Capítulo XIII (LCA)

Continuaba la misma situación en el presente de la facultad y de todos los involucrados. Tanto profesores como alumnos se sentían con cierta incertidumbre con respecto a los acontecimientos del fin de periodo, nadie sabía lo que aquella ceremonia depararía. Bien sabían que el club de los soñadores declarados fraguaba algo para revertir la opresión. El director lucía un tanto nervioso y se le veía ir de aquí para allá con sus dos perros fieles, Irkiewl y Saucklet. Estos profesores de pacotilla no revelaban cuáles eran los planes que ejecutaría el tan odiado director por más que se les interrogase. Los demás profesores, por su parte, seguían acatando y aprobando todo lo que el nuevo orden dictaba. Sus salarios eran exuberantes en comparación con los de cualquier otro profesor, tenían prestaciones exageradas, bonos, vales, vacaciones, entre otras cosas, que cualquier burócrata ya quisiera; y todo era gracias al nuevo director. Solamente este señor, con todo su ingenio, pudo haber hecho tales modificaciones tan fructíferas para el cuerpo docente. Mientras todo esto se gestaba, Lezhtik caminaba en torno a la escuela, listo para otro día más de su infernal situación.

Lezhtik recordaba aquellos fragmentos que leyó en algún libro cuyo autor no podía recordar. Sin embargo, lo que sí recordaba era que se mencionaba a la impasibilidad como la forma en que el humano podía trascender. En aquel misterioso texto, se decía que el ser que hubiese logrado mantenerse imperturbable ante el bien y mal, el fuego y el agua, la tierra y el viento, la energía y la nada, la vida y la muerte, pues ese ser habría evolucionado. Hacía un tiempo que Lezhtik intentaba apegarse a dicha filosofía, pero le resulta intrincado sobremanera sostener tal actitud. Luego, abandonó esas elucubraciones para centrarse en una de las últimas pláticas que había tenido con su madre, la recordaba claramente…

–Tú ¿qué hubieras querido ser en vez de ama de casa?

–Eso ya no importa ahora, Lezhtik; esto es lo que soy. Pero, si pudiera elegir, me hubiese gustado ser aeromoza, pues siempre fue mi sueño viajar por el mundo.

–Ya veo, pensé que querías ser otra cosa.

–Quería ser y hacer muchas cosas. Tú sabes, cuando uno es joven tiene sueños e ideales que quiere cumplir a toda costa.

–Y luego ¿qué pasó? ¿Por qué abandonaste esos ideales que tanto querías cumplir?

–Bueno, las cosas pasan. Recuerdo que, cuando intenté entrar a alguna buena escuela, reprobé los exámenes. Creo que no era muy buena estudiante, solo cumplía. Luego, tomé un curso como secretaria y a eso me dediqué. Con el tiempo, olvidé lo de aeromoza, sabía que era demasiado caro estudiar algo así.

–Y, mis abuelos, ¿no te apoyaron de algún modo?

–¡Qué más hubieran querido ellos! Sin embargo, ya te he contado en repetidas ocasiones la difícil situación por la que atravesamos. Fuimos siete hermanos en total, tus tres tías, tus tres tíos y yo. Tu abuelo siempre se las arregló para que tuviéramos lo básico, entonces todo era diferente.

–¿Cómo diferente? O ¿en qué sentido lo dices?

–En que, a pesar de la pobreza, podíamos ser felices, o al menos eso creo. Yo no me arrepiento de mi infancia. Crecí en esa familia, no sé si fue destino o casualidad el haber nacido ahí, pero así pasó. Y, como te decía, tus abuelos nunca habrían podido pagarme eso de aeromoza.

–Y ¿qué hay de mis tíos los más grandes? ¿Tampoco ellos te apoyaron?

–Claro que no. Ellos tampoco estudiaron, a excepción de tu tía la enfermera. Todos decidieron casarse e irse, hacer su vida muy aparte. Al final, solo quedamos tus dos tíos y yo. Todos partieron para luego regresar arrepentidos.

–Y tú seguiste el mismo camino, ¿no es así?

–Probablemente tienes razón. Yo trabajaba en ese entonces como bibliotecaria, luego como vendedora y así. En realidad, tuve muchos trabajos donde ganaba un sueldo miserable y era explotada. Luego, tu tía consiguió meterme al hospital donde llevaba ya un año laborando. Entonces recuerdo que me sentí muy feliz, me gustaba estar ahí.

