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El Extraño Mental XXXIII

Y sí, las cosas continuaban con ese matiz absurdo. Pese a todo, me sentía cobijado por estar en aquella taberna de mala muerte, ebrio y sin deseos de vivir. Ojalá que todo acabase esa misma noche, que ya no tuviese que contemplar otro asqueroso amanecer en el mundo vil de los humanos. ¿Por qué diablos tenía yo que existir? ¿Por qué rayos me costaba tanto matarme? Tan solo tenía que reunir la suficiente fuerza de voluntad y entonces el método sería lo de menos. Colgarme, dispararme, acuchillarme, asfixiarme, ahogarme… ¡lo que fuera para acabar conmigo! Pero no, mi deprimente sendero no me había permitido deleitarme con el suicidio. Parecía que tenía que experimentar el máximo sufrimiento en una existencia vacía, y lo tenía que experimentar hasta el último. Quizá, incluso después de la muerte, seguiría mi tormento. La voz de Selen Blue me devolvió a la realidad funesta.

–Es mi amiga, trabaja aquí. Me gusta cuando nos atiende porque siempre se pone linda con los favorcitos que le pido, y me conoce bastante bien.

–Selen Blue es de gustos exigentes –agregó Arik pasándole el cigarrillo.

–¿Exigentes? Me gustaría saber a qué se refieren con eso –cuestionando y ya sabiendo un poco a que se referían.

–Te aseguro, Lehnik, que, cuando lo sepas, te será imposible olvidarme, aunque lo intentes el resto de tu vida. No por nada me he forjado una reputación en la taberna más emblemática de la ciudad en tan poco tiempo.

La miré y nuestras miradas se encontraron, pero fue como si hubiesen chocado y se hubiesen contrarrestado.

–Vaya, ¡qué amigo el tuyo! –dijo a Arik–. ¿Sabes, Lehnik? Jamás había conocido a alguien que no pudiese subyugar con mis ojos. Sé que ahora te sientes encantado y que no dejas de mirarme, pero créeme cuando te digo que eres el primero que me iguala.

–¿Te iguala? ¿Qué quieres decir?

–Lindo, no vale la pena ahora. Te lo puedo mostrar más tarde, si quieres. No cabe la menor duda: eres el extraño mental. Lo supe en cuanto te vi, y por eso decidí no trabajar más esta noche, porque quería conocerte.

–¡Vaya novedad! Así que te ha gustado, ¿no? –interrumpió Arik dando a notar que estaba visiblemente más borracho que nosotros, pero no tanto.

–Sí, puede ser, o quizá no. Hay demasiados hombres en esta taberna que van y vienen día con día. Y, para serte honesta, he cogido con, creo yo, más de mil. Es un buen número, pero luego de eso comienza a aburrirte. Ahora coger ya no es como al inicio. Y seguramente te lo estás preguntando, y la respuesta es sí. Comencé a coger desde los diez años, y desde entonces no he parado. Noté que Arik ya conocía esta parte del pasado de Selen Blue, puesto que no se inmutó en lo más mínimo. Yo, por mi parte, tampoco lo hice, pues realmente nada había que pudiera sorprenderme más, al menos no tanto como ella misma lo había hecho.

–Me alegra que seas de mente abierta, porque de otro modo no podríamos convivir. Ahora que lo sé estoy dispuesta a contarte más cosas. Pero dime, ¿qué haces por aquí? ¿A qué te dedicas?

–A nada.

–¡Ja, ja! Ya me lo esperaba.

–¿De verdad?

–Sí, desde luego. Podría decirse que soy bruja, o adivina, si prefieres. Mi madre practicaba todo ese tipo de cosas raras y me heredó algunos dotes, o pasiones, por así decirlo.

–Entiendo, muy bien.

–Tienes unos ojos hermosos, tanto que quisiera robártelos –exclamó de un modo un tanto perturbador mientras el mezcal parecía hacer efecto en su cabeza.

–No tanto como los tuyos, son aún más hermosos que los de un dios.

–¿Tú crees? Y ¿qué te hace pensar que no lo soy? –replicó con excesiva soberbia y altanería–. Casi nunca me siento humana, la mayor parte del tiempo es como si no fuese yo misma. Pero no quiero asustarte, mejor continúa hablándome de ti.

