Capítulo XXXI (EEM)

Y así, se dispuso a contarme su historia, tal como lo había hecho Volmta. No sé por qué razón, pero me sentía inclinado a escucharlo, algo en sus labios comenzaba a despertar una llama hasta ahora exangüe en mi interior. Su voz era cautivante, pero su melancolía era aún mayor. Podría afirmar que estaba más borracho que yo, pero quién sabe. La verdad es que últimamente me había embriagado tanto y tan seguido que a veces ya no diferenciaba si estaba o no tomado. Pero esto en nada me importaba, pues lo único que quería era olvidarme de mí mismo por cualquier medio. Tan solo escapar lejos de esta prisión por unos instantes, fundirme con el alcohol para no saber más de la existencia. Y, en tales momentos, únicamente añoraba una cosa: la muerte.

–Todo es por una mujer, digamos que ese es el punto central de toda esta absurda problemática. Es como una novela de mal gusto, lo cual termina por ser el destino de todo supuesto amor verdadero.

–Lo creo, yo también creí una vez haber amado a alguien.

–Bueno, entonces ya debes saber de qué te hablo en gran medida. Como sea, su nombre era Betrika, y fue mi novia hace un tiempo. Digamos que al principio todo fue tan mágico, tan lejano de la cotidianidad del mundo. En aquel entonces se trataba de un periodo bastante complicado para mí, puesto que mis padres se habían quedado sin casa y nos fuimos a vivir con una tía donde el ambiente era un infierno. En fin, fue justamente en esos momentos de dificultad cuando conocí a Betrika y quedé anonadado por no sé qué cosa en ella. Bien se dice que cuando menos te lo esperas es cuando llega el cambio más devastador. En mi caso así aconteció, pues realmente no esperaba nada de ella y se convirtió en todo. Hubo algo, una conexión misteriosa que jamás he vuelto a experimentar, algo que me atrevo a llamar amor. Desde nuestra primera cita, la cual no era sino una salida para platicar de ciertos temas esotéricos que ambos parecíamos tener en común, ambos congeniamos perfectamente. Hasta ese entonces yo nunca había creído enamorarme, jamás había creído que fuese posible experimentar tal desesperación. Sí, porque eso sentía cuando me alejaba de ella: una tremenda desesperación que me corrompía el interior. Y eso, para mí, es el amor… Solo desesperación, tristeza y estupidez.

Se levantó y pidió más tragos para ambos, sin importar ya el precio. Supongo que creía que yo pagaría, pues él no parecía un sujeto con mucho capital.

–Ahora bien, no pretendo aburrirte contándote cada momento que compartimos, simplemente fue algo tan mágico. Solo así podría definir cada momento que pasé con Betrika. La manera en que ambos parecíamos mirarnos y sentirnos más allá de este plano me hacía enloquecer. Ambos vibrábamos y alcanzábamos lo más espiritual, lo más supremo y sublime de la existencia. Mi vida, según veía, finalmente había adquirido un sentido. Vivía para ella, escribía para ella. Porque, debo confesarte, yo comencé a escribir inspirado por ella. De hecho, el día de nuestro primer beso fue también el día en que escribí mi primer poema. Estaba tan nervioso, tan agobiado y temeroso de dárselo. No me decidía, pero lo hice y ella fue quien me besó primero. Recuerdo esa sensación, ese primer beso… Fue tan hermoso que sentí como si solo hubiese existido hasta ese momento para experimentar el divino y etéreo roce de sus acendrados labios. Y a partir de entonces el fantástico cúmulo de sentimientos que experimentaba hacia ella crecía exponencialmente. No obstante, al mismo tiempo sentía también que me destruía a mí mismo, pues la añoraba a cada segundo, y no estar junto a ella era lo mismo que estar muerto. Supongo que haberla amado con tal pasión e intensidad solo contribuyó a hacer más tortuoso el final. Porque, admitámoslo de una vez y sin rodeos: todo muere, y el amor no es la excepción. Es, de hecho, lo más frágil de quebrar.

–Inspirador, tanto que me recuerda el día que conocí a Melisa.

–¿Es la mujer de la que te enamoraste?

–Pues ya ni sé, creo que sí. Pero continúa.

