Entonces era mejor no pensar, no reflexionar, no leer, no cuestionar, no dudar, no escuchar, no escribir, no analizar, no hacer, no ser y, de preferencia, no existir.
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Sí, supongo que, desde cierta perspectiva, era yo un hombre bastante simple, pues, en realidad, solo tenía una meta en mi vida: quitármela.
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La verdad es que cualquier otra cosa que no sea el suicidio ya me parece tonta, absurda, ridícula, estúpida y demasiado humana, pues que no será sino un (auto)engaño más producto del fabuloso adoctrinamiento para alimentar a la (pseudo)realidad.
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Arrinconado en mi cama, ebrio, deprimido y trastornado lloraba como un niño recién nacido precisamente añorando con todo mi corazón lo opuesto: ser un recién muerto.
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¡Vaya delirios de un pobre esquizofrénico! Eso fue lo que pensaron todos sus familiares y amigos cuando vieron lo que había hecho… Sí, es cierto: aquel extraño sujeto, que tan familiar y agradable me resultaba, se había quitado la vida demasiado joven; pero también demasiado pronto había entendido lo que aquellos imbéciles jamás podrían vislumbrar en toda su vida: la muerte era lo único real y el suicidio el único camino.
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Lo mejor de la vida es que, tarde o temprano, sin importar cuánto la amemos o la odiemos, irremediablemente se termina.
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Catarsis de Destrucción