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Corazones Infieles y Sumisos XX

Pero Vivianka, quien había bebido no tan moderadamente como se creía, lo detuvo. Y, aun así, no se podía atribuir su impulso a la embriaguez. Lo tomó del brazo y lo apretujó contra ella, sintiendo su pene erecto y delirando con múltiples fantasías. Sin embargo, Alister no cedió y fue a colocarse en el sillón, donde meditó por unos instantes.

–¿Qué es lo que te pasa? ¿No me deseas? ¿Acaso no es esto lo que querías?

–No creo que sea correcto, tú sabes bien las razones.

–Y ¿qué es lo correcto entonces? ¿Por qué te importa tanto la moral? O ¿es que no puedes complacerme un poco?

–Pero ¿qué pasará si se enteran los demás? Ahora todos duermen y solo nosotros danzamos en la noche eviterna, pero ¿cómo terminará la melodía cuando el sol arroje su luz sobre nosotros y la oscuridad no nos proteja más?

–Una de las cosas que más he disfrutado de ti es escucharte. Tú no tienes idea de lo vacía que estoy, de lo miserable que es mi vida. Ahora que has venido y compartido lo que piensas, estoy convencida de que no anhelo más esto. Vivo esclavizada por estos pensamientos, manteniendo a un esposo hundido en la bebida, con dos hijos pequeños que demoran tiempo y presupuesto. Estoy atada a esta rutina, no tolero más mi vida. Necesito escapar, deseo empezar de nuevo y olvidarlo todo. Por favor, si tú quisieras, podríamos irnos juntos. Tú tampoco estás conforme con esto, sería perfecto desaparecer, podría ser tuya por siempre.

Alister no se esperaba algo así. En realidad, sí sospechaba que Vivianka guardaba ciertos deseos hacia él, pero esto iba más allá de la realidad.

–¿Qué dices entonces? ¿No te gusto? ¿Es que no soy más atractiva que mi hermana? ¿Por qué no me jodes el coño ahora y luego piensas en mi oferta?

Vivianka lucía demasiado hermosa para no sentir una incontrolable ansiedad. De hecho, esa noche ella había intentado mantener relaciones con Mundrat. Sin embargo, debido al estado de ebriedad en que este se hallaba, no fue posible tal empresa. Vivianka estaba ardiendo en deseos de ser penetrada, y qué mejor ocasión para mostrarse como era ante el trágico amante. Además, estaba en el periodo correcto para quedar embarazada.

–Yo no… ¡No sé qué decir! No podemos seguir con esta historia. Lo nuestro es imposible, ya el destino ha trazado otros planes.

Entonces, presa del pánico y del adormecimiento que sentía, quizá representativo del indecible cansancio que le producía la existencia absurda que llevaba y que imperaba en la vida, Alister se apoyó en el hombro de Vivianka y, por cuestión del azar, su brazo resbaló bajando el reducido escote de la princesa blanquecina que ahora ardía y se derretía en un calor demoniaco y lascivo. Entre aquel suceso inesperado, producto del azar o de la voluntad sublime, se liberó uno de los carnosos senos de Vivianka. El pudor prendió la mecha, aquellos pezones hinchados provocaron una subrepticia candidez en el filósofo incandescente, y su parte oculta y animal emergió tomando el control de cualquier clase de espiritualidad que hubiese desarrollado. Y aquí surgía de nuevo el eterno diálogo y la discusión sin rumbo alguno que tantos debatían. Tal vez, sin importar cuán fuerte fuese el grado y el entrenamiento espiritual, a final de cuentas siempre se podía doblegar con el aliciente adecuado. El deseo del humano por poseer otro cuerpo lo gobernaba todo, incluso era más poderoso que el amor y el odio, que los sentimientos y la razón. Bajo las condiciones adecuadas, toda persona, sin importar en lo más mínimo su formación, personalidad o esencia, terminaba por ceder ante los arrebatos de la locura sexual.