–Pues de ese momento no hay algo más que decir. De ahí en adelante todo fue glorioso. Podría decirse que ha sido la mejor época de mi miserable existencia. Me sentía preso de tantas emociones, de tan indescriptibles y efervescentes sensaciones que estallaban en mi mente y en mi interior. Creí tenerlo todo, haber conquistado la felicidad que tantos buscan tan desesperadamente y que yo, sin pedirlo, había conseguido. Conocí a su familia, nos entendimos bien y cada fin de semana iba a visitarla. Me hacía falta, y sé que yo a ella; o, al menos, así fue hasta el día de la tragedia. Pero bueno, antes de ese día todo fue perfecto. Le escribí tantos poemas como pude, hice por ella cosas que jamás haría por alguien más. Hubo tantos besos y bonitas vivencias, caricias y miradas acendradas. Todo mi mundo había cambiado, ahora ya no era una sombra que ni siquiera estaba segura de estar viva. No, ya no era aquel deprimido y abatido ser que odiaba existir. Ahora tenía un motivo, y no cualquiera, sino el más magnificente de todos: el amor. Por supuesto, de todas las tonterías que hablé o cometí mientras estaba enamorado no puedo ahora menos que desternillarme. Sin embargo, en su momento, incluso eso fue bonito. Supongo que a todos nos pasa al menos una vez en la vida: las personas se enamoran y, por un parpadeo en su ya de por sí efímera existencia, olvidan lo miserable que es vivir.

–Por como lo dices puedo inferior que ese “día de la tragedia” fulminó de golpe todo lo que creías sagrado en tu existencia.

–Ciertamente sí. Creo que ya ha sido suficiente hablando de lo bueno que fue aquel periodo con Betrika, aquel donde creo haberme enamorado con locura. Podría decirse que adormecí mis verdaderos deseos.

–Suele pasar. Supongo que creías en alguien, pero luego todo cambió.

–Así es. Y es aquí donde llega ese día de la tragedia del que hablé. En realidad, son dos, pero el primero sumamente ligado a la decadencia. Hasta ahora no se lo había contado a ninguna persona. Bueno, no de esta manera. Ya sea porque estoy ebrio o porque verdaderamente pienso que esta noche todo me da igual, te lo diré. Tú serás el único que lo sabrá.

–Agradezco la confianza, pero quizá te estás precipitando.

–No lo creo. Vine aquí con el único y firme propósito de destruirme, y creo que es esencial que lo haga. Además, después de esta noche, nada más importará.

Ante tan brutal sentencia no pude menos que sonreír. Cualquier otra persona se habría alarmado sobremanera y habría querido hacer algo, pero yo no. En todo caso, ¿quién era yo para evitar que aquel poeta se suicidara? ¡Al diablo con todo! Ni siquiera yo quería vivir; es más, yo también me mataría pronto, quizá no la misma noche que él, pero pronto… Lo analicé un poco más y su mirada me cautivó. Era un hecho que había bebido estúpidamente de modo intencional y que planeaba contarme algo que nunca había revelado a nadie. Pero ¿qué podría ser? Aunque entendía que se había enamorado con un demente y que algo había ocurrido que lo destrozó, aún no estaba cerca de discernir la esencia del asunto.

–Fue el día en que decidimos tener sexo por vez primera, aquel fatal día del que me arrepiento y que ahora, en mi depresiva miseria, acaso agradezco. O, no sé, lo veo ya como parte de toda esta sucesión de desgracias y sinsentido que es mi vida.

–¿Acaso ocurrió algo desagradable?

–¿Desagradable? ¡Peor, mucho peor! Tan desconcertante que incluso ahora no logro explicármelo. Sí, eso es: se trata de un suceso que aún no quiero creer. Me niego a aceptar la verdadera naturaleza de las cosas, me niego a atribuirle alguna culpa a Betrika. Pienso que soy yo quien dañó todo, aunque nunca pude demostrárselo y ella…

–Si gustas, podemos cambiar de tema.

–¡No, de ningún modo! –manifestó frenéticamente, derramando algo de vodka en su playera–. Debo decirlo, necesito decírtelo. Te he elegido a ti, ¡sí, a ti! Hay algo en tus ojos que me atrae, como si quisiera ser absorbido por ellos. Y, por ello, debo hacértelo saber, serás el primero y el último.

–Muy bien, entonces dilo.

