¿Por qué se tiene que existir? ¿Con qué fin? ¿Con qué objeto? ¿Cuál es el propósito de cada nuevo día más allá de una desesperación incuantificable y una agonía extrema? Es tan abrumador aceptar que nada importa ni lo hará, mucho menos algo tan inferior como nuestra execrable esencia humana.
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Espero que en verdad la muerte sea el despertar de esta sórdida pesadilla llamada vida, ya que, si no es así, entonces no sé qué podría serlo.
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Ciertamente, el estado que más nos acerca a la locura es la incertidumbre; sobre todo, la incertidumbre existencial, esa que nos dice que no sabemos nuestro origen ni nuestro destino, sino que tan solo somos náufragos a la deriva de una existencia plagada de caos, azar y sufrimiento que debemos experimentar por alguna razón desconocida y cuyas garras incluso pueden ser más mortales que las de la muerte misma.
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La filosofía no ha servido de nada, la ciencia tampoco y la poesía no es sino un fútil consuelo. El único aliado verdadero que puede curar definitivamente nuestros males es el suicidio, pero parece que nos fascina sufrir, pues permanecemos vivos en contra de toda lógica y nos autoengañamos de maneras cada vez menos sensatas con tal de evadir lo obvio: el imperante sinsentido de nuestra miserable y patética existencia.
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Entre más tiempo pasaba con las personas, más deseos sentía de estar solo. Y entre más tiempo pasaba vivo, más inmensos eran mis deseos de estar muerto.
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El Color de la Nada