El ser era fácilmente inducido al acto carnal como una forma de dispersar su absurdo sempiterno por solo unos breves instantes. Fue así como, olvidando a Erendy, la religión, a Cecila, transformándose en ese otro yo que rondaba su puesto, obviando cualquier tipo de enseñanza, Alister quiso que los dos amantes se complacerían hasta el amanecer. Los testigos de aquel desliz que jamás debiera ocurrir fueron las sombras risueñas y los tentáculos en los cuales parecían descansar interminables alimañas sexuales. Las alas inmensas de un destino modificado para aquellos indefensos se extendían esparciendo la fragancia del amor y la muerte en un solo almizcle. La mezcolanza de fluidos y el flujo del espacio se habían alineado para dar nacimiento a una nueva percepción en las infinitas ya existentes. Las ropas cayeron, los cuerpos desnudos se entrelazaron siguiendo una sinfonía cósmica. Una vez unidos, formaron un solo ser. Y la fusión total a través del olvido y el sinsentido lograba lo que tantas doctrinas jamás podrían atisbar.

–No sabía que lo hicieras tan bien. Mira nada más cómo me coges, ¿así de bien lo haces siempre? –inquirió Vivianka gimiendo peor que cualquier animal.

Alister ni siquiera podía pronunciar una palabra, difícilmente su aliento le era suficiente y no conseguía articular un sonido que no fuera el del placer máximo. Introdujo un dedo en la boca de Vivianka mientras arremetía contra ese maldito trasero enorme y estriado, tan blanco y sensual como ningún otro. Continuaron con el funesto acto sexual, que para ellos representaba la elevación sobre la intrascendencia de sus vidas. Tan aburridos estaban en el exterior, tan podridos en su interior.

Vivianka no soportaba más a su alcohólico esposo, anhelaba un falo que entrara y saliera de su jodida vagina cada noche. Tantas veces había contenido inútilmente este deseo que ahora admitía sin remordimiento. Por su parte, Alister experimentaba algo similar desde un panorama distinto. Se sentía infame y controlado, esclavizado por su relación con Erendy. No toleraba sentirse menospreciado por él mismo, se amaba demasiado inconscientemente como para entregar su amor a un ser tan perfecto como le parecía la princesa teósofa. Y, en esta ocasión, aunque Vivianka era una mujer vacía y patética, complementaban ambos sus necesidades físicas, existenciales y hasta mentales. Era evidente que la teoría de la sumisión se ponía de manifiesto e inevitablemente el humano era arrastrado por su corriente tan llamativa como peligrosa, y, una vez cayendo, era imposible salir.

Probaron toda clase de posiciones, follaron como nunca en toda la historia de su miserable existencia en el infame mundo humano. Experimentaron nuevos enfoques, Alister introdujo su mano completa en la vagina y la boca de Vivianka, también hizo lo mismo con su pie. Le escupía y la cacheteaba, la ahorcaba e intentaba ahogarla con su falo. Mientras la follaba en cuatro patas, introdujo un pepino por su ano inhumanamente y luego se lo dio a chupar. Lamió sus pies tras haberlos bañado de su esperma, exprimió sus senos hasta beber la leche que de ellos emanaba todavía, succionando hasta la última gota. Ambos se chuparon hasta lo más prohibido y el asco quedó en cualquier parte donde ellos no habitaban. Los besos en la boca se los dieron con rabia y pasión, se mordían y sangraban de tanto pudor. Vivianka se hallaba completamente destrozada y embadurnada por todos lados de semen, pues Alister se habían corrido en su boca como una manguera en absoluto descontrol. Y sus senos y sus piernas estaban tiesas por el esperma seco. También por su ano, después de algunas flatulencias, emanó el líquido blanco cuyo sabor tanto degustó. Finalmente, en un arrebato de locura, ligado posiblemente a su indiferencia por la existencia precaria, ya con el alba a punto de conquistar la oscuridad en sus corazones, ninguno de los dos resistió más.

–¡Quiero que te vengas adentro! ¡Hazlo, por favor! ¡Córrete y lléname toda con tu exquisito semen! Luego, si quieres, ¡puedes matarme y consagrarme como la mayor putipuerca en tu destino!

–Yo no estoy seguro de ello, pero también quisiera saber cómo se siente llenarte de esperma caliente. Quisiera saber qué experimentas cuando salga y te escurra, cuando te haya preñado.

–¡Ya cállate y suéltalo! ¿Acaso no quieres preñarme como a una maldita perra? Probablemente, no volvamos a hablarnos, ni siquiera a vernos. O, tal vez, follaremos sin control siempre que podamos. No sé qué pasará, solo sé que nadie sabrá que tengo un hijo producto de tu semen.