Su actitud parecía la de un maldito enfermo mental. Estaba enajenado y obsesionado con contarme su historia. Era casi como si no pudiera esperar más, como si estuviese totalmente decidido a matarse aquella noche.

–Fuimos al hotel, aunque al comienzo ella estaba indecisa. No sé por qué razón creía que no debíamos posponerlo más tiempo. Ante mi breve insistencia de que aquello nos uniría más, fuimos. Claro que fue complicado y hasta estuvimos a punto de no hacerlo, pero, al fin, nos hallamos solos en la habitación. Era un hotel cualquiera, la verdad, diría yo, muy barato. Casi nos escapamos de su casa, aunque creo que sus padres sospecharon algo. Pero no era importante, nada hubiera podido frenarnos. De hecho, fue ella quien insistió en el último instante en ir. Recuerdo con cierta ternura que antes de entrar casi se arrepiente porque había unas personas que no dejaban de mirar con una curiosidad desmedida a cada pareja que entraba y salía del hotel. Pero, como dije, vencimos todos esos factores y, ¡ay!, finalmente estuvimos a solas, uno frente al otro, consumiéndonos con la mirada y experimentando tantas cosas inquietantes. Comenzamos despacio, primero nos besamos y nos desvestimos lentamente, conforme nos íbamos acariciando y excitando. Todo, hasta ese momento, iba bien. Todo continuaba siendo emocionante y vibrante, una mezcolanza esplendorosa de arte y travesura. Cuando creíamos que los besos y las caricias habían ya sido suficientes, retiramos la ropa que sobraba en nuestros cuerpos y decidimos hacerlo… Pero, para mi desgracia, lo peor estaba por ocurrir. Yo me recosté en la cama boca arriba con solo los calcetines puestos, puedo rememorarlo con frescura puesto que aquellos calcetines eran mis favoritos, y los había escogido especialmente para ese día. Ella se mantuvo de pie para retirarse unas bonitas pantaletas negras que la hacían lucir divina. Se acercó al lugar donde estaban los preservativos y preparó uno, dispuesta a colocarlo en mi “erecto” pene.

Arik se detuvo en este punto y su silencio fue diferente a los anteriores. Incluso el recuerdo de aquel preciso momento ahora parecía haberlo perturbado casi como la existencia misma. Esta formulación la hice deduciendo, por su forma de expresarse, que detestaba tanto la existencia como yo mismo, y no solo la existencia, sino también el mundo y la humanidad. Probablemente ese era el vínculo inexplicable que cada uno vislumbraba en la mirada del otro. Sentí una enorme curiosidad por leer sus poemas, por saber cómo sería la faceta de aquel poeta demente en su estado más enamoradizo, y también en el más enfermizo. Grande fue mi sorpresa cuando, tiempo después, descubrí que ya tenía más de 6 poemarios publicados. Su poesía me encantó, era la única que podía hacerme sentir un sufrimiento sin igual: el de existir. Pero Arik ya continuaba con su relato:

–Creo, sin temor a equivocarme, que ese ha sido, por mucho, el momento que más daño ha causado a mi mente y, acaso, a mi espíritu. Hasta entonces, debo confesarte también, jamás había tenido sexo. Sé que parecerá una tontería, pero es la pura verdad.

–Comprendo, Arik. Pero son cosas que pasan, ¿no lo crees así? Todo el mundo se enamora, al menos, una vez en su vida. La existencia de las personas es sumamente miserable y absurda, pero hay ciertas cosas que, por unos momentos, despiertan los sentimientos más hermosos y sublimes en nuestros corazones. Y es evidente que el momento más divino en la existencia de todo ser humano es cuando roza los tenues y deliciosos labios del amor. Sin embargo, aunque todo amor esté condenado a terminar en tragedia, enamorarse es el misterio más supremo que hay en este plano de miseria y futilidad. Enamorarse lo cambia todo en el interior de las personas, les da un motivo suficiente para despertar cada día y soportar lo absurdo que es existir. Enamorarse es tal vez la única droga que puede hacer temporalmente la existencia mucho menos miserable.

