Capítulo XVIII (LCA)

En su cubículo, el profesor Fraushit lucía preocupado. Se había enterado de lo ocurrido con los miembros del club de los soñadores declarados, y para nada creía estar seguro en la facultad. De hecho, había sentido como si lo observasen en todo momento, incluso en el camino a su hogar. Escuchaba pasos, murmullos, extrañas lenguas y sonidos tan aterradores que creía ser perseguido por una bestia; aunque solía ignorar aquellas persecuciones que lo atormentaban desde las sombras. En su escritorio figuraban libros extraños, le gustaba leerlos una y otra vez, pensaba en el sentido de la vida, en la decadencia de la facultad. En el pasado había divagado con difundir aquellos libros, pero el escaso éxito que obtuvo entonces hizo que se olvidara de tales ensoñaciones.

Por otro lado, se ponía triste cuando recordaba su relación con aquella mujer que en su juventud fue su máximo amor. Desde entonces, había vivido con la tentación del suicidio, se había enfrascado en un círculo vicioso. El conocimiento fue su único refugio, como lo es de cualquier alma solitaria y sensata, pero ni siquiera esto lo había consolado lo suficiente. Probablemente no era solo que su relación hubiese fracasado tan caóticamente, sino el no hallarle un sentido a la vida. Había estudiado e intentado diversas posiciones místicas, religiosas, filosóficas y científicas, pero todo en vano. Sin importar cuánto lo intentase, siempre terminaba igual, donde había comenzado, igual de vacío. Quizá solo era él quien no lograba disfrutar de su mera existencia. Con todo lo que había vivido, terminó por despreciar y rechazar su propio respirar. Añoraba la muerte como los perros añoran los huesos, como las aves el cielo. Sí, la muerte ya lo era todo para un ser tan irrelevante como él.

Ahora más que nunca todo se tornaba, justamente, más irrelevante que nunca. La facultad había sido por algunos años el lugar donde su acongojado espíritu pudo hallar un precario consuelo para su dolor, pero ya no más. Lo peor de todo era que ya nada podía hacer para librarse de su agonía, pues era perseguido a donde quiera que fuese; lo sabía y lo corroboraba constantemente, como esos sonidos irritantes que hace unas semanas lo enloquecieron. Curiosamente, en aquel muchacho llamado Lezhtik encontraba una imagen de él mismo, solitario y perdido, triste y suicida. Por eso le había otorgado el libro aquel, ese que tanto adoraba y que por tanto tiempo leyó una y otra vez. Nunca algo tuvo sentido en su mísera vida, pero se debía en parte al mundo. Si bien él era alguien triste, el mundo tampoco era distinto; era, ciertamente, un infierno. Había ingresado a la universidad con el firme propósito de abrir mentes, de intentar un cambio en los estudiantes, pero, con el nuevo orden, todo se había ido al demonio. La forma en que las personas vivían y lo que anhelaban le quitaba el posible sentido a la existencia, esa era su teoría final al respecto.

Recordaba con frecuencia, más de la que debería, ese amor perdido que jamás olvidaría. Aquella mujercita con quien tanto se había ilusionado y en quien su futuro había fraguado. En aquellos tiempos se habían conocido gracias a unos amigos de la universidad, ella estudiaba historia y él lógica. Dos personas en apariencia contrarias, pero, en el fondo, se entendieron bien. Parecía que todo funcionaría, que era la persona indicada. Y, aun cuando se fue lejos, aun entonces su amor no cedió. La iba a visitar cada quince días, añorando el momento en que pudiera estar junto a ella por siempre. Sin embargo, hubo algo que los separó, una mera tontería, pues ese miserable día en que sus familias se conocerían, en que todo sería dicha y alegría, terminó por ser el día más infame y desdichado de su existencia. Su prometida lo abandonó justamente el día en que todo estaba listo para anunciar su compromiso. La razón él bien la sabía: se había negado a tener un hijo con ella.