Y se produjo el tan anhelado suceso. Inmensas cantidades de ese líquido blanco que se confundía con la piel de Vivianka conquistaron su interior, rebotaron contra lo menos horadado, cubrieron de majestuosidad la vellosidad exuberante, se fundieron con el núcleo y ocasionaron, por azar, destino, voluntad, casualidad, suerte, divinidad o naturaleza, que un nuevo ser iniciase su absurda existencia en el plano terrenal. Los dos amantes paradójicamente concomitantes habían llegado al límite de sus emociones, sus corazones estaban por detenerse. Después de la corrida interna en Vivianka, Alister regresó. Sí, recobró su lugar el original ante el ladrón, resurgió de entre las tinieblas aquel muchacho que otrora mostrase virtudes y talentos únicos. La culpa y el remordimiento quisieron invadirlo, pero él impuso su rebelión, y su indiferencia y el sinsentido que atribuía a la vida funcionaron por unos instantes, luego todo se fue apagando hasta dejarlo a merced de un cáncer sin cura.

Este cáncer podía traducirse en el mayor repudio que experimentase hacia sí mismo. Nada se comparaba ahora con la inmensa e intensa presión que sentía en su cabeza, en todo su cuerpo, de hecho; parecía que iba a estallar su alma, o eso creía experimentar. Por todos lados aparecían fragmentos de su vida en los cuáles Erendy había estado con él. Recordaba y atesoraba esos recuerdos tan profundamente que ni siquiera el deseo sexual con tal derroche y muestra de lascivia podía tocarlos. Comprendió entonces que había arruinado su mayor tesoro, había desperdiciado su única luz en la oscuridad infinita y preponderante. ¿Qué podía hacer ahora? ¿Qué quedaba por decir? Antes pudo ocultar su infidelidad y ahora confiaba en lograrlo nuevamente, pero una especie de estupidez no concebía tan estulta falacia. De alguna forma, un ser que no era él luchaba por confesar su sacrilegio y salir de ese contenedor carnal. Vivianka no expresó nada, se limitó a besar en la boca a Alister, quien se negó rotundamente. Acto seguido, ambos fueron a sus respectivos lugares para dormir y pensar en su excusa maestra. Habían estado copulando por más de cinco horas seguidas y el resultado era un vacío que el tiempo no lograba soportar, mucho menos dos seres carentes de evolución lograrían tal hazaña.

Un nuevo día comenzaba, una creciente y anunciada oscuridad se apoderaba de los cielos y de ella caían pesados carretes de incertidumbre. A través del proceso se experimentaron múltiples conocimientos puestos a colación, todos con el único e irrevocable fin de la inocencia en la calma infernal. La destrucción anunciaba la creación de nuevos mundos, de seres imperfectos en la experiencia metafísica. Se movían los brazos de la entidad y las alas coronaban su dualidad en la duplicidad lozana, destruyendo lo efímero y anodino del tiempo. Ya casi cerraba sus puertas la vida absurda ante los desquicios de los dedos largos y punzantes que atacaban las mentes más frágiles. La divergencia lo era todo, ya nada podía atribuirse al azar ni al destino, simplemente ocurría por ser y sin explicación alguna.

–Muy buenos días. ¿Cómo amanecieron todos? ¿Sí descansaron? –preguntó el señor Franco, quien había sido el primero en despertar y organizaba todo para el desayuno.

En la mesa estaban colocados simétricamente Alister, Erendy y Mundrat, los tres formando un triángulo que se disolvió cuando Erendy se levantó y ayudó a lavar los trastes de la noche. Vivianka tardó en bajar y, cuando lo hizo, lucía desvelada sobremanera, cruda y agotada.

–Y ahora ¿qué te pasó, hija mía? ¿De dónde viene que tengas ese aspecto tan demacrado? –preguntó la señora Laura, incrédula.

Una especie de perniciosa risa mal disimulada se escuchó salir de la mujer quien usaba unos pants holgados y una sudadera descolorida. Había vuelto a su estado anterior, había vuelto a ser la mujer atareada y desmaquillada, descuidada y despistada.

–¡Ah, no me digas! Ya sé por qué estás así. No me quiero imaginar lo que pasó en esa habitación –contestó para sí misma la madre de las dos hermanas.

