Capítulo XLIII (EEM)

Me levanté con dolor de cabeza. Por suerte, con excepción de los vagabundos de siempre, nadie había decidido ir a aquel parque temprano. Tenía que tomar una decisión y afrontar las consecuencias. Si se me culpaba por el asesinato de Virgil, lo afrontaría. Eso era mejor que permanecer sin querer regresar a mi cuarto. Tal vez podría deshacerme del cuerpo, eso en caso de que nadie lo hubiera notado aún. ¡Maldición! Solo pensaba en cómo fui a dejar que esa infeliz se suicidara en mi departamento. De pronto, volví a escuchar la misteriosa melodía del sueño árabe que tanto me trastornaba. Llegó a mí procedente de no sé dónde, pero me sentí tentando a seguirla. Tenía hambre y me sentía fatigado, como si no hubiese dormido nada, pero el deseo de averiguar de una vez por todas qué significaba aquello me ganó. Así, terminé en la orilla de la ciudad donde reinaba la parte boscosa, en dirección opuesta al basurero y el canal donde Jicari se había suicidado el día anterior. Caminé un poco y noté que había alguien esperándome entre un conjunto de hongos luminiscentes. Curiosamente, nunca había notado aquello en mis caminatas nocturnas. Era un hombre con una barba muy larga y partida en dos cuernos hacia la parte final, solo llevaba puesta una malgastada capa negra y unas chanclas rojas. Estaba sentado en posición de meditación y muy concentrado, como si llevase así semanas. Lo que más me impactó fue que, tras observarlo con detenimiento, me percaté de que ¡aquel hombre levitaba!

–¡Ah! Eres tú y justo ahora. Parece ser que no tuviste una buena noche, ¿me equivoco?

–¡Je, je! No, la verdad es que no… Dormí en un parque, casi como un borracho.

–Pero no estabas borracho, o ¿sí? Bueno, ¿qué más dirás?

–¿Usted estaba…?

–Sí, yo estaba haciendo eso que estabas a punto de preguntar.

–Sí, lo sé.

–Supongo que tienes dudas acerca de cómo lo consigo.

–Sí, podría decirse.

–Lo sé bien porque nada en ti está oculto para mí.

–Creo que eso ya lo había escuchado antes. Por cierto, ¿también usted puede leer la mente?

–Desde luego, joven amigo. Leer la mente, levitar, caminar sobre el agua, entre otras cosas, son las habilidades más básicas de un iniciado en nuestra organización.

–Y ¿cuál es su organización?

–¡Ah! Esa es una pregunta muy importante. Por desgracia, un humano no podría entenderlo. Pero deberías de sentirte halagado, puesto que vine aquí especialmente por ti.

–Entonces ¿usted no es humano?

–No del todo… No en el interior, podría decirse. Y tú ¿lo eres?

–Por desgracia, sí… Aunque me gustaría no serlo. Detesto a la humanidad y su mundo, pero espero suicidarme pronto.

–¡Vaya, muy interesante! Y ¿crees que esa decisión depende solo de ti?

–Eso quiero pensar, porque si no, entonces estoy perdido.

–Bien, pero hay cosas que no podrías entender. Dime ¿nunca has pensado que podrías poner en peligro lo que se conoce como destino?

–¿Destino? No creo en cosas como esas.

–Bien, pero suponiendo que creyeras… ¿Crees que sería malo cambiar tu destino? Y si yo te dijera que tu destino no es la muerte, ¿qué harías?

–Pues supongo que nada, ¿qué más podría hacer?

–¿Te resignarías tan fácilmente a seguir en este mundo, a continuar con tu “miserable existencia”?

–Eso es exactamente lo que he hecho hasta ahora, no veo por qué no podría. Aunque la verdad no quisiera, creo. Si hay algo que deseo con todo mi ser es la muerte.