Tantas veces lo habían discutido, tanto habían elucubrado sobre el asunto, tan rebelde se había mostrado ante la proposición de tener un hijo, que fue abandonado por ello, justo en el día clave. Recordaba cómo no dejaba de temblar, cómo se emborrachaba los meses posteriores pensando en que otro malnacido estaría dándole a la mujer que amaba lo que él tanto le negó. Y poco a poco fue sanando la herida, fue cicatrizando la agonía de no escuchar más aquella risa, aquella voz tierna y esa dulce mirada acendrada. Luego vino la maestría y el doctorado, los estudios y los libros. Agradeció entonces su condición, aunque para siempre recordaría ese doloroso suceso, incluso ahora lo tenía más presente que nunca. No obstante, sabía que el amor era igual de absurdo que la existencia, y que, en todo caso, el humano era un ser demasiado terrenal y vil para dilucidar tan misteriosa química oculta en tan emotiva sensación. Al fin y al cabo, enamorarse era algo que las personas solían hacer, algo que estaba igual de corrompido que todo a su alrededor. Era una tontería que se hicieran promesas de amor, pues evidentemente el humano, en su presunción y su ignorancia, no estaba preparado para albergar por un periodo muy largo lo que difícilmente podía ser contenido. Nada permanecía, esa era la inherente verdad de la vida, el absurdo en que todo se suspendía. La muerte llegaría y destrozaría cualquier rastro de permanencia, y el humano estaba asaz indefenso ante su infinito poder.

Y, aunque esos pensamientos imperaban en la mente del profesor Fraushit, en ocasiones solía preguntarse ¿qué hubiera pasado si hubiese cedido ante las propuestas de una simple mujer? Tal vez ahora mismo tendría ya varios hijos, una familia y sería igual al resto, pero ¿acaso no lo era? Posiblemente no hubiera realizado todos los estudios que realizó, ni estaría en aquella caricaturesca facultad tratando de abrir mentes. Y así, el profesor se imaginaba toda una vida junto a aquella mujer que amaría hasta la muerte. Después de unos minutos, empero, su entelequia se esparcía y regresaba a su realidad, esa que detestaba y de la cual añoraba liberarse. Realmente no le quedaba nada por qué vivir sino la idea del suicidio.

Cabalmente, el profesor Fraushit era un ser triste y nostálgico, con tintes suicidas. Se le había ido la vida pensando en buscar a su querida musa, pero le aterraba la idea de encontrarla embarazada de otro canalla oportunista, o siendo inmensamente feliz en los brazos de otro hombre. Entonces un día agradeció lo que ocurrió, se sintió feliz de haber mantenido sus ideales por encima de los de otro ser y de los de una vomitiva sociedad. Comprendió que eso no era amor, no uno sincero; de hecho, quizá nada lo era. Ese era el mensaje que trataba de dar a sus estudiantes. Solo quería que ellos entendiesen lo absurdo de la existencia, de las guerras por dominar un planeta insignificante en un periodo ínfimo, del amor humano tan soez y mundano, de las ataduras que las personas contraían, de las deudas y anhelos materiales. Tal como vivía el ser, era factible la concepción del absurdismo y demás corrientes. Miraba a las personas y sus modos de vida, lo que parecía aquejarles y divertirles; entonces sabía que todo era intrascendente y pasaba días enteros como si todo le fuese insignificante. Así había vivido los últimos años, solo y deprimido, con el anhelo de encontrar a alguien que pudiese quedarse con su colección de libros y apreciarla en toda su plenitud. Había hecho bien en apartarlos de las garras del nuevo director, pues, de otro modo, ya hubieran ardido como lo hicieron aquellos libros prohibidos.