–¿Por qué te sentías feliz? ¿Crees que la felicidad puede hallarse así de fácil?

–No lo sé, pero me sentía bien. Era quizá feliz, o no lo sé, pero al menos me gustaba estar ahí. Tenía vales, prestaciones, bonos, vacaciones, aumentos, etc., muchas cosas que se dan solo en el gobierno. Además, era secretaria en el área de odontología y mi tratamiento de ortodoncia me salió casi gratis. El ambiente era bueno, salía temprano y no era pesado. Ciertamente, aunque sé que para ti sea tonto, puedo decir que me gustaba mi trabajo. Recuerdo tantas cosas, solía reír demasiado, tenía amistades y dinero.

Mientras la madre de Lezhtik recordaba esos años de su juventud con una gran ilusión, en sus ojos se observaba algo solo hallado en las personas cuando hablan de sus sueños rotos. Era la misma mirada del profesor G en aquella ocasión cuando hablaron sobre los libros, o la de Filruex cuando hablaba de su padrastro. También Lezhtik podía reconocer una especie de melancolía mal disimulada, un brillo que aún intentaba fulgurar a pesar de la inmensa obturación denotada por el devenir del tiempo que todo lo ensombrecía. Lezhtik reconoció en aquella nostálgica mirada los anhelos que esta realidad fatua había arrebatado de su madre, y no solo de ella, sino de las personas, de todo el mundo. Apuesto a que todos debían tener sueños, todos debieron tenerlos, era imposible que alguien no los tuviera. A final de cuentas, eran sueños falsos, materialistas, egoístas y basados en el dinero, pero, quizá si esa misma intensidad se enfocase en otro tipo de progreso, se conseguirían resultados espectaculares.

–Y entonces ¿por qué dejaste tu trabajo si era lo que decías que le daba sentido a tu vida? O, bueno, al menos así lo entiendo.

–Por tu padre y por ti. Pero no lo tomes a mal, era algo que debía hacer.

–Lo lamento, hubiese querido que no fuese de ese modo.

–No te preocupes, ahora ya nada se puede hacer. Verás, cuando tú naciste y creciste, absolutamente todo cambió. En un comienzo tu abuela te cuidaba, pero luego murió y entonces pasaste a ser cuidado por tu tía y tus primas.  Sin embargo, surgieron una cantidad enorme de problemas y así prosiguió la situación hasta que hubo que tomar una decisión, al menos de mi parte.

–¿Te refieres a dejar tu trabajo?

–No había quién cuidara de ti y no teníamos opción. Yo pensé en una guardería, pero tu padre se opuso. Tuvimos problemas e, incluso, estuvimos separados un tiempo; luego él me buscó. Acordamos que yo dejaría mi trabajo y me dedicaría al hogar y a cuidar de ti; él trabajaría y aportaría todo el gasto. Tu abuelo jamás estuvo de acuerdo con esta decisión; nadie, de hecho. Todos me suplicaron que no dejara mi trabajo, que no cambiara lo que tenía sin pensarlo dos veces.

–Pero lo hiciste, decidiste regresar con él y vivir como hasta ahora.

–Así es, lo hice. No sé si fue lo correcto o no, pero ya nada se puede hacer para cambiar las cosas.

–Y ¿no has pensado en lo que hubieras logrado si hubieras decidido no abandonar tus sueños por mí? Quizá solo te estorbé, pero todos hacemos eso alguna vez.

–No digas tonterías, Lezhtik. Fue mi decisión y, en todo caso, nosotros quisimos tenerte.

–Y ¿acaso pensaron si yo quería nacer? Nunca se pone uno en esa posición, siempre se es egoísta al respecto. Y, sin embargo, no podemos elegir, o quién sabe. El hecho es que venimos al mundo por decisiones que no dependen de nosotros. Dudo que sea una forma justa de existir, aunque nadie sabe si verdaderamente estamos aquí por decisión o solo por azar. Yo hubiera preferido no nacer, así tú hubieras podido realizar tus sueños y mi padre también.

–Pero ya no tiene caso pensar en eso. ¿A qué quieres llegar con todo esto?

