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Catarsis de Destrucción 23

Entonces era mejor no pensar, no reflexionar, no leer, no cuestionar, no dudar, no escuchar, no escribir, no analizar, no hacer, no ser y, de preferencia, no existir.

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Sí, supongo que, desde cierta perspectiva, era yo un hombre bastante simple, pues, en realidad, solo tenía una meta en mi vida: quitármela.

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La verdad es que cualquier otra cosa que no sea el suicidio ya me parece tonta, absurda, ridícula, estúpida y demasiado humana, pues que no será sino un (auto)engaño más producto del fabuloso adoctrinamiento para alimentar a la (pseudo)realidad.

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Arrinconado en mi cama, ebrio, deprimido y trastornado lloraba como un niño recién nacido precisamente añorando con todo mi corazón lo opuesto: ser un recién muerto.

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¡Vaya delirios de un pobre esquizofrénico! Eso fue lo que pensaron todos sus familiares y amigos cuando vieron lo que había hecho… Sí, es cierto: aquel extraño sujeto, que tan familiar y agradable me resultaba, se había quitado la vida demasiado joven; pero también demasiado pronto había entendido lo que aquellos imbéciles jamás podrían vislumbrar en toda su vida: la muerte era lo único real y el suicidio el único camino.

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Lo mejor de la vida es que, tarde o temprano, sin importar cuánto la amemos o la odiemos, irremediablemente se termina.

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Catarsis de Destrucción


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