Una procesión fúnebre cargando tu cuerpo empalado y todavía retorciéndose de manera imposible es lo que visualicé tras el disparo en mi cien. Espero, sin embargo, que todo sea solo un mal sueño, una vil pesadilla de la que pueda escapar tan pronto abra los ojos. El problema, de hecho, es que ya los he abierto muchas veces y cada vez la situación se pone peor… Creo que es este el resultado de haber experimentado con aquella oscuridad procedente del tablero mágico, pero no teníamos opción. ¡No podíamos seguir así, claro que no! Y, pase lo que pase, sé que habernos matado tras haber asesinado a nuestros hijos fue lo mejor…
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¡Qué horrible era salir a las calles, al parque o simplemente a cualquier lado, pues todos los lugares estaban plagados de gente estúpida y absurda que no sabía hacer otra cosa sino existir miserablemente! Lo peor, no obstante, era contemplar a las familias con las repugnantes criaturas que habían osado engendrar. ¡Qué horripilante y nauseabundo era aquel aquelarre de podredumbre humana! Y la desesperación, la agonía y el hartazgo que esto me ocasionaba eran tan brutales que lo único que podía hacer era encerrarme en mi habitación y romper en llanto con un único anhelo en mi mente: la muerte.
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La idea del suicidio es como haber visto a tus padres fornicando, aunque sea una sola vez: no importa qué método utilices para olvidarlo, siempre estará presente en tu cabeza hasta el último de tus días.
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El principio universal de la existencia es, de hecho, la incertidumbre. A partir de ella se origina y termina todo; cada momento, historia, persona o lugar están siempre plagados de ella. Cada nacimiento y muerte rinden culto a ella sin importan la circunstancia o la situación. Y el ser humano, ¡ay, pobre!, es su más patético y vil esclavo.
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No sabía lo bien que podía llegar a estar sin ti ni lo mucho que te interponías en mi camino con la falsa idea de un amor que, hoy sé bien, no fue sino chantaje, manipulación y oscuridad. No sé qué extraña casualidad hizo que estuviéramos juntos, pero ahora la repudio. Por otro lado, no sé qué fue lo que en realidad nos separó, pero estoy infinitamente agradecido por ello.
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Dejar de creer en tantas tonterías que cada vez con más imperantes, tales como el amor o la felicidad, es tan solo el primer paso en el largo y sinuoso camino en el posible autoconocimiento del ser; mismo que, inexpugnablemente, deberá culminar con el suicidio.
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El Color de la Nada