Alister se agachó. En él la culpa afloraba sin importar cuánto intentara reconciliarse consigo mismo. Aunque extrañamente, todo eso le ocasionaba risa, una tal que se mordía la lengua para no desternillarse. Los únicos que conocían la verdad eran esos dos amantes indeseables y tan fragmentados en sus paredes internas.

–Pues eso ni se pregunta. Ya se debería de saber que todos tenemos necesidades físicas.

–Y tú ¿no estás cansado, Mundrat? –preguntó el señor Franco, quien parecía ser el mejor observador de los ahí presentes.

–No, hasta eso no. Quizás aproveché bien mis horas de descanso –contestó Mundrat agradecido de que nadie ahí supiera de su ebriedad.

–Pero Alister también luce sumamente cansado. De hecho, tienen el mismo aspecto –colegió de nuevo el señor Franco.

–Ya dejemos ese asunto para después. Qué más da si están cansados o no, el simple hecho de existir resulta atrozmente cansado y tedioso. Lo mejor es que cada uno se sirva de lo que más le agrade –comentó la señora Laura en su defensa.

–Sí, eso mismo pienso yo –intervino Vivianka mientras lanzaba una fulminante mirada a Alister, cuyo fuego incineró cualquier respuesta.

Todos degustaban su comida con desesperación, ya había nimbado el día lo suficiente y no había tiempo que perder, no para Alister. Luego del peculiar y ahora repugnante acto que llevase a cabo en la madrugada, se sentía más inútil que nunca, pero todo daba igual.

–¿En qué tanto piensas? Come tu ración o se enfriará y te molestará terminar con ella en ese estado –exclamó la señora Laura al tiempo que acomodaba sus largos y lacios cabellos dorados.

–En nada; es decir, en todo. Últimamente me siento consumido por el simple hecho de existir. Todo es cansado aquí, estoy harto

–No seas tan exagerado, yo creo que hay cosas valiosas por experimentar, así como también personas a las cuales disfrutar –afirmó Vivianka, manteniendo la esperanza de haber cambiado algo en su amante.

–Y a final de cuentas, si uno se cuestiona, eso ¿a qué conllevaría? –interrumpió Erendy displicentemente–. El punto en cuestión es que, al fin y al cabo, todo resulta absurdo. Incluso, el cumplir nuestros posibles sueños no llenaría el vacío existencial. Me resulta sorprendente el por qué la mayoría de las personas se engañan tan fascinantemente; sus anhelos materiales y económicos son repugnantes. La gente vive con la idea de viajar, de conocer playas, de ir a fiestas y bailes, de asistir a conciertos de música y así entablar conversación con aquellas celebridades que tanto admiran. Cualquier cosa resulta provechosa para cegar sus ojos con una perfección deslumbrante. ¡Cómo me gustaría que las personas pudieran despertar y atisbar la verdad! Aunque muy probablemente así es como el mundo está diseñado, a la medida de los profanos y estúpidos seres sistematizados.

La tristeza en Alister se incrementó sobremanera, alcanzando al sinsentido que lo laceraba y tornaba su cielo grisáceo, que opacaba todos los colores en su reducida percepción, que mutilaba la esperanza de una vida eterna y la salvación de los renegados. Sin duda alguna, todo lo que imperaba en su mente era esa nauseabunda y vomitiva concepción que, paralelamente a la idea de matar, representaba el único camino para aquel ser que ha sido consciente de la verdad, para ese ente cuya alma ha sido iluminada y transfigurada en la cima de los arcontes, cuya realidad se ha desprendido de ese velo ignominioso y fútil, cuyas falacias se han consumido en el fuego que derrite el complot del mundo, pues, para ese perseguido y rebelde, el único camino, relumbrante y atractivo como una ingente concentración de geometrías inhumanas, es el del suicidio. Sí, la puerta para la liberación y el regocijo del alma.

–Y tú ¿qué piensas, Alister? ¿Cuál es tu posición respecto a estos asuntos? –inquirió la señora Laura.

