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Desasosiego Existencial 38

El día que te marchaste de esta vida, no solo moriste tú, sino que contigo murieron también mis nulas ganas de vivir. Murió contigo gran parte de mí, sino es que todo lo que yo quería en el mundo. Murió mi alma, mi ser interno, mi halo. Y ahora, con este nudo atado a mi garganta, me dispongo a poner fin a lo único que aún me ata a esta existencia mundana: mi asqueroso cuerpo funcionando solo por inercia, sin espíritu desde hace ya tanto; sin alma y condenado a la oscuridad desde que tú moriste.

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La vida es como un juego, sí… Pero uno que, sin importar lo que hagamos ni cuánto nos esforcemos en ganar, estamos irremediablemente destinados a perder. Quizás entonces lo mejor sería nunca haberlo jugado o renunciar a él tan pronto como nos sea posible.

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De hecho, desde el instante en que comenzamos a existir desaparece nuestro libre albedrío; de lo cual podemos deducir que nunca lo tuvimos, ya que ¿no es acaso el mero hecho de existir ya prueba de ello? Es decir, no se nos cuestiona, hasta donde rememoramos, si queríamos existir o no; simplemente aparecemos aquí y, lo peor de todo, con condiciones ya definidas. ¿Qué otra prueba se quiere de que somos simplemente prisioneros existenciales y de que la única posible libertad se halla únicamente en la muerte?

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En realidad, lo que la gran mayoría de personas no quieren ver es que la existencia es absolutamente indiferente a nosotros. Es más, si observamos el mundo actual y lo que en él acontece, hasta podríamos inferir que, de tener cierta inclinación, la vida es hostil a nosotros y nos odia.

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Entonces, ¿por qué debería de gustarme existir? ¿Por qué debería apreciar una vida que no recuerdo haber solicitado? ¿Por qué debería de importar una existencia a la cual no le veo ningún sentido? Y, sobre todo, ¿por qué debería amarme y amar a otros cuando tan solo siento odio y repugnancia hacia todo lo que soy y lo que es el mundo en su más pura esencia?

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El odio es tan solo el resultado natural de percibir la vida en su crudeza absoluta, sin adornos ni velos como los que la pseudorealidad nos colocan desde que nacemos. Así pues, odiarse a uno mismo, odiar a otros y odiar todo lo que existe me parece un despertar más auténtico y sincero que el que tantas estúpidas doctrinas del amor predican repugnantemente. Y es que ¿quién en su sano juicio no odiaría esta infame existencia y a todos los que en ella subsisten?

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Desasosiego Existencial


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