Dije que te amaría el resto de mi vida, pero pasó exactamente lo opuesto; pues, en lugar de amarte cada día más, te odiaba cada día más. Así pues, me vi obligado a quitarte la vida. Aunque, ahora que lo pienso, quizás esa sí que fue una verdadera demostración de amor. Aquí en esta pesadilla que tanto adoramos tu hermoso rostro se hubiera marchitado demasiado pronto y tus inmaculadas manos se hubieran llenado de fango sin que siquiera te hubieses percatado de ello. Ese ataúd al menos te preservará en el hielo que, junto a tu inigualable belleza, morirá solo cuando muera el sol. Sé que esto me convierte en un asesino, o ¿no? Como sea, también debo acabar conmigo antes de que se oculte el sol. ¿Podré conseguirlo? ¿Es que tendré el valor de llevar a cabo aquello con lo que no dejo de soñar y con lo que alucino en cada agónico despertar? La oscuridad se vierte en mi corazón y mis lamentos esta vez no serán atendidos por ninguna piadosa deidad… ¡Nadie sentirá compasión de este loco enamorado cuyas manos homicidas te apartaron de su lado en un arrebato de verdadero y puro amor!
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El amor no existe, tan solo se trata de un poderoso instrumento de manipulación que asegura la reproducción de esta raza infame con el fin de obtener nuevos esclavos que contribuirán a alimentar la pseudorealidad. Si así no fuera, ¿por qué el mono parlante entiende que el máximo acto para consagrar el amor que siente es el procrear? ¿No se puede amar de un modo menos humano? ¿Estará el ser siempre condenado a sus pasiones e impulsos más animales? ¡Por favor, si no somos más que eso! Así es, ¡maldita sea!, no somos otra cosa sino aberrantes animales temerosos de su apocalipsis e ignorantes de su aciaga banalidad… Y ahí van todos esos, cual cómicas ovejas perfectamente guiadas, a buscar la fuente de su miseria y bañarse en ella una y otra y otra vez. Y así hasta el final de los tiempos, así hasta que se extinga el último rastro de esta vomitiva y estólida especie que se hace llamar racional.
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El amor tan solo se trata de dos tontos intentando contrarrestar el absurdo de la existencia mediante algo todavía más absurdo. Resulta entonces natural que las cosas, al fin y al cabo, terminen de la peor manera. El amor no existe, ¿hasta cuándo dejaremos de creer en cuentos de hadas que empeoran nuestra triste irracionalidad? ¿Hasta cuándo dejaremos de ser esclavos irremediables de nuestras emociones, voliciones y quimeras más intrínsecas? ¿O es que nos dominarán hasta que ya nadie derrame una sola lágrima en nuestro indispensable funeral? ¿Qué es amar sino olvidarse de uno mismo y ahogarse en el océano de alguien más? ¿Qué es amar sino aferrarse a todo lo que no somos y que creemos hallar en otro ser igual o aún más humano que nosotros? Amar siendo todavía demasiado humanos, ¡ese es nuestro mayor pesar! Y detrás de esa ominosa máscara, solo ríe una sombra: la de la naturaleza perpetuándose mediante el nauseabundo acto de dos cuerpos retorciéndose y pegándose sin ningún motivo en la tragedia de la putrefacta y siempre todo poderosa insustancialidad.
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Y, cuando menos lo esperaba, me hallaba completamente solo. Mas me preguntaba si realmente esta condición era nueva; es decir, estaba rodeado de personas que me eran absolutamente indiferentes desde hacía mucho y con quienes jamás podría haber congeniado. Ahora todos esos títeres se habían alejado de mí o yo de ellos. Daba igual, lo importante era que al fin me hallaba en mi estado natural: solo y enfocado en mi inminente suicidio. Así está mejor, así nadie evitará que cumpla con mi lóbrego destino. Solo debo diluir por completo todas las imágenes plasmadas con sangre en mi interior; repeler, asimismo, todo aquello que jamás he sido yo, pero que, en esta nefanda caricatura existencial, siempre me ha parecido lo más real. ¿Qué era real y qué era solo producto de mi retorcida imaginación? Suponía, no sin cierta nostalgia, que ya no era capaz de saber la distinción entre lo ilusorio y lo emocional. ¡Otro día más sumido en reflexiones desconcertantes y dilemas sombríos! ¡Otro día más que me iba a la cama brutalmente ebrio y sin añorar en lo más mínimo seguir respirando al amanecer!
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Entonces todo se tornó irrelevante de una manera insoportable; todas las personas, todos los lugares y todas las pláticas perdieron cualquier sentido. Ya no importaba ser creyente de algo o no, tener un doctorado o ser un mendigo, hacer muchas cosas o pasar el día tirado en cama, ejercitarse o embriagarse, ir a una iglesia o a un prostíbulo. Porque ahora todo era solamente un funesto espejismo que había sido rellenado, paradójicamente, con un vacío infernal que ya nunca se iba. Y la única forma de rellenar, a su vez, este vacío, era con la sublime esencia de la muerte. De cualquier manera, la vorágine de locura terminaría por destruirme en breve; y, entre más intentase oponerme, mayor sería mi inútil sufrimiento. Cualquier esfuerzo resultaba un absurdo, pues solo el caos más demencial podría haber conformado esta realidad donde nuestros espíritus son ultrajados y crucificados al menor intento de evolucionar. La batalla está perdida, lo estuvo desde siempre. Fui yo quien se negó a aceptar su derrota todos estos años, pero al final es tan claro como el agua del lago más cristalino: el suicidio siempre fue mi única opción.
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Un nuevo día comienza ya y no podría causarme más disgusto y aflicción, pues significan veinticuatro horas más de desesperación existencial y de hartazgo existencial extremo que masacrarán con punzante furia mi adolorida alma. Con total desilusión abro los ojos y me cuesta tanto despegarme de las sábanas; quisiera más bien mancharlas con mi sangre y que envuelto en ellas me llevaran al manicomio o al camposanto. No tengo ningún motivo para vivir, quizá nadie; empero, ya no puedo continuar engañándome y pretendiendo que las cosas tienen que funcionar. ¿Para qué? Mejor hundirme en mi deprimente ocaso, mejor atravesarme la garganta con esa reluciente navaja que no cesa de coquetearme desde hace tanto.
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Catarsis de Destrucción