Disociación de la realidad como mecanismo de defensa ante la imperante y aborrecible humanidad, ante al malgastado y fútil discurso de una vida que se supone deberíamos amar y preservar. Disociación de mí para poder protegerme de un ser que ya he dejado de reconocer como yo mismo. Y, finalmente, disociación del todo para poder enfocar mi odio y repugnancia en un único y último momento de iluminación suicida.
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Cada nota de este piano ha perdido el ritmo, cada verso de este poema ha dejado de ser poético, cada pintura de esta galería ha dejado de ser artística, cada idea de este escrito ha dejado de tener sentido… Cada parte de mí ha dejado de sentirse viva y suplica solamente por la desaparición absoluta.
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Realmente no entiendo nada, tan solo miro a todos lados y pienso que yo jamás debí haber existido. Es más, nada ni nadie debió haberlo hecho. ¿Qué maldita razón tiene esta existencia inmunda y vil? Y, si no la tiene, ¿para qué existe? Es decir, ¿qué sentido tiene que exista algo que no tiene razón de existir? Pero justo tal es el caso de este abyecto mundo humano.
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La cantidad de tiempo que vivimos es ridículamente efímera, lo cual también es otra manera en la que el tiempo nos recuerda lo jodidamente absurda que es nuestra existencia.
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Y, cuando finalmente comenzamos a creer que vale la pena vivir por algo o por alguien, ocurre un suceso lamentable que nos sumerge en el estado más abismal (y natural) de la existencia: el caos de lo absurdo.
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Lástima que cuando queremos vivir ya es demasiado tarde, pues ya hemos desperdiciado todo nuestro tiempo y ahora tan solo resta la muerte.
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Desasosiego Existencial