–Bueno, mi existencia es tan aburrida como la del resto. Trabajo en una oficina de lunes a viernes en cosas sin importancia. Tengo la intención de comenzar un libro, quiero escribir algo, pero no sé qué ni cómo.

–Ya veo, ¡qué interesante! Entonces también acerté en eso.

–¿En qué?

–Cuando te vi, de algún modo supe que eras igual a mí.

–¡Vaya! No sé qué decirte.

–No importa, no tienes que hacerlo. Es simple: te vi y supe que querías matarte.

–Sí, yo también supuse eso desde el primer momento –confirmó Arik con una voz que daba de qué pensar.

–Arik, querido, lo mejor será que descanses un poco, ¿no crees? –dijo Selen Blue tomándolo de la mano e indicándole que se recostara en uno de los mugrosos sillones de la taberna. Le indicó un pequeño espacio junto a unas mujerzuelas que bebían copiosamente y reían como trastornadas.

–¡Ah, entiendo! Quieres quedarte a solas con Lehnik, ¿cierto? Está bien, ¡al diablo! De todos modos, no puedo mantenerme cuerdo, ¡ja, ja! ¡Y según yo el vodka ya no me hacía nada…!

Cuando llegó al sillón se tiró y notamos que se perdía en su embriaguez a pesar del ruido. La música estaba lejos de terminar y el calor hacía que los cuerpos sudaran abundantemente, mientras se pegaban y se contorsionaban. Era el punto máximo de Diablo Santo, no cabía ni un alma y el ambiente estaba de locos. Fue entonces cuando Selen Blue y yo tuvimos tiempo de profundizar en nuestra misteriosa atracción.

–Me parece raro, como ya te dije, que, teniendo tantas opciones, hayas decidido aburrirte así con nosotros.

–Descuida, querido, tengo mis motivos. Además, Arik es un sujeto diferente al resto, ¿no te parece así? Es poeta, y no uno común y corriente. ¿Recuerdas que te hablaba de mis excesos? Pues me encanta la poesía, pero solo la suya. Es, de hecho, el único poeta que quiero leer hasta que muera. ¡Es asombroso! Tiene un talento espectacular para decir lo asqueroso que es existir en este mundo de una forma tan hermosa. Me recuerda un poco a Emil Cioran, aquel rumano cuyos aforismos fueron mi adoración cuando era adolescente.

–Lo leía demasiado, pero luego…

–¿Ya no fue suficiente? O ¿qué ocurrió?

–Sí, le perdí el interés, como casi a toda la literatura.

–Entonces ya somos dos.

–Ahora apenas y tolero a veces a Hermann Hesse, pero solo algunos de sus relatos. Sin embargo, antes leía bastante, casi podría decir que era mi motivo para existir.

–¡Qué excelente criatura! En mi caso, pasó algo similar: leer me salvó.

–Sí, por un tiempo todo tiene sentido, pero no para siempre. Tal y como ahora podemos ver, así es con cualquier cosa. Escribir, pintar, componer música, hacer lo que sea para combatir el absurdo de existir…Todo eso está muy bien y funciona, pero solo por un tiempo. Siempre llega el momento del quiebre, cuando la crisis se torna intolerable. Y entonces solo queda el suicidio, o algo de lo más vil, para combatir tal estado. Yo también quería, o quiero, escribir algo. Pero no sé cómo ni qué, solo quiero hacerlo. No tengo talento para la poesía, pero algo como una novela existencialista sería ideal –exclamé notando que ya hablaba mucho.

–Y ¿por qué no lo haces? ¿Qué te lo impide?

–No sé, pero hay algo que no me deja tranquilo.

Selen Blue parecía inmutable por completo, era como si nada le afectase. Bebía y reía con magia y cada hombre en Diablo Santo la miraba con delirante lujuria. Desde luego que algunos ofrecían billetes y polvos blancos para convencerla, pero ella se limitaba a sonreír y decía: “por esta noche ya estoy ocupada, dejémoslo para la próxima”. Tras esto, ordenaba más vodka y acariciaba mi mejilla con dulzura. ¡Vaya mujer más exótica!

