Únicamente me quedaba correr tan lejos como fuese posible con la vana esperanza de huir a la brevedad de esta existencia nefanda, pues ya no quedaban razones para seguir en ella y todo estaba demasiado roto en mi lúgubre interior. Por otro lado, en el exterior las cosas iban de mal en peor; relacionarse con los monos parlantes que infestaban este plano execrable era el sendero más seguro para la total devastación. ¡Ay, pobres de aquellos que todavía tienen esperanza alguna en lo humano! Sus espíritus quebrantados y sus almas absorbidas por la pseudorealidad me causan náusea extrema, ya que simbolizan exactamente todo lo que detesto y lo que debería jamás haber sido. ¿Por qué la humanidad tuvo que existir? Algo tan repugnante, efímero y grotescamente absurdo; una falacia cósmica con viles delirios de grandeza y que cree ser el producto de alguna enferma entidad divina. ¡Qué contradictorio suena todo eso! Tantos disparates vociferados por tontos cuyas voces esparcen más ignominia y sinsentido de los tolerables, cuyos sermones caducos no pueden sino hacerme desternillar hasta el deprimente amanecer de mi trastornada razón. Y mi corazón que no cesa de hundirse en el fango de la más infausta e infernal melancolía, que no comprende que nada resta para él en este pandemónium de aciagos espejismos. Otra vez caigo y me levanto sin saber para qué, solo acaso por un estúpido anhelo de trascender y dejar atrás mi abyecta forma humana. Espero que mi inefable ocaso acontezca más pronto de lo que inicialmente había colegido, o no sé qué haré ni a dónde huiré para enterrar en el siniestro olvido todos los recuerdos de mi terrenal y patética existencia. ¡Oh, si tan solo tú mi hermoso ángel de hermosos ojos lapislázuli y fulgurantes alas pudieras abrazarme solo una milésima del infinito! ¿No bastaría eso para que mis lágrimas dejaran de mezclarse con la misteriosa huella de eternidad que yace en los confines menos horadados de mi sufrimiento inmanente?
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El día que mi corazón se rompió fue también el día en que mi alma murió, pues desde entonces no he podido volver a enamorarme ni a disfrutar las cosas mundanas; así como tampoco he vuelto a sentirme a salvo de la horrible realidad y ni siquiera he podido volver a sentir algo que no sea la terrible desesperación de existir. He estado solo, pero sé que únicamente así se puede estar. Cualquier compañía sería irrelevante y patética, porque sería un recordatorio de cuán humano soy todavía. En la soledad es donde tengo al menos la fantástica oportunidad de conocerme a mí mismo e intentar amarme, sin que nada ni nadie vuelva a perturbarme o a interponerse. ¡Qué horrible y ruin es la humanidad! Mil veces preferiría la nada antes que la existencia de tan blasfemo y abyecto conjunto de retrasados, de monos dominados por el sinsentido y la banalidad. Lo que no puedo tolerar es que yo pertenezca a ellos, que yo sea uno más en la irrelevante y espesa capa de miseria que todo lo gobierna. El desacierto no puede ser explicado de ninguna manera, porque es demasiado enloquecedor y atroz. La distorsión de emociones y pensamientos no puede ser entendida desde ninguna óptica, pues cualquier punto de referencia resultaría poco confiable y sesgado. Ojalá pronto este mundo sea destruido por completo y todos nosotros, desde luego, también. No puedo sino pensar en la tragedia que ha sido mi existencia, en todos los momentos en los que siempre he considerado lo ideal de jamás haber nacido. Pero todo eso yace en los abismos de mi mente trastornada y mi espíritu desgarrado, en los confines de mi intolerable yo interno; ese del cual siempre he buscado escapar y que ahora, ciertamente, es lo único que me queda por abrazar y diluir.