Pero las cosas habían cambiado desde hace mucho. Y ya no sentía esa pasión cuando hablaba de teorías raras o cuando leía filosofía. Le gustaba enseñar y aprender, empero, algo punzaba en su interior. Sentía como si no hubiese vivido, como si algo le arrebatara el aliento. Tantos años y siempre lo mismo, la vil cotidianidad y la maldita monotonía se habían apoderado de su vida desde hace eones. No sentía interés por el mundo, pues de antemano sabía que era un lugar horrible. Y ahora con lo ocurrido en la facultad, con esas muertes y ese nueve orden, todo apuntaba a darle la razón, a confirmar que efectivamente la existencia tendía a un absurdo entre más tecnología y ciencia había, entre más civilizada era la sociedad. ¡Qué horrible era estar vivo en una realidad tan insustancial!

Se sentía oprimido y cabizbajo al saber que no era distinto al resto de los humanos. Con esta sensación en su ser, se acercó a la ventana, mirando a través de ella cómo los estudiantes actuaban estúpidamente, como de costumbre. A ninguno de ellos le interesaba elucubrar o dudar, se limitaban a recibir todo lo que la sociedad les atascaba sin quejarse ni incomodarse. Ninguno aportaba nada, ninguno luchaba por un cambio ni mucho menos por un despertar. Pero era inevitable, nada podía hacerse por aquellos cuyos oídos jamás comprenderán la más sublime percepción del infinito. Decidió entonces salir y colocarse en una banca aledaña al bosque de Jeriltroj. Rememoró cómo había sido su primer día en aquella misteriosa facultad, e igualmente vino a su memoria el día en que viese lo que nadie creería, aquel misterioso monje.

Todo se dio por casualidad, o eso pensaba. Había decidido ir al bosque para despejarse de las tareas, la tesis exigía mucho y él ya estaba harto. Entonces, recostado en el pasto, tras haber caminado demasiado sin rumbo fijo, escuchó como si una corriente fluyese por detrás de dos inmensos árboles que hasta ese momento no había notado. Pensó que era imposible que existiese aquí un arroyo o algo por el estilo, pues creía conocer todo el bosque y jamás había visto algo similar. Decidió esperar, pero el sonido no desaparecía; en cambio, ocurrió lo contrario, muy tenuemente fue incrementando la frecuencia y el volumen de aquel chasquido. Ahora lo reconocía, sí, era como el fluir del agua. Pero ¿cómo era posible? Sin pensarlo dos veces, dio la vuelta y caminó en dirección diagonal, virando hacia el lugar de donde provenía el peculiar sonido.

Le pareció que se engrandecía más y más el tramo que tenía por recorrer, cuando, de pronto, ocurrió lo inaudito. Se produjo una luz iridiscente y creyó que desaparecer, la sensación fue aterradora y a la vez reconfortante; eso era todo lo que recordaba de su visión aquella tarde. Todos intentaron disuadirle de tal relato argumentando que era un loco y que, en todo caso, debía haber estado drogado, cosa bastante común en los estudiantes de filosofía. Y es que, aunque había estudiado matemáticas, le había atraído enormemente la lógica, así que se inscribió en el posgrado de la facultad donde realizaba sus estudios en filosofía analítica. No obstante, el profesor Fraushit sabía que no era así, aunque, por más que buscaba en su memoria, algo le había arrebatado aquel pedazo de su existencia, aquel tiempo fue vetado de su cabeza. Subrepticiamente, una voz familiar lo sacó de su concentración; eran dos de sus antiguos exalumnos quienes pertenecían a otra facultad.

–¡Qué tal, profesor! ¿Todo bien? Lo noto algo consternado –dijo el primero de ellos.

–¿Cómo le va? ¿Qué tal sus nuevos grupos? –inquirió el segundo sin dar tiempo a que el profesor respondiera.

–¡Qué tal! Me da tanto gusto volver a verlos. Todo lo que recuerdo de ustedes es su loca idea… Van bien mis grupos, todo como siempre. Pero ustedes ¿qué tal? ¿Cómo va la vida fuera de la facultad?