–¿Crees que la muerte es algo que uno puede elegir tan fácilmente? ¿Qué tal si fuera como la vida? Ya sabes, no se elige vivir…

–Bueno, no tan fácilmente. La mayor parte de los humanos quieren vivir porque eso se les ha enseñado como bueno, y detestan morir porque creen que ese será el final de todo.

–Y tú ¿crees que sea así?

–No sé, pero ojalá. Mi mayor temor sería morir y volver a abrir los ojos para descubrir que he reencarnado o que debo verme forzado a existir nuevamente de algún modo.

–Entonces ¿te gustaría desaparecer por completo?

–Sí, unirme al vacío o a la nada, lo que sea más parecido. En realidad, el temor a la muerte es solo una bagatela, algo que se nos implanta para que amemos la vida, la cual en la mayoría de los casos resulta absurda. Pero como ese temor a la muerte está ya implantado en nuestra psique, nos aferramos a vivir, aunque en el fondo carezca de sentido.

–Bien, entiendo. ¿Crees que haya algún sentido para existir?

–No, no lo creo. Y, si lo hay, estamos totalmente alejados de él. La humanidad se está pudriendo, y este mundo es el peor infierno que se haya podido crear.

–Y ¿qué te hace pensar que alguien creó este mundo?

–Bueno, no pudo haber surgido de la nada. Algo tuvo que haber ocurrido, un factor intervino, y ahora tenemos esto. Una civilización de humanos, solo un gran conjunto de tontos.

–Ya veo por qué me encargaron vigilarte… Alguien como tú sería peligroso, aunque solo eres un mono más. Pero, si alguna clase de poder llegara a ti, entonces podrías poner en riesgo el destino manipulado que obtuvimos de Shiphillial. O tal vez nos equivocamos, como sea no puedo irme así nada más. Tu energía, aunque no lo notes, perturba un lugar conocido como el Hipermedik. No obstante, te hemos estado vigilando para que no puedas ocasionar un daño mayor. Sabemos de tus planes, y, aunque es casi imposible que un humano pueda conseguirlo, preferimos no correr el riesgo.

–¿De qué riesgo estás hablando?

–Es una posibilidad muy mínima, y no es probable que tú lo logres. De hecho, gracias al tentáculo que pudimos robar durante aquella épica batalla en las dimensiones alternas, conseguimos eliminar casi por completo el azar. Sin embargo, existe la posibilidad de que un humano, al morir, pueda convertirse en lo más parecido a un dios. Es solo un cuento, pero preferimos cerciorarnos. Los individuos tan extraños como tú, que se quieren suicidar tras una profunda reflexión y que repudian tanto la existencia, son los que más nos preocupan, pues son quienes tienen la posibilidad de lograrlo. Claro, no quiere decir que cualquiera que se suicide lo conseguirá. ¡Desde luego que no! Tú bien entiendes de lo que te hablo, sabes que hay dos clases de suicidas, hablando de los que sí se matan y que no solo viven siendo suicidas. Me refiero a quienes se matan por algún suceso repentino en sus vidas, generalmente por estupideces. Y la clase de suicidas peligrosos, entre los cuáles tememos que estés tú, que son aquellos humanos que se matan, pero tras una intensa búsqueda interna, tras una decepción absoluta de la existencia, tras una elucubración prodigiosa, casi divina. Los seres como tú, hastiados del mundo y de la humanidad, son los más inquietantes para nosotros. Tu odio hacia ti mismo, es decir, hacia tu propia humanidad, puede hacer surgir ciertas habilidades. Por eso te hemos vigilado durante todo el experimento. Como ves, podría decirse que eres ligeramente importante.

–Entonces ¿ustedes están aliados con las religiones y los gobiernos?

–¡Ja, ja! No, para nada. A nosotros este mundo nos importa un bledo. La humanidad puede irse al diablo. Específicamente nos atraen las energías de ciertos individuos, pues tememos que la muerte pueda otorgarles una especie de divinidad. Aliarnos con religiones, gobiernos u otra clase de organizaciones humanas sería asqueroso. Al igual que tú, y ese es un punto en común, detestamos todo lo que tenga que ver con la humanidad. Solo queremos completar el experimento con éxito, y tú eres el método.