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Sí, definitivamente resultaba muy fácil creer en unas palabras bonitas o en algún sermón dictado por un supuesto especialista que reflexionar por uno mismo. Por eso la mayoría de las personas preferían tan solo creer en algo, lo que fuera, con tal de justificar así el sinsentido de su miserable existencia. Con tal de olvidar que habían nacido siendo unos completos imbéciles y que morirían siéndolo quizás aún más… Mas nada podía hacerse, la triste humanidad se había condenado a sí misma desde el día fatal. Me causaba inaudita tristeza percibir la podredumbre en sus corazones y la extrema insustancialidad en sus putrefactas almas. En mí mismo había algo de eso también, quizá más que en el resto. Ellos eran solo espejos siniestros en los cuales podía reflejar mi agonía inmanente, pero jamás servirían para purificarme de verdad. El abismo los llamaba con avasallante nostalgia, como si jamás debieran haber emergido de las sombras más abyectas; como si todo lo que este erróneo plano simbolizase no fuera sino vacío en su forma más extravagante. Infinitas contradicciones, paradójicas ensoñaciones y lúgubre melancolía en un torbellino sin fin hacia el que nos dirigíamos todos con los ojos vendados y las manos atadas. ¿Es que éramos tan necios para no encajar la espada en la piedra y retroceder, aunque fuese un poco? El creador se ha suicidado y ha proferido un terrible suspiro previamente, que se ha filtrado por mis ojos apagados y que ha incendiado las estrellas más distantes. ¿No escuchas más aquel vehemente rugido? Percibo los colores como si la oscuridad hubiese devorado mi fuego interno y como si lo único que restase por llevar a cabo fuese dejarse arrastrar por la embriagante esencia de la nada. ¡Oh, todavía quisiera creer que no todo está perdido! No obstante, en cuanto abro mis ojos después de la tormenta ensangrentada, encuentro por doquier pruebas irrefutables y dilemas irresolubles… ¿Dónde están las respuestas a los enigmas más retorcidos del espíritu? ¿Dónde se halla el límite entre la más profunda locura y una posible verdad universal?
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Puede que inclusive sea hasta peligroso pensar tan profundamente sobre la existencia, la humanidad, el ser y la realidad, entre otras cosas; en tal estado se podría caer en la locura más sórdida y hasta se podría considerar el matarse como la única cura posible. ¿Hacia dónde van nuestras patéticas vidas? ¿Existe un solo camino o varios? ¿No llevan todos a la misma cloaca de insustancial y grotesca miseria? Es lo que he pensado últimamente: que, sin importar lo que haga o piense, terminaré hundiéndome como todos… No hay escape, mucho menos esperanza. Al menos no en vida, en la muerte puede que sea distinto. ¿Cómo es que tantos títeres sin alma proclaman poseer la verdad absoluta y universal? ¿Será que todos ellos están en lo cierto o tan solo beben de la misma porquería en diferentes bebederos? En una época como la actual, no vale la pena realmente intercambiar un par de palabras con absolutamente nadie; quizá ni siquiera con uno mismo. La ignorancia que impera en el entorno puede percibirse sin esfuerzo alguno, y creo que tal ha sido la clave del adoctrinamiento masivo. Ahora es tan sutil la enfermedad colectiva que parece aceptarse sin el más mínimo pestañeo, como si la base de la supuesta felicidad fuese volverse tan idiota como sea posible. Miles de doctrinas, teorías, religiones y organizaciones de toda índole; todas guiadas por la sed de poder y la ambición al dinero… Todas tan impregnadas del ego humano y su adicción al sexo, además de su increíble obsesión por la mentira. Fácilmente, se derrumban los pilares sobre los que se cree constituida la sociedad moderna. Las legiones del más allá preparan sus arcos, se chupan los huesos secos y prefieren esperar un poco más… ¿Hasta cuándo, hijos míos? El sufrimiento es la única constante, el eterno acompañante de todo espíritu lo suficientemente sensato como para no huir aterrado a la colina inmunda donde los cerdos se alebrestan con cada nuevo acto en este magnífico teatro de lo absurdo y lo demoniaco. Supongo que él o ellos saben que este mundo está acabado, pero quizás hasta se les ha olvidado que existe o que aún prosigue su anómalo flujo. A veces, en mis más lúgubres delirios, creo entender por qué Dios abandonó este mundo y a esta raza; no podría culparlo por algo así. El suicidio parece ser la única perspectiva ligeramente razonable y asequible; el trono del rey que ha dejado de soñar para comenzar a aniquilar las blasfemas alimañas que durante tantos eones se han amontonado a sus espaldas. ¿Nos elevaremos hacia lo divino usando las refulgentes alas de nuestro espíritu multicolor? Creo que no, ya hemos elegido continuar pudriéndonos en nuestro pintoresco y lamentable averno propio. Todo murmullo está de más, al igual que todo resplandor espiritual termina, tarde o temprano, por ser engullido en la oscuridad del silencio eviterno. Tomemos nuestros símbolos, así pues, y finjamos que no moriremos nunca; que lo único permanente en este cósmico infierno es todo aquello que hemos orlado con los cuernos del falso ídolo y las siluetas carcomidas de nuestra última sinfonía.