Aquellos dos egresados pertenecían a una iniciativa que buscaba ayudar al mundo mediante la biología. Habían sido estudiantes del profesor Fraushit en la asignatura de filosofía de la ciencia, que, casualmente, el profesor impartió esa vez, pese a que su área era la lógica. En realidad, debido a la política de reciclaje de profesores, cualquiera con doctorado podía impartir lo que le viniera en gana, cosa contra la que el profesor Fraushit siempre había estado en desacuerdo.

–Es complicado, la verdad es que nos hemos encontrado con muchos subterfugios.

–¿A qué se refiere con eso? ¿No han logrado reunir más adeptos?

–Sí, pero hay demasiados impedimentos, gente que se opone a nuestra iniciativa. Estamos intentando abrir cursos para que las personas conozcan de qué se tratan nuestros técnicas sobre hidroponía y cómo aprovecharla, empero, no está resultando nada fácil.

–Parece un proyecto sorprendente, no lo abandonen por nada del mundo. Hoy en día es difícil hallar personas interesadas en el progreso, casi todos piensan solo en dinero, poder, sexo y diversión.

–Ese es el dilema –replicó el muchacho que no había hablado hasta ahora–. El gobierno nos ha bloqueado el camino y las empresas privadas dicen que somos una molestia, que no hay financiamiento para tales proyectos. Además, las personas no tienen tiempo para escucharnos.

–Quizá temen las consecuencias, saben que así la gente podría generar su propio alimento y no depender del dinero para comer. Si ustedes lo consiguieran, sería espectacular. Por desgracia, en este mundo absurdo todo converge a la degradación. No esperen que sea fácil, no se rindan.

–Eso intentamos, muchas gracias por el apoyo. Si llega a estar interesado, solo contáctenos. Ya veremos la forma de librarnos de esos sujetos que frenan el crecimiento de nuestra iniciativa –exclamó el primero de los muchachos.

–Pienso que es bueno, que puede ayudar al mundo. Queremos también rebajar su costo y capacitar a las personas. Ya sabe, progresando y buscando ampliar horizontes, evolucionando –expresó el segundo.

–Sí, entiendo su situación. Por desgracia, ese tipo de cosas están más que condenadas en la actualidad. Tengan mucho cuidado, ellos no se quedarán con los brazos cruzados.

–En parte tenemos algo de miedo, hemos recibido ciertas amenazas. Aunque nos hemos mantenido firmes en nuestros propósitos sin prestar atención.

–Bueno, es natural. Las grandes industrias no permitirán que ustedes les roben la ganancia. Así que, aún si su iniciativa funciona, su cabeza está en riesgo. Este sistema busca lo lucrativo y lo productivo, no ideas que puedan liberar a la gente de su yugo.

–Recuerdo cuando nos hablaba de eso en las clases y todos se dormían. ¿Aún lo sigue haciendo? –inquirió el segundo muchacho.

–Efectivamente, no desisto en mi afán de abrir mentes. En este mundo no se puede hacer un bien que no represente un mal para los que ostentan el poder. A un profesor de aquí que quiso denunciar a la industria farmacéutica por enfermar a las personas lo desaparecieron. La mayoría de los estudiantes no tiene interés en un despertar de consciencia, pero hay uno que otro. Y algo raro ha pasado en la facultad…

Justo cuando el profesor estaba por contarles todo lo acontecido, todas las injusticias, el nuevo orden, las asquerosas diversiones y la quema de los libros, los egresados tuvieron que irse raudamente, pues su presencia era solicitada para una conferencia donde explicarían sus proyectos ante un supuesto empresario interesado. Se despidieron del profesor, quien permaneció inmóvil en la banca, tal como hace tantos años, como en su primer día. Todos se iban, él se quedaba, el tiempo parecía atarlo sin remedio. Así había sido siempre, pero ahora quería que fuese lo contrario. Pasó el resto de la tarde en soledad, reflexionando si su existencia a final de cuentas no era un desperdicio, quizá la de todos lo era.

