemidos, al parecer él seguía retorciendo sus pezones–. Me gusta el sexo duro sin compromisos, sin flores ni chocolates, sin poemas ni detalles; eso se lo dejo a los niños como este idiota. Yo voy al grano y, entre más pronto, mejor; la moral me importa un bledo. Si cuando estaba casada hice lo que quise, ahora con mayor razón. Afortunadamente tú entiendes que el amor es un chiste de pésimo gusto, solo una invención para engañarse de forma ominosa. Por eso tú y yo somos tan parecidos, ambos somos personas de una noche; o varias, en nuestro caso.

–Eres, indudablemente, el modelo de mujer a seguir. Me gusta la manera en que rompes con todos los convencionalismos de la sociedad, con el concepto arcaico de matrimonio y de una sola pareja. Mereces un altar, mi diosa; mereces todo. Sabes que yo te complacería siempre que lo necesitases, pero por desgracia solo somos amantes. Ambos vivimos así, al límite de nuestras emociones y rozando nuestros cuerpos en la intimidad.

La plática prosiguió con el mismo carácter concupiscente. Yo me limité, no sé cómo, a fingir que dormía y hasta roncaba. En algunos momentos abría los ojos y observaba cómo se besaban fervorosamente, se manoseaban y hasta me pareció que ella se lo había sacado y lo masturbaba, pero supongo que fue mi imaginación; mi visión era precaria. No sé si en algún momento ellos notaron que nunca estuve dormido y continuaron a propósito, o si de verdad se tragaron mi cuento. En todo caso, me era ya indiferente aquello, estaba adolorido y congelado, triste y decepcionado. En el fondo, algo en mí seguía aferrándose a Natzi, incluso después de todo lo que había hecho y de cómo me había pisoteado. No lograba entender cómo una mujer como ella podía ser así de puta. En fin, preferí guardarme mi coraje y mis comentarios, seguramente algún día lo pagaría. Antes siempre negaba eso del karma, pero ahora lo invocaba una y otra vez. Anhelaba también que el tiempo volara para poder terminar con aquel tormento.

.

Libro: El Inefable Grito del Suicidio


About Arik Eindrok
Previous

La separación del alba

Perdición

Next