–A nada, solo tenía curiosidad. Lo que se me ocurre es que las personas cometen tonterías y echan su vida a perder. ¿Qué hace distintos a ciertos seres? Todo lo que se busca es vivir, según lo veo, estúpidamente. Nacer, crecer, estudiar, casarse, reproducirse, trabajar, envejecer y morir. Y, en todo ese proceso, también viajar, mirar televisión, preocuparse por tener un buen físico, comer en restaurantes caros, adquirir un automóvil y una casa, tener un buen puesto, entre otras cosas. ¿No crees que ya está muy gastada esa forma de vida? Y, sin embargo, es la que impera, las personas la buscan y la adoran, es como si quisieran seguir los mismos patrones que los demás, como si nadie pudiera reflexionar y percatarse de que eso conlleva a una vida trivial.

–Bueno, todos pensamos diferente, no todo el mundo tendrá tus ideas. Además, cuando uno está joven, deja muchas cosas por tonto, porque está enamorado. A ti te pasará y espero que puedas mantenerte en tus cabales, pero llegará alguien que moverá toda tu cabeza. Tendrás que elegir entre estar con esa persona o seguir tus sueños, casi nunca se pueden conciliar ambas.

–No se trata de tener ideas diferentes; de hecho, casi nadie las tiene. No quiero que el mundo piense como yo, solo quisiera que pudieran ver más allá de lo que les ha sido inculcado, que se cuestionaran mejor las cosas antes de seguir el mismo sendero que sus padres y abuelos. Porque, de otro modo, lo mismo se repetirá formando un ciclo de imbecilidad. Posiblemente ese sea el inconveniente, que ya he perdido la esperanza en este mundo. Dudo mucho que a alguna persona le interese llevar una vida diferente, que se atreva a abandonar esta ficticia comodidad en donde tanto se parapetan de la verdad.

–En todo caso, yo también llevo una vida común, la he llevado desde siempre. ¿Crees entonces que nosotros, tus padres, somos como el resto del mundo?

–Al final todos lo somos, terminamos por disolvernos en la entelequia de nuestros propios miedos…

Lezhtik continuaba su caminata, solitario como siempre, recordando la sonrisa de esa señora que con tanta ilusión lo trajo al mundo. Se cuestionaba si la existencia era de algún modo inútil, siempre lo había sospechado así. Necesitaba platicarlo con alguien de confianza, alguien que pudiera aportarle ideas. Se cuestionaba si en realidad la vida tenía un sentido, por primera vez en toda su vida esa pregunta llegaba a su cabeza como un relámpago, con la intensidad abrumadora de lo insoportable. Esa sensación tan desalentadora que atisbaba en la mirada de las personas le indicaba que la mayor parte de las vidas humanas se tornaban, al fin y al cabo, intrascendentes. Se hallaba ahora frente a la puerta de la universidad, avanzó hasta el edificio dedicado a la facultad de filosofía y entró. No tenía que asistir a la primera clase, había exentado el examen.

–Profesor, ¿estará en su cubículo en unos minutos? –preguntó a un señor que avanzaba con prisa hacia el sanitario.

–Sí, ahí estaré. Puedes pasar y tomar asiento si gustas, en unos instantes estaré contigo –respondió el profesor Fraushit, el más querido por Lezhtik tras la súbita renuncia y posterior desaparición del profesor G.

Fue así como Lezhtik entró en ese cubículo que le era tan familiar, pues otrora perteneció al profesor G. Miró por la ventana, observando a aquellos seres que asistían a la escuela más por obligación que por gusto. ¿Acaso eso tenía alguna especie de sentido? No lo sabía, simplemente comenzaba a sentir náuseas de la vida.

Mientras tanto, en un lugar lejano al cubículo del profesor Fraushit, se habían reunido todos los integrantes del club de los soñadores declarados. Los abusos ya habían colmado su paciencia, ya no podían esperar más. Tenían que actuar si querían salvar a la facultad de ese viejo canalla y sus dos perros. El problema radicaba en cómo lograr tal cometido. Había opiniones divididas y no lograban unificar un plan; además, estaban drogados y no razonaban adecuadamente.

–Yo digo que lo mejor es atacar directamente, tomemos la escuela y observemos qué pasa. Apuesto a que, durante el proceso, se nos unirán otros, convencidos de que tenemos la razón –arguyó Justis, un tanto precipitado.