–Entonces somos muy parecidos. Ambos queríamos, o queremos, escribir algo. Y creo que ambos nos mostramos indiferentes ante la existencia y el mundo; es más, los detestamos con todo nuestro ser, pero no somos capaces de matarnos. Tal vez te asustaría saber quién soy en realidad y todo lo que he hecho, pero sería mejor que te lo mostrara en vez de contártelo.

–Nada podría asustarme –repliqué con decisión tomándola de la mano.

–¿De verdad? Y ¿por qué? ¿Qué te haría distinto del poeta Arik quien ahora divaga en su embriaguez? ¿Por qué debería aceptar tener algo contigo y no con él? Porque hasta ahora lo he tratado como un niño, aunque solo sea tres años menor que nosotros. Así que dime, tú que eres tan extraño, ¿por qué debería besarte ahora mismo y dejarte saborear un poco “la sonrisa de la muerte”?

Al escuchar esta combinación de palabras no pude menos que abstraerme y pensar lo que tantas veces había pensado. Era obvio que Selen Blue, aquella mujerzuela mística, me incitaba a contarle mis motivos, que me instigaba para mostrarle un poco de ese extraño fulgor con el cual palpitaba mi corazón. Quería que le dijese por qué lo hacía…

–Bueno, quizás es porque… ¡estoy aburrido de existir!

–¡Ja, ja! ¡Esta vez sí que me sorprendiste!

–Sí, lo sé –dije presa de una enorme acumulación de no sé qué en mi interior. Necesitaba sacarlo, explicar en qué consistía ese aburrimiento.

–¿Eso es todo? –inquirió ella provocándome.

–¡No! ¡Maldición! ¡No y mil veces no! Eso no es todo, pero…

–¿Qué? ¿No puedes decírselo a una prostituta corrompida como yo? Si no puedes, entonces me voy. Ya sabes, el dinero nunca está de sobra…

