No había ya ningún lugar a donde ir, ningún lugar que pudiera llamar hogar… Todo estaba perdido, todo estuvo siempre hecho trizas en mi vida y más en mis adentros. Me engañé patéticamente para continuar, pero hoy sé que solo el suicidio podrá ilustrarme con la magnificente luz de la verdad. No queda nadie con quien hablar y así está mejor, porque sé que únicamente intentarán detenerme de llevar a cabo el último acto en mi sublime destino. Solo la navaja está conmigo, pues solo ella puede entenderme y hacer de mi imperante sufrimiento una poesía de oscura fantasía con mi sangre como protagonista.
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Las torpes marionetas continuarán con su absurdo y nefando acto en este ridículo teatro; esos monos fornicadores y prisioneros de su propia oscuridad… Es así como el mundo humano ha de perpetuarse, aunque no tenga ningún sentido, aunque todo implore por el golpe definitivo que habrá de desatar la catarsis final. La destrucción de este infierno carnal es más que imprescindible, es algo que ya no puede ni debe postergarse. La locura sería oponerse a ello, creer que existe salvación alguna para tal aglomeración de inmunda devastación y vil egoísmo encarnado. El ser tuvo su oportunidad para redimirse, pero falló infinitas veces… Ahora ya no hay marcha atrás, sino solo desvanecerse en un alarido de espantosa y solemne misantropía.
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El mundo ya debe terminarse, pues, indudablemente, el sufrimiento es cada vez más imperante y los días cada vez más insoportables. ¿Acaso solo a mí me parece así? ¿Acaso nadie más experimenta en lo más profundo de su ser una inmensa náusea y hastío inenarrables? Antes solía conservar una ínfima esperanza, un rayo de luz que siempre me protegía de hundirme por completo en el más sórdido abismo de irrelevancia y depresión. Hoy tal resquicio ha muerto, se ha esfumado de por vida; y, con él, espero yo también desaparecer para siempre de una existencia que odié más que cualquier otra cosa.
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Los gritos me ahogaron en aquel anochecer suicida donde había decidido poner fin a mi tragicómica y triste existencia para fundirme con el vacío y no volver a saber de mí jamás. Esperaba, acaso demasiado ilusamente, que colgándome todo finalizara; ¡ojalá que así fuera, ojalá que no existiera algo como la reencarnación! Tantas ideologías chocando, colapsando en mi mente esquizofrénica y no permitiendo que el flujo se normalizase… Y, pese a todo, siempre la idea de quitarme la vida opacando a cualquier otra; como un dulce y hermoso melifluo que simplemente no podía ser silenciado por mucho tiempo. ¡Oh, yo quería escuchar tal melodía por la eternidad! Quería morir para ya nunca más volver a vivir, y que mi muerte fuera el sello definitivo de mi nueva y renovada iluminación.
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No quedaba nada en mí, no había ni el más mínimo interés en una vida que siempre me había sentido forzado a experimentar y cuya intrascendencia era de una envergadura tal que me producía avanzados estados de psicosis depresiva. Lo mejor era, entonces, desprenderme de este cuerpo y abandonar esta estúpida realidad por la eternidad. También estaba harto de todos aquellos idiotas que me rodeaban, que no se cansaban de fastidiarme con sus triviales pláticas y mundanos anhelos. Siempre era más de lo mismo, tanto en mi vida como en la de otros; un ciclo infernal y odioso del cual no era posible escapar de manera definitiva, sino solo por efímero tiempo… Quizá yo no había sido hecho para esta vida, este cuerpo ni esta raza; quizá yo nunca debí haber existido.
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Las preciosas rosas negras caen del cielo violáceo, la exquisita pistola que sostengo en mi temblorosa mano es lo único que me acompaña ya… El fúnebre sonido de un piano delirante me cautiva, es cada vez más cercano, cada vez más bello y vehementemente enloquecedor… Y mi muerte no podría ser más inminente, más adecuada, más vivificante… Todo me ha conducido, como en una novela de ficción, a este mi momento final; miro mi vida en retrospectiva y sonrío con incuantificable satisfacción, ya que no quisiera cambiar nada en absoluto. Mi suicidio acontecerá en breve, mientras allá afuera la humanidad sigue pudriéndose en su infinita miseria y las campanadas de la iglesia adyacente suenan como mi inmarcesible entrada en el reino del más allá; justo ahí de donde vengo y a donde quiero quedarme hasta el fin de los tiempos.
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Catarsis de Destrucción