–Por eso las personas se enamoran entonces… Parece una locura, parece tan extraño y enigmático que el amor pueda imprimir esa fuerza tan sorprendente en el alma de los humanos. La mayor mentira, el amor, es la quimera divina en la que decidimos creer para eludir al destino que nos envuelve, para evadir con sutileza los cálidos brazos del suicidio. Porque, esa es la verdad, además del amor, no creo que exista otra cosa que proporcione tan recalcitrante torbellino de sentimientos encontrados, excepto el suicidio. Y es que enamorarse es convertirse en un suicida, de esos que no se matan, de los que están marcados por la miseria de una vida sin sentido, pero que deben experimentar hasta el límite el sufrimiento y la desesperación de existir antes de probar la sabiduría divina de la muerte.

–Es curioso, parece que ambos tenemos cierta percepción de la existencia un tanto, cómo decirlo, particular. ¿Sabes? Siempre que vengo a Diablo Santo lo hago “con el espíritu libre”.

–¡Je, je! ¿A qué te refieres con eso del “espíritu libre”?

–Me refiero a que salgo con una especie de combinación en mi ser: deseos sexuales y suicidas. Esto es, salgo para emborracharme, drogarme, follar y, lo que más me gustaría, decidirme al fin a matarme.

–¡Ya comprendo! ¡Espíritu libre! ¡Ja, ja! Solo a ti se te ocurren esa clase de términos, pero me parece interesante. Entonces todos deberíamos ser “espíritus libres”, pues acaso sea, no sé cómo decirlo, lo más bonito que existe. ¿No te parece que estar aquí y ahora, en esta taberna deplorable, rodeados de putas, borrachos irremediables, viciosos, jugadores, malvivientes y toda la caterva de depravación y crápula que aquí se reúne para consolarse mutuamente y desperdiciar tiempo y dinero; no te parece como si todo eso, incluso el hecho de que estemos aquí fumando y bebiendo, es, en cierto sentido, mágico, místico y hasta espiritual?

Miré precisamente a esa muchedumbre de depravación y vileza a la que el poeta Arik se había referido. Todos, sin embargo, reían, vacilaban, jodían y se la pasaban bien. Todos, indudablemente, contribuían a que Diablo Santo y todas las demás tabernas fuesen algo más que un lugar donde emborracharse y conseguir sexo y dinero. Hacían que Diablo Santo, por el contrario, fuese una especie de cielo. Sí, aquí venían tanto hombres como mujeres para olvidar sus penas, para olvidar lo miserables que eran sus cotidianas vidas, para encontrar los besos y las caricias que elevaban su espíritu más que cualquier religión o creencia divina. Y entonces también yo comencé a reír como un demente, sí, como un maldito trastornado. Y reía no en vano, reía porque yo pertenecía a ellos. Yo, que tanto odiaba la existencia y a la humanidad, no podía evitar sentirme satisfecho en ese ambiente de depravación. Y entonces supe cuán hermoso y espiritual eran la banalidad y el vicio, pues nada había mejor que aquello, que malgastar dinero y tiempo. Supe que no había una sola mujer y un solo hombre que no mereciese amarse, besarse y follarse. Entendí que sumamente tan espiritual cogerse a una puta, embriagarse y no tener ninguna clase de prejuicios. Sí, y lo mejor era el hecho de que cualquier persona podía amarse y entregarse. Incluso, si fuese posible, sería deseable que toda la humanidad, que individualmente era asquerosa, se conjuntara y pudiera besarse y matarse con un orgasmo monumental.

–¡Oye, Lehnik! ¿Estás ahí? –balbucía Arik ya muy bebido, al ver que me abstraía como siempre–. ¿En qué tanto piensas?

–En una mega orgía donde participemos todos los que venimos a Diablo Santo para olvidarnos de lo miserable que es la existencia.

–Eso suena ¡muy bien! Aunque, no sé…

–¿Qué no sabes?

–No sé si yo participaría…

Pero no terminó lo que estaba a punto de decirme. En lugar de ello sostuvo la botella de vodka y la lamió inexplicablemente, para luego frotársela en la cara. Aquel extraño comportamiento en principio me desconcertó, pero al fin lo ignoré. Entonces reanudamos la conversación acerca de la mujer que amó.

–Ahora que lo recuerdo –expresó fumando un cigarrillo ágilmente–. Bueno, yo no fumo, solo cuando estoy ebrio. Como sea, no terminé de contarte la historia tras la cual mi vida culminó en… ¡esto!

–Cuéntame, soy todo oídos. Esa chica de allá me está mirando…

–¿Cuál? ¿Selen Blue?

