Esa misteriosa sensación

Entonces, al anochecer, me preguntaba qué sería aquella misteriosa sensación. No sé, me tenía apabullado, como si hubiera estado dentro de un torbellino durante eones, como si repentinamente me hubiese percatado de que aún estaba vivo. Y es que, hasta entonces, todo había sido soledad y tristeza, hartazgo y desesperación; una combinación de factores que solo contribuían a mi plena destrucción. Y, ciertamente, no creo que quiera vivir; no como la mayoría de las personas lo anhelan. La verdad es que no, pues, si hay algo que deseo con toda mi alma, es la muerte. Vivo obsesionado con la idea del suicidio, y no hay día en que no conciba una manera fantástica y novedosa de realizarlo. Pero bueno, en fin, no es eso de lo que quería escribir ahora. No, claro que no, pues ya para eso he escrito tantos libros extraños y absurdos, tanto como mi miserable existencia.

En realidad, de lo que quería contarte es de esa enigmática tormenta de emociones que de manera espontánea surge cuando me miras. Y, es tan abrumadora la inefable profundidad y belleza de tu mirada, que no puedo sino solo intimidarme. Tienes algo más allá de este mundo, hay algo sumamente sublime y místico en tu rostro, que emana de un lugar más profundo, acaso tu alma. Sí, me parece que tú tienes eso que podría enloquecer a mi locura, esa peculiar luz que me libera momentáneamente de las tinieblas de mi propia cabeza. Y sí, tal vez es insensato decírtelo, pero no importa. Es evidente que, cuando te conocí, no sabía en lo que me estaba metiendo, pues jamás sospeché que tus labios encajarían tan bien con los míos, y que tu espíritu vibraría en una sintonía tan parecida a la mía. No sé, puede que solo esté alucinando, que esté fraguando quimeras para contrarrestar mi sórdida tristeza.

Pero, de lo que sí estoy seguro, es de que conocerte ha cambiado mi mundo por completo, e, incluso, sin que yo pueda hacer algo al respecto. Es casi como intentar comprender lo incognoscible, como si de pronto este infierno mísero que es mi vida comenzase a tornarse un poco menos molesto. No sé si somos destino, o si la siniestra casualidad que hizo posible nuestro encuentro nos mantenga jugando para luego, sin razón, perdernos. No sé cuánto tiempo estaremos juntos, pero ¿acaso eso importa? ¡Maldición! No niego que en verdad me encantas, y que, si algún día ya no estás en mi vida, tampoco la vida estará ya conmigo… Pero supongo que, al fin y al cabo, así es como deberá ser. En fin, quería contarte tantas cosas que terminé por solo confundirme a mí mismo. Y es que es jodidamente intrincado descifrar qué carajos me produces al contemplarte fijamente para que mi ser se alborote de esta manera.

¿Qué clase de algarabía inexplicable se desata en mi interior cuando posas tus manos en mi rostro entristecedor? No sé, es casi como sentir que muero lentamente mientras tu lozana presencia me revive en paralelo con tan solo una mirada. Desconozco en qué momento exacto se produjo ese intercambio de emociones, sensaciones y lo que sea que me ocurra cuando estoy contigo. Es probable que solo sea una mezcolanza de reacciones químicas en mi cabeza que sucumbirán algún día. No quiero aceptar algo así, quiero creer que es posible la existencia de algo mucho más embriagador y desconocido que surge tan pocas veces en la vida. Y bueno, solo quería decirte lo feliz, si es que puedo emplear tal término, que me siento cuando escucho la dulce sinfonía de tu voz. Verte me hace tanto bien, y, aunque no pueda tocarte, aunque estés tan lejos, aunque todo parezca una absurda tragicomedia, para mí conocerte sí que ha tenido sentido.

Pues, cuando estoy entre sus brazos, siento como si hubiese encontrado el lugar donde podría descansar hasta suicidarme, donde podría morir una y otra vez y todo sería perfecto, donde no me importarían ni el mundo ni la humanidad si pudiera sentir tus manos jalando mis cabellos cada maldito instante. Y es que, sinceramente, abrazarte es como estar de nuevo en casa después de un largo periodo de ausencia. La tranquilidad que experimento cobijado entre tus brazos es tan magnificente que casi podría llamarle a eso felicidad, pero no sé, ¡qué caos ocasionas en mi cerebro! No puedo saber lo que tú piensas ni tampoco la manera en la que sientes, pero quiero decirte que, si pudiera estar contigo, aunque sea el periodo más ínfimo, sería suficiente para saber que aún respiro. Sí, por muy absurdo, ridículo y optimista que pueda parecerte, me es inevitable no confesártelo: tú me haces sentir vivo de nuevo, y de ti estoy locamente enamorado.

.

Para mi eterno e imposible amor…

Libro: Melancólica Agonía


About Arik Eindrok
Previous

Corazones Infieles y Sumisos XIX

Corazones Infieles y Sumisos XX

Next