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La verdad, de existir, es algo que jamás podrá ser comprendido por nosotros; los patéticos seres de este mundo irrelevante. Ya sea porque no se puede o porque, más atinadamente, no se quiere. Y tal vez así sea mejor, pues el hecho de descubrir un ápice de esa supuesta verdad podría sumirnos en un estado de absoluta demencia que ya solo podría ser calmado con el suicidio. No sé si estamos preparados para ello, si nuestros espíritus atormentados podrían tolerar la gran catarsis que implicaría rozar tan bestial confrontación interna. Aunque quizás eso sea metafórico y siempre subjetivo, algo que como colectividad no puede ser sino una quimera más. ¿Sería concebible que existieran tantas verdades como personas o estrellas? Si contemplásemos por solo una milésima de segundo las infinitas perspectivas y posibilidades, ¿no sucumbiríamos de inmediato y buscaríamos auxilio en la simplicidad? Y tampoco es que eso sea del todo incorrecto, tampoco es que nuestros ojos no pueden cerrarse eternamente sin que nuestros corazones supliquen por auténtica libertad. ¿Qué es esta experiencia carnal y contradictoria? ¿Estamos soñando o ya hemos muerto? ¡Cuántas veces hemos vuelto a alucinar con un mañana donde la desesperanza no sea la única constante! Y siempre volvemos a nuestra triste y horrible realidad con una mueca de incertidumbre coronando nuestra incipiente miseria, nuestro sufrimiento existencial; aunque por la ventana un resplandor sonriente nos visite y nos recuerde que aún no es tiempo, quizá, de colgarnos. ¿Cómo saber cuándo es el momento oportuno para desaparecer por completo, para desvanecerse en un fulgurante arrebol de trágica melancolía?
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Solemos ver a la muerte como algo lejano, falso y hasta inhumano; pero quizás es más común y humana de lo que se piensa, pues ocurre diariamente y en proporciones significativas. Incluso, ahora mismo podríamos ser nosotros los afortunados de cruzar tal umbral y abandonar esta asquerosa realidad para siempre. No creo, sin embargo, que tengamos tanta suerte; todavía debemos sufrir un poco más y experimentar más profundamente el hartazgo existencial extremo en su forma más carnal. ¿Quiénes somos nosotros? ¿Por qué estamos aquí? ¿Hacia dónde vamos? Tal vez nunca encontraremos respuestas para este tremebundo galimatías, para todos los acertijos que destrozan nuestro corazón cuando el anochecer nos recuerda cuán solos y rotos en verdad estamos. Pero puede que tal estado sea lo más próximo a una posible verdad, pues es el que más nos acerca a la muerte y a esa demoniaca confrontación interna que siempre evitamos mediante cualquier ominoso mecanismo de la pseudorealidad. ¡Ay, somos sus prisioneros funestos! Somos víctimas y victimarios de una lóbrega pesadilla de la cual no queremos tampoco despertar. ¿Para qué hacerlo? El temor a lo desconocido es demasiado inmenso, nos vuelve diminutos y nos deja indefensos ante el abrumador rugido del vacío. No podemos soportar más incertidumbre y dolor, ya que estamos al borde de nuestras fuerzas. Todo se derrumba a nuestro alrededor y nuestras oscuras percepciones son devoradas una a una por el color de la nada; se desvanecen nuestros anhelos más profundos y quedamos en un estado de letargo emocional del cual ya nada puede sacarnos. Al menos en mi caso, no he encontrado escapatoria alguna en ningún delirio o entelequia de este erróneo sistema. Cualquier placer se ha tornado insulso demasiado pronto y cualquier objetivo ha sido absorbido raudamente por el más brutal sinsentido. ¿Qué queda entonces? ¿Para qué permanecer cuando lo que se piensa todos los días es jamás haber nacido? Y, pese a todo, puede que todavía no hayan sido enterradas todas mis esperanzas en el cementerio donde por última vez contemplé tus centelleantes e inefables alas. Desde entonces, mi alma no ha dejado de sangrar; y mis ojos no quieren ver otra cosa que no sea tu inmaculada y divina sonrisa.
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Desasosiego Existencial