–¿La conoces? La he mirado desde que entró, es más hermosa que una diosa.

–Es una puta de lujo. Hace unos momentos se fue con el tercero de la noche. Ya sabes, solamente viejos adinerados, de esos que apuestan en las mesas de allá cantidades exorbitantes.

–¡Hum! Interesante, me gustaría saber cuánto cobra. Pero aún no terminas de contarme, así que prosigue. Creo que puedo esperar un poco para ir con ella –dije mientras la observaba como si de una Venus se tratase, y ¡vaya que lo era!

–Bien. Cuando terminemos de platicar, vamos. Es temprano, apenas va a ser la una de la mañana, aún podemos hacer cosas locas. Creo que ya se me subió, ¡ja, ja!

–¡Sí, eso se nota a leguas! Pero no te preocupes, porque a mí también, ¡je, je!

–Bueno, ¿en dónde me había quedado? Ah, ¡sí! Estaba contando acerca del día en que mi vida cambió por completo, el día de la máxima tragedia.

–Sí, así es. Me dijiste que habías ido a un hotel con Betrika, el amor de tu vida, pero algo salió mal.

–Exactamente, y no algo, sino todo, diría yo. Sí, absolutamente todo cambió después de eso. Me duele admitirlo, pero ese día me di cuenta de que, aunque amaba a Betrika con todo mi ser, era imposible que pudiésemos estar juntos. Pero fui un necio, me aferré a una quimera, y el resultado fue esto.

Noté que comenzaba a alterarse, pues no solo algunas lágrimas escurrían por sus blancas mejillas, brotando tiernamente de sus ojos verdes y culminando en sus refinados y rosados labios. Lo calmé y le insté a contarme lo que había ocurrido. Al parecer, era esta la primera vez que lo contaba.

–Estábamos en el hotel y yo me recosté, entonces ella fue por los condones. Mientras sacaba el que usaríamos, dijo: “este para hoy y guardamos los otros tres para dentro de dos semanas, el día de tu cumpleaños, porque quiero consentirte”. Sin embargo, no usamos ninguno de los tres ese día ni nunca. Cuando ella se acercó a mí con la intención de colocarme el condón, pues ¡hum!, mi pene no estaba erecto. Al ver esto ella lo consideró normal y comenzó a masturbarme. Primero con sus manos y luego con su boca. Tomaba mi verga flácida y la agitaba con desesperación, la meneaba y la jalaba con furia, la introducía en su boquita caliente y yo, para ayudarla, la tomaba de los cabellos y la estrellaba contra mis genitales, pero nada. Mi miembro no se paraba, era como si se tratase de una especie de maleficio. Al fin se rindió, al menos inicialmente. Yo estaba más que desconcertado, pues cuando nos estábamos besando y acariciando realmente me había sentido excitado, se me había parado. No obstante, en cuanto me acosté y ella se desnudó hasta quedarse solo con los calcetines (en verdad no sé por qué no quería quitárselos), algo pasó en mi cabeza, algo hizo que se creará una especie de repulsión sexual hacia Betrika.

“En cuando Betrika notó que mi verga no se pararía, que estaba tan flácida como un espagueti, según ella misma dijo, se apartó y se puso adusta. No sé si lloró, pero su actitud sufrió un cambio radical. Ni siquiera si dignaba a mirarme, pues la decepción la corrompía, además de tantos otros sentimientos. Me dejó solo y se fue al baño, así pude quedarme como un completo imbécil mirando a la nada y en un estado de trance absoluto. Simple y sencillamente no podía creer lo que estaba ocurriendo. En mi mente había una conmoción absoluta, tan enigmática como triste. Ciertamente nunca había tenido mi primera vez, pero estaba convencido plenamente de que mi verga no tenía ninguna anomalía. Ahora, cuando llegaba el momento y con la mujer que amaba, recibía este golpe. Era como si el destino se regocijara con mi desgracia, como si una especie de maldita neblina de pronto se apareciera y apagara el resplandor de nuestro amor. Me sentía tan abatido, estaba furioso conmigo mismo. Sentía el placer en mi mente, pero no era capaz de transmitirlo a mi cuerpo, algo claramente estaba roto. Pero lo más triste estaba por venir, pues el asunto no terminó ahí, sino que ella intento que se me parara con todo lo que tuvo, cosa que, por desgracia, jamás pasó.