–No creo que esa sea la mejor opción. No sabemos si los demás estudiantes nos apoyarán en el momento decisivo. Creo que solo podemos contar con nosotros cinco, y tal vez Lezhtik, pues los demás quizá no quieran rebelarse –expresó Paladyx mientras inhalaba algo de polvo blanco.

–Ella tiene razón –afirmó Filruex, claramente el más afectado por las sustancias–. No nos precipitaremos de esa forma. Si damos un golpe, que sea uno certero y potente. Corremos el riesgo de ser abandonados por esos canallas que están tan a gusto con el nuevo orden a pesar de que sea una basura.

–Bueno, entonces no veo qué podamos hacer, quizá solo nos quede esperar a ver qué pasa. Necesitamos conocer qué está tramando el director, estoy seguro de que ya lo hemos hartado y buscará que nos expulsen a toda costa –afirmó Mendelsen, colocando su flauta en el pasto para darse otra buena fumada.

–Pues he ahí el problema, que no tenemos definido un plan de acción. Empero, estoy dispuesto a luchar por mis derechos y mi libertad –recalcó Filruex.

Todos guardaron silencio y nadie se atrevió a pronunciar alguna sentencia. Finalmente, Paladyx rompió el hielo y habló.

–Y ¿cómo vas con lo de tu beca? ¿Aún la tienes segura para el otro periodo?

–Eso es lo que me preocupa, estoy seguro de que el director hará lo posible para que me sea retirada. Si eso pasa, tendré que abandonar forzosamente la facultad.

–Pero no puedes irte así nada más –interfirió Emil, exaltado–. No entiendo por qué las personas que más aportan deben pasar por cosas así.

–Tranquilo, amigo. Es normal que en este mundo ese tipo de situaciones se den. Pero estaré bien; prometo que, pese a todo, no abandonaré mis sueños. Yo seguiré escribiendo poesía, tal vez hasta pueda recitarla en el transporte público y ganarme así algo, al menos para comer, tal como el periodo pasado.

–Como sea, todos nos vamos algún día, esa es la esencia de la vida. Todo muere o se acaba, sin importar cuán mágico o poderoso llegue a ser. Posiblemente, la muerte sea la única justicia –intervino Mendelsen.

Los demás reflexionaron y, tras un breve silencio, Emil tomó la palabra. Era peculiar cuando el aspirante a artista expresa su sentir, pues sus comentarios siempre estaban matizados por una angustia insana y una imperante necesidad de expulsar sus más íntimos deseos.

–A mí me regañaron en mi casa, quieren que abandone el arte y que me centre en conseguir un puesto en la empresa que el director ha anunciado.

–A mí me dijeron lo mismo. De hecho, si no dejo la lectura de libros tan extremistas, podrían hasta echarme de la casa –dijo Justis en tono solemne.

–¡Qué curioso, esas fueron las palabras que mencionaron mis padres también! Parece que a todos nos fue igual, ¡ja, ja! –intervino Mendelsen, un tanto airado–. Pero de ninguna forma pienso abandonar la música, es todo lo que tengo.

–Supongo que, en realidad, es bastante común –expresó Paladyx, que, al igual que Filruex, no tenía como tal quién la hubiese reprimido.

–¡Así es, compañeros! No podemos confiar ni en nuestra propia familia, pues, al igual que los profesores y demás gente del mundo, ya han sido absorbidos por este sistema. Sus mentes ya están programadas para funcionar y pensar del modo en que la élite lo desea; en pocas palabras, son meros zombis.

–De hecho, tienes razón, Filruex –exclamó Mendelsen–. Y, aún hay más, pues estos zombis evidentemente lucharán para preservar lo que los destruye. Tal pareciese que el ectoplasma que los mantiene es la estupidez. A todos los que nos opongamos a ellos, solo nos espera una vida de lucha y decepción. Es, quizá, la gran farsa del mundo el creer que el ser puede tener justicia y libertad.

–Pero ¿qué podemos hacer? –interrumpió Paladyx, nerviosa–. No quiero vivir en un mundo así, no nací para ser sometida a trabajos forzosos o a realizar cosas que no quiero tan solo con el subterfugio de recibir un sueldo y poder pagar los placeres y vicios que los humanos tiene en su mayoría.