–Ya veo, pero ¿quiénes son ustedes realmente?

–Cuando mueras, no serás consciente de que estás muerto. Los demás lo sabrán y tal vez sufrirán por ello, pero tú no…

Recordé a aquel vagabundo con el que había tenido tan peculiar encuentro. Definitivamente debía existir alguna relación, pero creo que ese extraño con apariencia de monje, el cual no había dejado de levitar en todo el tiempo que estuvimos hablando, lo adivinó.

–Sí, sé que ya te lo habían dicho antes. Son algunas de las señales que te hemos dado. Algo así como: la sonrisa de la muerte, cuando la luz haya sido completamente devorada por la oscuridad, la música del sueño árabe, entre otros. Seguramente son frases que has escuchado ya, y todas las personas que has conocido, los momentos que has vivido. Todo está registrado y predeterminado, solo de cierta forma. Es difícil de explicar, pero incluso el destino puede llegar a ser aleatorio, aunque te suene contradictorio.

–¿El destino puede ser aleatorio? Yo también lo he pensado así.

–Lo sabemos, nada hay en ti que esté oculto. ¿Sabes algo? Nunca habíamos tenido que visitar a nadie de tu raza hasta ahora, pero todos sucumben tarde o temprano, y tú no serás la excepción. Vivirás absurdamente, aceptarás tu condena como el resto de tu especie. No creo que consigas suicidarte y alcanzar la sublimidad, solo perecerás. Hay una muy escasa probabilidad, la hemos reducido al mínimo.

–Bueno, debo admitir que esta plática fue interesante, pero a mí me da igual. En pocas palabras, me es indiferente. Yo solo quiero matarme y desaparecer. Convertirme en un dios después de haber muerto suena bien, pero preferiría ya no existir de ninguna manera.

–Bueno, eso está por verse. Por ahora me conformo con esta plática y dejar que prosiga el experimento. Ya solo resta esperar hasta que ocurra al fin. Porque, como te dije, nos volveremos a ver, pero por última vez. Y yo…

Pero no alcanzó a terminar su discurso. Se produjo un enorme destello y desapareció tan misteriosamente como había llegado. No sé por qué no se me ocurrió antes, pero aquel sujeto se parecía bastante al que me había entrevistado en el hospital. Me intrigaban sus palabras, pero ¿qué podía esperar? Todo se había tornado tan extraño que ya no sabía si lo que vivía era producto de mi imaginación o de una realidad tan trastornada que había terminado por enloquecerme. En cualquier caso, no podía ser relevante. Nada cambiaría mis ideales de quitarme la vida, porque no era algo que estuviera dispuesto a tolerar. El problema era solo decidir. Sí, había que actuar y acabar conmigo mismo lo más pronto posible. Ya casi no me soportaba, deseaba abandonar este cuerpo de inmediato, arrancarme el último suspiro de una vida tan indeseable. Pero aún seguía reflexionando, aún había algo… O tal vez me negaba a apreciar en su magnánima plenitud la hermosa y afable sonrisa de la muerte. Sin darme cuenta la música árabe desapareció y fue como si hubiese despertado de un sueño, como si nada de lo anterior hubiese ocurrido.

Cuando volví a mi habitación solo entré sin prestar atención a nada, ni siquiera al putrefacto cadáver de Virgil. Me tiré en el suelo y sentí como si entrase en un profundo estado de coma, era algo un tanto tenebroso. No sé qué era lo que me pasaba, pero todo se nubló y sentí como si hubiese vivido más de mil vidas sin ningún descanso, pues todo lo que quería era dormir. Sí, dormir mucho, quizás eternamente, pero sabía que, indudablemente, despertaría y tendría que volver a ser yo. Era horrible ser yo, era tedioso existir. Al fin, sin saber muy bien qué hacer, vomité una sustancia negruzca y sufrí fuertes convulsiones para luego perder la consciencia por completo.