“Recuerdo que, tras el periodo de ensimismamiento y enojo, se me montó con furia y comenzó a restregar su vagina en mi espagueti, pegándose con fiereza y gimiendo de tal modo que todos en el hotel debieron haberla escuchado. Se sacudía y tenía la esperanza, muy tonta y absurda, de que se me parara, pues balbucía desesperadamente: “vamos, por favor, levántate”, o también: “ya se está parando, puedo sentirlo”. Sin embargo, a pesar de todo, no se paró. Tal vez fuese su imaginación la que la hacía creer que inesperadamente mi espagueti, “mi verga flácida e inservible” como también dijo, se engrosaba y se alargaba. El punto es que, por más que se me montó y me habló sucio, por más que trató, no logré excitarme físicamente. Esto me frustraba más que nada porque mentalmente quería hacerlo, quería follar a Betrika. No sabría cómo explicarlo, pero algo obturaba la comunicación, como dije, de mi mente con mi cuerpo. Ella, evidentemente, no comprendió esto por más que se lo hice notar. Supongo que se sentía tan humillada y ofendida en su amor propio, en su orgullo y en toda su fisonomía, porque, cabe resaltar de paso, siempre le desagradó su cuerpo, y lo que ocurría la lastimaba sobremanera. Yo lo sabía, y por ello sufría en mayor medida, pero nada podía hacerse. Sintiéndome presa de una desesperación insondable me encerré en el baño con el pretexto de tomar una ducha, incluso con agua fría, y eso que nunca en la vida había soportado ni siquiera remojar la puntita del pie.

“Así, me encerré en el baño, notando que todo mi cuerpo temblaba y mi mente no se recuperaba del tremendo golpe. Me parecía estar en una pesadilla, como si todo eso no fuese sino otra cosa que un mal sueño del que despertaría para darme cuenta de que mi verga servía a la perfección, como yo lo suponía hasta ese instante. Entonces tomé el jabón y, sin pensarlo, me introduje en el agua fría sin el más mínimo cuidado. Decidí que no podía rendirme así de fácil y que debía luchar, que debía excitarme a cualquier precio. Por lo tanto, hice algo que me lastimó, pero necesario, aunque igual de fútil que todos los intentos previos: pensar en alguien más para masturbarme y conseguir que mi espagueti se pusiera tenso. Entendía que esto era asqueroso, pero no me importó. Si me ayudaba a conseguir mis fines, ¿qué más daba? Nadie sabría nunca que me excité pensando en otra mujer que no era la que amaba. Apuesto a que demasiadas personas en el mundo hacen lo mismo cada noche, pues difícilmente la llama de la pasión se mantiene encendida tanto tiempo en los corazones de las personas como para provocarles sensaciones tan placenteras y pasionales con el ser que se creía amar. Como sea, intenté con todas las mujeres que alguna vez llegué a desear, desde las más putas jovencitas que en la adolescencia siempre soñé coger hasta las más aseñoradas que en mis perversiones hacía mías. No obstante, el resultado fue el mismo: mi verga seguía flácida.

“Fue entonces cuando Betrika, alterada y cansada por el largo tiempo que llevaba en el baño encerrado, tocó la puerta y preguntó si todo estaba bien. Desde luego que nada lo estaba, pero ¿qué opción tenía? Simplemente me limité a contestar que sí, y que en breve saldría para comenzar la acción, ahora sí. Pero ella no quiso esperar y entró, argumentando que se me había olvidado el champú y que ella me lo colocaría. Así lo hizo, embadurnándome todo el cuerpo y pegándose a mí. Creo que sus esperanzas renacieron por unos instantes, puesto que pegó su trasero en mi pene y lo restregó con furia, tal y como lo había hecho en la cama con su vagina. Volvió a ocurrir el mismo estado enigmático: en mi mente podía sentir excitación, pero en mi cuerpo no se manifestaba. Ella lo notó nuevamente y su decepción en esta ocasión fue casi definitiva. Me masturbó, pero nada. Finalmente, salió del baño y yo me quedé ahí como un idiota, mirando mi inservible verga y maldiciéndome en el interior. Todo parecía tan estúpido y tan inverosímil. Pensé entonces que todo era absurdo; sí, siniestramente absurdo.

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Libro: El Extraño Mental


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Un suicida viviente

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