Qué lástima que aquel joven tan ideal en la concepción de Erendy había ensuciado así su espíritu tras revolcarse con una mujer tan precaria e insulsa internamente. Ahora Alister tomaba plena consciencia de ello. Todo lo que aquella joven estudiante de teosofía le ofrecía, ese amor puro, ese entendimiento y esa concepción de la vida, ese nihilismo y existencialismo que ambos discutían fervientemente, esa sabiduría y curiosidad, todo ya se extinguía. Erendy representaba indudablemente el tipo de persona que jamás imaginó conocer, pero que, en sus tormentosas reflexiones y teorías sexuales, había destruido. Si tan solo pudiese el humano experimentar la locura y el placer máximo con la persona que amaba, pero no, pues ahora tan solo eran palabras vanas, pasos en falso. Y ningún lugar lo sentía como el descanso de su espíritu, el hecho de existir lo enloquecía y lo agobiaba sobremanera. Y, aún en este delirio tan pútrido, en esa mente tan compleja donde revoloteaban tantas quimeras, había lucidez para expresar lo que nunca olvidaría. Surgía, posiblemente antes de su fin, esa personalidad imperante en la sublime multiplicidad de su interior.

–Bien, pues no sé cómo decirlo. Supongo que, de cualquier modo, se trata de expresar lo que uno piensa sinceramente, aunque ese concepto sea contrario a la naturaleza humana tan ahíta de argucias. Para comenzar, comparto de forma inevitable lo expresado por Erendy. En realidad, es poco lo que he leído de existencialismo y nihilismo, conozco a los autores básicos. Lo que me agobia va más allá de una simple lectura, puedo sentir cómo desgarra mi interior. Los humanos, ¡qué seres tan curiosos resultan si aceptamos nuestra existencia!, aunque sea una tan irrelevante. Siempre estamos pensando que representamos algo más, que somos el punto de la creación divina, que alcanzaremos el máximo esplendor y que merecemos todo lo que tenemos. Ninguna criatura, seguramente, ha causado tanto mal a su propia existencia como el humano, sustrayendo de esta cualquier clase de sentido. Esto lo ha logrado de diversas formas, tan variadas y exitosas que difícilmente pensaría en que dios sigue apoyando al hombre. Las personas, la cotidianidad, la forma en que hoy en día se ha elegido vivir. Los castigos han evolucionado de forma estética, se ha conseguido que las personas vivan en una libertad imaginaria. Los barrotes de la prisión en que habitamos son infinitos en el plano terrenal.  Y, al mismo tiempo, no existen como tampoco nosotros, todo es ilusión y nada más. Dichos barrotes de la eterna prisión han sido implantados en nuestras mentes, desde el nacimiento se han fortalecido. El humano actual no cuestiona más, su único objetivo es seguir patrones y buscar la aprobación en la sociedad. Entre mejor encaje en los círculos de estulticia que se han conformado, entre más clasificado se sienta, mejor y más deseoso estará de vivir y prolongar el error que representa, contaminando todo lo que pueda y alcance. Se ha arrebatado la curiosidad, la creatividad y la imaginación de los seres. Pero no, ya nadie busca en su interior, todas las respuestas, todo lo que hay en las personas se lo ha dado el exterior. Se vive en una burbuja prácticamente irrompible, tan bien diseñada y alimentada durante tantos años por nuestros padres, que generalmente inculcan el principal y más efectivo acondicionamiento. Y luego sigue la escuela y se termina con el trabajo, de ahí hasta la muerte, la única justicia quizá. Se busca la continuidad del ciclo ominoso y execrable que tan bien visto es por los seres abundantes en la realidad pecaminosa; esto es, el hombre aprende a imitar y actuar como una máquina que no cuestiona órdenes, que jamás en toda su vida ha dudado de lo que es, de si en realidad existe. Este ser no duda de ser, su autenticidad es inmediata, se percibe como parte de un sistema en donde podrá desarrollarse entre la inmundicia, adora sentir la libertad ficticia y hará cualquier cosa por perdurar el medio en que subsiste, el absurdo en que se ahoga voluntariamente para nacer y arrojarse de nuevo al mar de la vida cotidiana. A este raro ser de baja categoría llamado humano le parece admirable obtener bienes materiales, edificar templos y lujosas mansiones, abordar suntuosos carruajes y ataviarse con ropa cara y joyas, clasificar y juzgar por la apariencia física, adorar deidades inventadas por su estupidez al intentar comprender la naturaleza, regocijarse con las migajas de aquello que, en su miseria, es todo lo que podría lograr: recibir dinero, trabajar intensamente para pagar sus vicios y satisfacerse con lo más simple que encuentre. El humano actual ya no se complica la vida, todo es sencillo y digerido, gusta alimentarse de porquería que otros han diseñado para mantenerlo en su precario estado de desarrollo. Ya no se preservan las antiguas creencias de ciertas sectas o pueblos indígenas, pues este mono parlante promueve la globalización y el exterminio de cualquier clase de corriente o percepción que destruya el sistema que lo mantiene respirando. El hecho de que hoy en día las personas nazcan, estudien si es que lo hacen o pueden hacerlo, crezcan, se emborrachen, se casen, se reproduzcan, pasen toda su vida en un trabajo, envejezcan y mueran, dice todo lo que hay que saber sobre la humanidad. Difícilmente se encuentra a un ser libre de tal ciclo maldito, pues las personas gozan en cumplirlo por encima de un progreso mucho mayor. El gusto por la soledad, la meditación y la espiritualidad ha decaído a tal grado que dichos conceptos han desaparecido casi por completo de la supuesta sociedad moderna. Por desgracia, tampoco resulta un mejor camino el abrir los ojos y atisbar la verdad, pues esto conllevará al individuo a una sucesión de crisis existenciales, a una desesperación y ansiedad mortífera, a la total decepción y desesperanza, a derroteros donde solo la tristeza y la resignación abundan como flores en la primavera de los desterrados. Cuando realmente se ha sufrido tal despertar cósmico, el humano se desprenderá de todo cuanto es, resbalarán por doquier las ideologías y el moldeamiento impuesto, entonces quedará vacío en absoluto. Este proceso generalmente toma tiempo, es paulatino y va aunado a la fragmentación de la identidad, pues, al haberse desprendido de todas las argucias, o al menos de la mayoría, el ser comenzará a interrogarse, imperará la incertidumbre, la crisis, la persecución, la rebelión, el resurgimiento. Y casi se volverá a nacer para fatídicamente morir. Cuando el hombre, en su ostracismo, percibe la existencia vacía que ha llevado y el absurdismo que reina por doquier, es natural y totalmente aceptable una sola elección: la culminación del majestuoso desapego a la fatalidad del mundo no es otra cosa sino el suicidio, tan cálido y reconfortante, tan bondadoso y afable, pues solo él traerá la libertad que nunca en la realidad se conseguirá.