–Además ¿qué hay de malo en el arte, la música, la literatura, la poesía o las artes ocultas que hacen que el mundo rechace a los que aspiran a practicarlas? –preguntó Emil, temeroso y a la vez molesto.

–Nada, absolutamente nada hay de malo –contestó Filruex, pensativo.

–Tal vez sí haya algo –afirmó Justis levantándose y sacudiéndose, pues estaba ya algo afectado por lo que había consumido–. Nosotros somos la principal amenaza, nosotros los que pensamos diferente y buscamos algo más allá de lo que complace a la gran mayoría. Y las actividades que realizamos incitan a la curiosidad, la creatividad y la imaginación. Y eso no es bueno para un sistema totalitario en donde incluso la iglesia y el gobierno son solo sombras del verdadero poder que yace oculto y parapetado bajo el dinero. Otros son los que manejan los hilos del mundo, nosotros somos los peones de los peones.

–Incluso se ha buscado estupidizar y ridiculizar esas actividades –exclamó Mendelsen, colocándose sus lentes negros tan distintivos–. Por ejemplo, cada vez hay más música basura y supuestos cantantes que exhiben lujos y mujeres. Por desgracia, a las personas parece atraerles eso. Por otro lado, en el arte y la literatura, se admiran obras sin sentido, que no busquen despertar un sentido crítico, que solo entretengan y que no representen una expresión del espíritu en sí. Finalmente, en la poesía ya ni siquiera se incita a que las personas se involucren en ello, de tal suerte que muy pocas editoriales, según tengo entendido, se atreven a brindar la oportunidad de publicar este tipo de creaciones fantásticas.

–Eso es exactamente lo que Lezhtik siempre decía –dijo Paladyx, sin poder olvidarse de aquel joven extraño–, y es una gran verdad. Además, mientras se tengan entretenimientos que mantengan dormidas a las masas, no se corre el peligro de un despertar.

–Como el fútbol, el sexo, el dinero, el entretenimiento y el materialismo –recalcó Justis, un poco mareado–. Mientras el humano tenga esto, nunca se levantará en armas. En tanto pueda siempre recibir y mantener su actitud pasiva, se mantendrá al margen abrazando falsas concepciones de felicidad. Lo que debe hacerse es incitar a las personas a otorgar, a crear, a aportar algo en vez de solo recibir. Ahí yace el dilema: los humanos solo absorben las estupideces que la sociedad les atasca y no están interesados en dudar y crear.

–Ni hablar de la religión y la televisión, cuya principal labor ha sido la desinformación, ilusionando a las personas con reinos celestiales o ciencia ficción –arguyó Filruex, emocionándose con la charla–. Este sistema está diseñado para hacer que las personas olviden sus sueños, que busquen conformarse con una vida absurda. Lo seres de hoy anhelan tan solo tener un carro del año, una casa bonita, viajar a lugares caros, vestir a la moda, ocupar gerencias y direcciones.

–Y todo para que se repita el mismo ciclo absurdo: nacer, crecer, reproducirse y morir –sentenció Mendelsen–. Casi nadie se atreve a romper el esquema, todos buscan casarse y tener hijos, e incluso se sienten agradecidos con sus empleos donde son explotados y se conforman con una supuesta felicidad brindada por el exterior.

–Pienso que, esencialmente, ser feliz solo puede venir del interior, y todo aquello que no cumpla con eso está vacío –expresó Emil.

Se produjo nuevamente un silencio estrepitoso, las nubes anunciaron la presencia de una llovizna próxima. A lo lejos, se podía escuchar el griterío de los estudiantes, seguramente sintiéndose felices en aquel acondicionamiento. Nada había que pudieran hacer esos cinco muchachos rebeldes para intentar convencer a los demás de que su forma de vivir era estúpida, lo cual conllevaba a una existencia sin sentido. En sus mentes, como en una extraña concomitancia, pensaron al mismo tiempo que se sentían atrapados en un mundo tan fútil que la vida misma no merecía ser vivida. Luego, se limitaron a una sola idea, en la cual englobaban su frustración hacia una sociedad decadente y enviciada de mundanidad:

–No tiene caso, ellos jamás lo entenderán…

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Libro: La Cúspide del Adoctrinamiento


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