–Le digo que se ha vuelto loca, dice lo mismo sin cesar –decía uno de los estudiantes al policía que había acudido para atender el caso.

–Pero ¿por qué estaría loca? ¿Qué es lo que dice?

–Escúchelo usted mismo. Yo ya no tengo nada qué hacer aquí, mi clase está por comenzar.

A las afueras del bosque yacía Paladyx tendida y balbuceando cosas, parecía estar bajo un extraño trauma. Sus cabellos rojos lucían todos desgreñados, el maquillaje negro tan abundante en los párpados se le había escurrido por el rostro manchándole las mejillas. Sus labios estaban ensangrentados por las constantes mordidas que se propinaba mientras balbuceaba. Todo su cuerpo temblaba, estaba irreconocible, parecía no ser más ella misma.

–Dime ¿quién te ha hecho esto? Solo quiero ayudarte –preguntaba el oficial, consternado ante del deplorable estado de la joven.

–¡Ellos! ¡Ellos van a controlar el mundo! ¡Son hombres reptil! ¡Están en todos lados!

–Quiero pedirte que te calmes y que me cuentes lo que pasó. ¿Sabes cómo llegaste aquí? ¿Desde hace cuánto tiempo que te encuentras en este lugar?

–¡Nos observan! ¡Nos estudian! ¡Ya es tarde! ¡Se acabó el mundo y la vida! ¡Van a dominarnos y seremos sus esclavos! ¡Ya están aquí!

–¿De quiénes hablas? Cálmate, enseguida vendrá un especialista.

El oficial trasladó a Paladyx a una camilla. Había mucho ajetreo, muchos oficiales hablaban por radio y merodeaban la zona. El incidente se le había escapado de las manos al director, pero, a pesar de todo, ningún periodista estaba por ahí, cosa bastante extraña.

–Ella es la jovencita. Parece estar totalmente desorbitada, fuera de sí. Se la pasa espetando frases ilógicas. Dice que una raza de hombres reptil quiere dominar el mundo y que se cobijan bajo pieles humanas. En realidad, dice muchas cosas, pero todas relacionadas al control mental y al acondicionamiento. Parece no reconocer a nadie, quizás haya enloquecido –explicó el oficial a la doctora quien recién había llegado para atender a Paladyx.

La experta en estos casos tenía el expediente de Paladyx, proporcionado por la facultad. Observó entonces que ésta tenía antecedentes de esquizofrenia y otros problemas relacionados. Tenía otros datos concernientes a la joven que debían ser privados, pero, de alguna forma, estaban en su archivo, como si alguien la estuviese observando en todo lo que hacía. De hecho, tal información la tenían de todos los estudiantes, sabían más de ellos de lo que se imaginaban. Quizás alguna especie de cámara oculta en los aparatos electrónicos o algún súper sistema no revelado podía proporcionar tal información confidencial a las instituciones. De ese modo, sería fácil tener bajo control a todo el mundo, se sabrían sus fortalezas y debilidades, sus miedos y sus alegrías. Cada vivencia estaría registrada ahí, para siempre. Y, dado que cada vez aumentaba más la interacción hombre-máquina, había una confianza absoluta en proporcionar datos en páginas de la red. Pero todo quizás era solo una psicosis, tal vez esos datos en apariencia confidenciales de Paladyx habían llegado de otro modo. Como sea, Lezhtik finalmente arribaba al lugar de los hechos, con los pulmones a punto de salírsele, pues había corrido demasiado.

–¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde está, oficial? Soy su mejor amigo y vine tan pronto como pude.

–Por allá, la está tratando un especialista. No sé si sea una buena idea que usted acuda, podría descontrolarla más.

–¿En verdad está ella tan mal? No me lo imaginaba…

–Pues solo habla incoherencias. Según su versión, fue atacada por unos hombres reptil que han pactado ciertos tratos infernales con una secta, y que pretenden el adoctrinamiento del humano y el control absoluto del mundo.

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Libro: La Cúspide del Adoctrinamiento


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