El caos de la vida se presentaba en un absurdo desbordante de emociones perturbadoras en lo más intrínseco del humano. La persecución que sintiese al percatarse ínfimamente de una realidad superior y desdeñar la actual no ocasionaba sino la desesperación en un contenedor material. Sería precavido ese que no respirase el aroma de las bugambilias muertas al caminar por el tambaleante destino con el corazón congelado y las extremidades fulgurando. Cada vez que renacía, pasaba lo mismo, volver de nuevo y librar la galopante y encarnizada querella por la estancia en el traje efímero. Y, entre más creía liberarse el ser de las cadenas del libre albedrío, mejor se ajustaban estas a las ensangrentadas llagas de lo no carnal que acompañaba su deambular al descender a los planos inferiores.

Nadie, nuevamente, esperaba tan inquietante discurso por parte de Alister. Todos se miraban los unos a los otros, todos excepto Erendy, cuyos ojos fulguraban en un peculiar matiz con cada palabra exclamada. Sin embargo, cuando salió de su ensimismamiento, el responsable de tan controvertidas sentencias sintió un asco tan profundo hacia sí mismo que corrió inmediatamente al baño. Quizá tenía el vómito, uno más espiritual que físico. A final de cuentas, no pertenecía a esa clase de personas de las que hablaba, era un esclavo más que cedía ante sus impulsos sexuales, que se había follado a la hermana de su novia. ¡Qué ignominioso resultaba recordar su previo discurso, pues quería suicidarse lo antes posible! Decidió calmarse y, después de un tiempo, salió, aunque ya todos se habían dispersado para realizar sus respectivas actividades, solo Erendy esperaba por él. El resto del día transcurrió absurdamente, con Alister asqueado al rememorar cómo se tiraba a Vivianka al tiempo que ahora abrazaba a Erendy, fingiendo una inocencia tan lejana.

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Libro: Corazones Infieles y Sumisos


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