Y, si pudiera elegir solo una cosa antes de morir, sería volver a amarte otra vez en cualquier otro mundo, universo o realidad. Sí, te amaría sin importar toda la agonía que eso podría representar… Te amaría una y mil veces más sin importar tu cuerpo, mente o alma. Te amaría por encima de cualquier goce o desgracia, de cualquier felicidad o miseria. Y te amaría incluso si supiera que eso terminaría por arruinar nuevamente mi vida.
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“¿Quién demonios eres tú?”, me preguntó completamente desconcertada, mirándome fijamente y esperando una respuesta rápida, como si precisamente yo pudiera responder a tan caótica cuestión ahora, siendo que en toda mi vida jamás había podido hacerlo y, para colmo, no estaba seguro de algún día conseguirlo.
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Lo que sea que el término libertad signifique, es algo que jamás obtendremos mientras estemos vivos y tengamos un cuerpo. Y será así porque todo en este mundo siempre tiende, de una u otra forma, a la esclavitud; sea física, mental o emocional. Y ya ni siquiera es un tema económico, sino uno existencial. Estamos presos en una cárcel de barrotes invisibles, pero de tal opresión que quizá ni siquiera la muerte pueda librarnos de su sacrílego poder.
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Me fascina verte porque, cuando estoy contigo, puedo olvidarme por unos momentos de cómo es estar conmigo, y eso, ciertamente, me proporciona un alivio indescriptible.
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Quisiera amarte más de lo que te necesito, porque así podría estar seguro de que, si algún día te vas, no me iré yo de este mundo.
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De hecho, es muy notable cómo las personas a nuestro alrededor frecuentemente son más un estorbo y una molestia que algo útil, pues, con su execrable verborrea y su imperante estupidez, no solo buscarán programarnos (todavía más) con falsas creencias y absurdas doctrinas, sino que también nos impedirán acercarnos a nuestro verdadero yo. De ahí que, si queremos en verdad conocernos a nosotros mismos, debemos procurar la soledad, el aislamiento y reducir la interacción social al máximo hasta el punto de no volver a entablar ningún coloquio con nadie.
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El Color de la Nada