Habían ya pasado unos cuantos días desde el último incidente con el monje que levitaba y desde que me desmayé tan extrañamente. Cuando desperté, me dolía todo el cuerpo y tenía moretones en las costillas y el cuello. Sin embargo, había soñado a aquel misterioso monje y me parecía que su rostro se asemejaba cada vez más al mío. Pero no a este rostro humano, sino a una especie de faceta interna que no sé cómo describir. He continuado con mi existencia absurda y miserable, detestándolo todo y mirando el ir y venir de las personas, siempre gritando, peleando y ambicionando. Me siento cada vez más aburrido de existir y nada lo mitiga. Cosa curiosa es que me he retirado de todas las cosas banales y pérfidas que antes hacía, tales como ir a la avenida Astraspheris por una puta o ir a embriagarme a Diablo Santo. No sé nada de Selen Blue, de Lary y de las demás mujeres con quienes me había visto semanas antes. Es como si me encontrase aislado, suspendido en una especie de prisión mental que no logro destruir.

Por cierto, el cadáver de Virgil aún lo conservo. Lo envolví lo mejor que pude en infinidad de bolsas y compré todo tipo de ungüentos para combatir el mal olor. Lo encerré en el baño y creo que ha funcionado, pero temo que en algún momento el olor se extienda demasiado y alguien lo note. Aunque es extraño, pues pareciera que en el condominio las habitaciones estuviesen vacías. No he visto a Akriza ni tampoco a Arik, es casi como si este último hubiera desaparecido tan misteriosamente como Volmta. Pero bueno, tal vez en algún momento aparezcan de nuevo, solo debo concentrar mi atención en ellos. No puede ser que los haya imaginado, o quién sabe, pero eso me aterra. Cada vez siento tener menos control de mí mismo, como si algo se estuviera metiendo en mi cabeza y tratase de cambiar el rumbo de mi triste y marchitada existencia.

En fin, supongo que ya pensaré que hacer con el cadáver de Virgil, o tal vez simplemente me vaya y me desaparezca para siempre. He estado solo, más que nunca, y he tenido tiempo para pensar más en el suicidio. Parece ser lo único que aún tiene sentido en mi existencia, y creo que siempre lo he sabido, pero también había algo que me alejaba. Los lugares de perdición, las putas, el alcohol y demás eran una especie de remedio temporal. La banalidad y la decadencia en las que me hundía me proveían de una dosis especial de deseos de vivir, pero ahora que lo he dejado verdaderamente atisbo que no existe ningún sentido. Ciertamente, creo que no sé qué hacer. No sé si regresar a esa vida de depravación o iniciar algo nuevo, casi como una purificación absoluta. Ninguna idea me convence y solo me siento aburrido. Sí, paso los días como un humano más. Lo único que hago es experimentar una tremenda agonía al no decidirme a matarme. Pero no sé, no entiendo qué sentido tiene prolongar más este tormento que es la existencia.

Me cuesta mucho despertar, tanto que quisiera no hacerlo. Los minutos pasan y yo me quedo en la cama, como lamentando haber tenido que despertar. Pienso que, de cualquier forma, solo será un día más en una existencia intrascendente, pero me molesta. Me siento más que nunca forzado a vivir y ya no quiero hacer nada. Todo se torna tan trivial e insulso. Ver a las personas es algo que evito a como dé lugar, y en el trabajo es como si fuera una máquina programada para hacer lo mismo un número tal de horas y luego retirarme. Por suerte, mis compañeros han notado que estoy más aburrido de existir que nunca y al parecer no me fastidian. Aunque es solo en apariencia, porque realmente todo me fastidia, en especial yo mismo.