–No es eso… Es solo que yo…, yo estoy…. ¡harto! –grité furiosamente. Y quizás, ayudado por la inmensa cantidad de alcohol que había vivido, pude soltar un ligero discurso que jamás había expresado con tal exactitud–: ¡Yo estoy harto de existir! Toda mi vida he vivido en las sombras, siempre buscando la mejor forma de acabar conmigo mismo, pero aún no es suficiente. ¡El mundo está condenado! ¡Y yo lo estoy más que él y la humanidad! Lo estoy porque ya no puedo soportar ser yo, ser humano y ser tan extraño. Hace ya tanto tiempo que aún había algo, un sentido acaso, pero ya no más. Me parece que todo lo que soy y lo que he vivido no es sino una mentira. Sí, la mentira más grande de todas. Cada paso, cada decisión, todo lo que es ahora mi vida ha sido decidido siempre por otros, o por lo que otros han inculcado en mí. Es imposible ser puro desde que se nace siendo humano. Y todo este mundo está corrompido porque ha sido alterado por la criatura más asquerosa y pérfida: el humano. ¡Yo odio lo que soy, lo que pienso y lo que vivo! Estoy cansado de las personas que habitan este planeta, estoy harto de percibir lo miserable que es la existencia, lo patético que se torna el continuar reproduciéndose para nada. Pero ¡nada es nunca suficiente! Ellos no lo entienden. Y es natural, no pueden. Así es, son incapaces de entenderlo. Aunque la verdad se les presentase una y mil veces en su rostro, jamás la apreciarían. Ellos solo quieren existir el mayor tiempo posible, aunque sea del modo más inútil, porque eso es mejor que suicidarse. ¿No se trata todo de eso? ¿No es solo una creación más de un loco, de un extraño? Siempre fue así y así será por la eternidad: los humanos no saben hacer otra cosa que no sea ser miserables y estúpidos. Por ello el mundo es así, por eso existen las religiones, los gobiernos, las corporaciones y todo lo que jode la existencia. ¿Por qué debemos de regirnos por estas normas absurdas? ¿Por qué no podemos ser libres y purificarnos? ¡Es tan ridículamente absurdo! Y cuando intentas razonar todo esto no llegas a nada sino a lo mismo, exactamente al punto de donde partiste. Todas las personas que se percatan de lo miserable que es la existencia ya no pueden volver a vivir como la gente común y corriente, pero es aún peor, porque solo sufren. ¿Qué sentido tiene una existencia tal? Si tan solo hubiera algo más allá, algo por lo que valiera la pena existir que no tuviera que encontrarse en el exterior. Las personas basan sus vidas en cosas materiales, en otras personas (padres, hijos, hermanos, etc.), en gente que admiran y que nunca conocerán, en videojuegos, entretenimiento, libros, dioses y promesas vacías. Utilizarán lo que sea para justificar su estúpida existencia. Pero ¿qué hay para quienes ya no podemos engañarnos con eso? ¿Qué hay para un extraño al que ya no le es posible existir en este mundo? ¡No hay nada! Primero intentas cambiar el mundo, eres tan iluso como para creer que puedes hacer algo para combatir esta blasfemia, pero es tan absurdo. Paulatinamente te percatas de que este mundo nunca cambiará, y no es porque no pueda, sino porque no quiere. Pobreza, desigualdad, homicidio, violación y demás cosas que vemos cotidianamente. ¿Acaso no son los vicios de la humanidad? ¿Cuántas personas estarían dispuestas a cambiar el mundo si supieran los sacrificios que ello implica? ¿Cuántas podrían renunciar a su esencia para limpiar esta plaga? ¡Es imposible! Lo es porque la naturaleza de la humanidad es la maldad, la depravación y el vicio. Si el humano pudiera, sería vil cada segundo de su vida. Entonces ¿para qué cambiar? ¿Para qué alterar esta infamia en la que se ha querido existir? Pero ¿qué hay más allá? Cuando se han agotado todas las formas del vicio que conoce un humano, cuando se ha llegado a los límites de la banalidad y la mediocridad, ¿no sería ese el momento para matarse? ¡Pero no! Aún en esos instantes las personas no piensan en matarse, sino en continuar del mismo modo. ¿Para qué? ¿Con qué fin? Aceptar que las personas somos malvadas por naturaleza es un paso importante para entender por qué el mundo es tan miserable, pero luego, luego ¿qué? No hay nada: esa es la respuesta. Y esa es la diferencia: que ya no puedo continuar existiendo en un mundo donde la existencia no tiene sentido, pero donde se busca prolongar ésta al extremo. Sé que soy malvado y que esto es parte de mi esencia, pero ¿no es entonces también adecuado suicidarse para acabar con esta estupidez? ¡Demonios! A cada momento es la misma sensación, es el mismo malestar. Pues ya no importa lo que haga, no importa el crimen o la vileza que intente cometer… ¡Ya nada me llena, nada es suficiente! No puedo fingir, como tantos lo hacen, que soy bondadoso y generoso, porque sería ir en contra de mi naturaleza. Si mato, violo o robo (y sé que son razones por las cuales el mundo es una basura) es porque lo necesito para sentirme vivo. Y entre más vil sea mi acción, más vivo me sentiré. Pero he llegado al punto en que nada de esto puede llenarme, entonces ¿qué evita que un hombre se quite la vida al darse cuenta de que nada puede darle un sentido ya a su existencia, la cual por sí misma es absurda? ¿Qué razones hay para vivir? ¿Qué hace la vida valiosa más allá de enamorarse, lo cual es jodidamente temporal y siempre se acaba? ¿Para qué existir? ¿Para qué estar aquí y ahora diciendo todo esto? ¿De qué sirve ser yo? ¿Qué demonios es todo esto?

Y así fue como terminé mi perorata, sumamente exaltado y sin prestar atención a un grupo de imbéciles que se habían arrinconado para contemplar mi desesperación. Cuando culminé la mayoría rio, aunque otros tantos solo me miraron desconcertados. En cambio, Selen Blue, que se había mantenido impávida mientras hablaba, se acercó y, de la manera más misteriosa, sentí cómo su boca se unía con la mía en un ósculo que calló todas mis inquietudes por unos instantes. Nos besamos como si nunca más fuésemos a vernos, como si con ello pudiéramos escapar por un momento del sufrimiento y la desesperación que significaba existir. Cuando nos soltamos nos dimos cuenta de que Arik nos observaba con cierta inquietud, pero entonces comenzó a vomitarse y tuvimos que ayudarlo. Cuando se calmó los tres nos sentamos en uno de los viejos y mugrosos sillones. Eran ya las tres de la mañana y la fiesta, según había anunciado el calaca, terminaría hasta las seis.

–¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me besaste de ese modo? –cuestioné impactado, acariciando los cabellos de Selen Blue, que parecían de seda.

–Porque sentí que, si no lo hacía, entonces te ibas a matar.

–Y ¿eso es malo?

–No, no del todo. Es solo que nunca había conocido a alguien como tú, tan extraño. Ciertamente, estás lleno de contradicciones, pero eso me encanta. Tu percepción de la vida es muy peculiar. Entonces dije: “tengo que besarlo, tal vez así pueda absorber un poco de él”.

–Y ¿lo conseguiste?

–¡Ja, ja! Creo que no, pero lo necesitaba. Yo pienso de una manera muy similar, y por eso llevo esta vida. Mis padres jamás estuvieron de acuerdo con mi forma de pensar y de actuar. Desde muy joven tuve que soportar sus calumnias acerca de mi estupidez y mi rebeldía. Sobre todo, me reprochaban que no asistiera a la iglesia y que no cumpliera con los deberes de una niña “de buena familia”, como solían llamarme. Además, mis notas en el colegio no eran las mejores y constantemente recibían quejas por parte de los profesores acerca de mi pésima actitud. El problema, de hecho, no eran mis notas; esas iban bien. El problema era mi comportamiento tan adusto y mi deplorable modo de relacionarme, casi nulo. Se rumoraba que me comportaba como una autista, pero que, en el fondo, mi alma era oscura y pervertida. Habían llegado hasta mis padres ciertos rumores de que mantenía relaciones íntimas con multitud de chicos y hasta con ciertos profesores de la peor calaña. Se decía que me había entregado por completo al vicio y que, en resumen, era yo una perdida. Aunque apenas era la preparatoria, las autoridades advirtieron a mis padres acerca de los inminentes riesgos que correrían si no corregían mi comportamiento a tiempo.

–Así que desde muy niña tuviste esa predisposición al supuesto mal.

–Podría decirse, al menos a lo que la humanidad entiende como mal dentro de un contexto social absolutamente hipócrita e inútil. Mi madre, como te comenté, solía abusar de mí todas las noches. Pero en las mañanas asistía a la iglesia para purificarse de sus pecados. ¡Vaya estupidez!

–Sí, esos son los dos pilares de la humanidad, sobre ellos se ha construido toda la moral y lo que conocemos como distinción entre el bien y el mal.

–¿Qué pilares?

–La mentira y la hipocresía. Combinadas, estas dos piezas han dado origen a cada ideología absurda que ha imperado a través de la historia.

–Entiendo. Tienes razón, ¡por eso me gustas tanto! –contestó Selen Blue mientras batallaba para sostenerse en pie, pues había cogido una borrachera bárbara–. Pero bueno, el hecho es que decidí lo mejor para mí y para ellos.

–¿Te escapaste de la casa?