He tenido poco apetito y como solo por hacerlo, pero creo que eso era así desde antes de que entrara en esta fase tan extraña. Tengo días en los cuáles creo alegrarme un poco, pero son los menos, y siempre se ven opacados por la inmarcesible tristeza que experimento al existir. Los episodios depresivos son más constantes que nunca. Pero no es solo depresión, hay algo más, algo mucho más inquietante; es como una sensación de angustia que me persigue por doquier. A veces esa mezcolanza de emociones destructivas se va, pero siempre vuelve y con mayor fortaleza. Supongo que así pasa cuando lo único que queda es el suicidio, pero ese es el destino de aquellos quienes repugnan su existencia. ¡Vaya, qué miserable es todo aquí! ¡Qué intrascendente es la existencia, especialmente siendo un esclavo de la pseudorealidad!

Por cierto, también me he deshecho de la mayor parte de mis cosas. Considero que solo me estorban, puesto que pronto, muy pronto, al fin me decidiré a cruzar la puerta que por tanto tiempo he contemplado tan sublimemente: la del suicidio. Entonces, si dentro de poco tengo el firme y hermoso propósito de quitarme la vida, ¿de qué me serviría tener todo lo que conservo? Regalé todas las pocas cosas de la cocina, la sala y de mi habitación. En esta solo quedó una pequeña mesa donde colocaba la laptop del trabajo, unas repisas donde coloqué mi ropa, mis cosas de aseo personal y unos viejos dibujos que una vez Melisa me hiciera, y mi cama. Así es, en mi habitación solo restaban esas tres cosas, y así estaba bien. El resto del departamento, el cual no era de por sí muy grande que digamos, está vacío y polvoriento. La verdad es que jamás me gustó asear, me parece una absoluta pérdida de tiempo. ¿Para qué limpiar si se volverá a ensuciar? ¿Para qué ir en contra de la entropía de la vida? ¡Ya suficiente tengo con mi maldita existencia! Es realmente un fastidio soportar mi humanidad y la del resto de humanos como para todavía preocuparme por nimiedades.

En fin, últimamente todo ha estado raro. Extraño un poco la fiesta, el alcohol y la perversión. Esos lugares de perdición, esas tabernas, esas putas y toda esa depravación era lo único que me sostenía, lo que le quedaba a alguien como yo. Sí, a un ser hastiado de la existencia, especialmente de la propia. Por eso, y solo por eso, es que me entregaba a tales desenfrenos. Lo sabía bien, todo era porque en el fondo estaba aburrido. Sí, cansado de la vida, de las personas y de mí mismo. Y toda esa repugnancia había empezado hacía tanto… De hecho, a quienes más detestaba eran mis padres, por haberme traído a un mundo donde jamás hubiera querido estar. Porque este mundo era sumamente absurdo, tan deplorable y ridículo que incluso dios me parecería más como un excelente bufón. Quizás este mundo en el fondo no era sino una comedia, una burla para divertir a esos supuestos seres superiores ante los que tantos idiotas se arrodillaban y rendían tributo. No obstante, sabía que también la religión, como los gobiernos, no eran sino títeres de una élite que mandaba en todos los sectores del mundo.

Y ¿qué podía yo hacer contra eso? Nada, absolutamente nada. Por eso había renunciado a cambiar el mundo, porque, ciertamente, jamás lo conseguiría. Además, me parecía en parte adecuado esta miseria para seres como los humanos. Tenían el mundo que merecían, y así sería hasta el día final. Los humanos no merecían un mundo mejor, porque, de cualquier modo, terminarían por destruirlo y arruinarlo. Esa era la esencia humana precisamente: destruir y joder las pocas cosas bellas que había en la existencia. ¡Al diablo con todo eso! Cambiar el mundo era imposible, cualquier intento era una necedad. Además, considerando que dentro de poco me mataría, ¡me importaba un bledo! Por mí que hubiera hambre, miseria, pobreza y todas las demás asquerosidades en las que se regocijaba la especie humana, no me interesaba lo más mínimo ya. Tal vez antes creía que había esperanza, pero la verdad es que yo mismo me engañaba. Eso en parte me ayudaba a tolerar la existencia, pero ahora ya no queda nada. Aquel disfraz se diluyó en el ocaso de un poema de muerte sublime.

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Libro: El Extraño Mental


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