–¡Adivinaste! No sabes cuánto odié a mis padres a partir de esos momentos. Hasta entonces siempre habían estado ocupados y jamás me habían prestado atención. Mi padre, un reputado ingeniero en sistemas, se la pasaba con sus amantes en la oficina y rara vez llegaba a dormir a casa. Mi madre, una devota entregada por completo al cristianismo, no hacía sino refugiarse en la iglesia día y noche. Pero así era como olvidaba todo su dolor, pensando que, si soportaba esta vida miserable, sería recompensada en “la vida futura”, donde todo sería bello, apacible y sublime. Como sea, en cuanto las quejas alcanzaron un límite insuperable, al grado de que ya no me querían admitir en la preparatoria, mis padres se percataron de que yo existía. ¡Sí, maravilloso! La hija que habían olvidado durante tantos años al fin aparecía en sus cabezas. Finalmente podría ocupar un espacio en sus vidas. Nada me pareció más falso y molesto que sus intentos tardíos por acercarse a mí. Evidentemente, los rechacé cuanto pude, hasta que nuestras disputas fueron el motivo de las habladurías de todo el pueblo. Nadie podía concebir que una familia honrada y pulcra como la nuestra tuviera tales divergencias. A mis padres les avergonzaba hablar de su hija “la rebelde drogadicta”, como según algunos idiotas solían llamarme a mis espaldas. Además, mi manera de expresarme, de vestir y de actuar los incomodaba sobremanera. Y claro que en cierta forma esas habladurías estaban más que justificadas: me drogaba siempre que podía y con quien me regalara lo que fuera. Entendí entonces que el mundo era así: un lugar donde reina la miseria y donde todo es absurdo. Y, si quería sobrevivir en este mundo, al menos hasta que reuniese la voluntad suficiente para quitarme la vida, debía recurrir a los medios que fuesen necesarios, sin importar lo vil y pérfidos que pudieran ser. Así, un buen día, a mediados de junio, tomé la decisión de marcharme para siempre. Mi padre al parecer había comenzado a rendirse al percatarse de que sería imposible rehabilitarme, y no había regresado a casa desde hacía tres días. Mi madre se la pasaba lamentándose y se había inscrito al club de predicadores que debían salir a las calles e intentar convencer a la gente de que su religión basura era la salvación de la humanidad. Ya sabes, de esos tontos que se la pasaban tocando puertas y repitiendo el mismo sermón aciago una y otra y otra vez. Como sea, me escapé con un “querido” que tenía en ese entonces. En realidad, era un señor de cincuenta y seis años que había quedado prendando de mí. Me había ofrecido una carrera segura en el mundo de la pornografía, y yo había aceptado su oferta. Al fin y al cabo, ¿a qué más podía aspirar una niña indefensa y rebelde? Pensé que la prostitución y la pornografía no eran tan malas como se decía, pues, de serlo, deberían haberse extirpado de la humanidad hacía mucho. No obstante, no se habían eliminado para nada, sino que se promovían y hasta eran indispensables para millones de personas. Un elemento más, finalmente, que venía a confirmar mis conjeturas acerca de la maldad inmanente en el humano. En fin, me prostituí por un largo tiempo e hice dos que tres intentos de incursionar en la pornografía profesional, por así decirlo. Sin embargo, todo era muy tedioso y aquel amante parecía querer quedarse con todo el crédito.

–¡Vaya! No puedo decir que me haga feliz lo que te ocurrió, pero así pasa siempre: solo el camino del mal puede darnos una muy tenue sensación de lo que es la verdad.

–Cierto, muy cierto, querido –afirmó y se refugió en mi hombro, dispuesta a contarme lo que, al parecer, era su mayor trauma hasta ahora–. Resulta que aquel sujeto, quien en un comienzo parecía querer ayudarme, no era sino un fiasco. No tenía ninguno de los contactos que decía y, si bien poseía una fortuna considerable, su objetivo era apropiarse de todas las ganancias que yo pudiera dejarle, ¡típico! Pero un día aconteció lo inimaginable. Yo regresaba de una audición más donde se me había prometido un puesto de renombre entre las actrices pornográficas más suculentas del momento, incluyendo un contrato definitivo en dicha industria. Estaba agotada, pues me habían obligado a hacer de todo, aunque, claro está, ya nada podía dolerme ni espantarme a esas alturas. Pero ese día despertó en mí una faceta que no conocía hasta entonces… Cuando llegué a la casa de mi amante, casi me desmayo al observar detenidamente lo que se mostraba ante mis ojos… ¡Eran, nada más y nada menos, que papá y mamá en un trío con mi amante! Y, aunque al principio no dejaba de temblar y de mis ojos irremediablemente brotaban lágrimas, más tardé agradecí aquella blasfemia.

–Supongo que debió haber sido un duro golpe, pero nunca, por muy fuerte y atroz que sea el momento, debemos dejarnos sorprender.

–Sí, pero, como dije, eso no lo comprendí en ese entonces. Supongo que te refieres a la indiferencia absoluta…

–¡Sí, es eso! Pero ¿cómo lo adivinaste?

***

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