Nacer, crecer, reproducirse y morir. ¿No es así como se resume la miserable, patética, vil, repugnante, estúpida y absurda existencia del ser? ¡Ah! Lo olvidaba… ¡Creer en tonterías de índole mística, en eso también es muy versado el mono parlante! Todos somos hijos de la matrix, marionetas de la pseudorealidad y peregrinos de lo irreal. Nos fascinan los cuentos de hadas porque nos permiten soñar con lo que nunca podremos ser ni tener. En verdad, considero que el simple hecho de existir en esta dimensión es algo sumamente horrible y contradictorio; ¿por qué nos vemos forzados a hacerlo? Quizá se trata de una oportunidad para purificarnos y encontrar un renacimiento sincero, más allá de todas las sombras hambrientas de sufrimiento y sangre… ¿Cómo serán los ojos de aquella entidad suprema para la cual el bien y el mal no pueden ser ni siquiera una efímera posibilidad? Cuando imagino que alguna vez podría perderme en ellos, siento que mi corazón va a explotar y que la vida no es sino una broma siniestra de la cual habría que reírnos hasta ahogarnos con nuestras carcajadas. ¿Qué ha hecho la raza humana hasta ahora? Construir fronteras, idear religiones, ensalzar aún más la miseria cotidiana… Todo para mantenerse entretenida y ofrecer la energía a intereses oscuros, para sentirse infantilmente poderosa ante lo que no puede comprender: la muerte. Pero una voz en mi interior me susurra algo, algo que suena así… «El universo no entiende de formas o números, solo puede ver amor incondicional».
*
Nuestra infame existencia es una tragedia en la que el único objetivo será reproducirse y hacer con los hijos lo mismo que nuestros padres hicieron con nosotros: adoctrinarnos, para que podamos alimentar la pseudorealidad. Luego envejeceremos y, por suerte, moriremos, aunque en el más nauseabundo sinsentido.
*
Hay que tener en cuenta que es cierto: cada vez el nivel de imbecilidad aumenta de modo casi exponencial. Pero ¿qué se puede esperar de unos seres que no han hecho otra cosa que trabajar para mantenernos, mirar televisión y llevar una absurda vida familiar? Lo más vomitivo es saber que, pese a nuestros tristes esfuerzos, terminaremos, de una u otra manera, hundiéndonos en la misma cloaca de pestilencia existencial que todo el resto del abyecto mundo humano. No hay escapatoria y, aunque la hubiera, apuesto a que no querríamos tomarla. Nos sentimos más que complacidos en nuestra mística irrelevancia, siendo prisioneros de todo aquello que en el exterior decimos detestar. Añoramos, sin embargo, hundirnos en las sombras y los vicios más abyectos; con ello, podemos equilibrar nuestro interior hambriento de muerte y hastiado de aburrimiento sin parangón. ¿Por qué estamos aquí? ¿Con qué fin ese supuesto creador nos ha depositado en este plano execrable? Y, pese a todo, no podemos tampoco afirmar que las cosas estén completamente «mal». Sería una tontería hacerlo así, aunque yo lo haya planteado así miles de veces antes… Yo también soy un imbécil, un esclavo de sangrientas contradicciones y paradojas sempiternas; un soñador destinado a la perdición de su esencia más profunda. Pero ¡basta ya! ¿A qué viene todo esto? Estos sermones caducos, esta ironía perfumada con rosas negras y secas. ¡Qué nauseabundo es el entorno cuando uno ha decidido amarse a sí mismo por encima de cualquier cosa! Indudablemente, hacer esto tiene un precio demasiado caro a pagar: la locura o el suicidio. ¿Qué más, pues? ¿A qué más podemos aspirar nosotros, los poetas-filósofos del caos que no sea desaparecer por completo y disolvernos en el exquisito ocaso del cerúleo más allá? Ya no me escondo, ya no aparento traer la máscara puesta; ya solo me entretengo con las banalidades que ocasionalmente me recuerdan algo que hace tanto creo haber olvidado: aún estoy vivo.
*
Todo tenderá siempre al mismo nefando fin: a la esclavitud física, mental o espiritual; porque así está configurada la terrible pseudorealidad. Todo está pensado de modo que sus funestos engranajes (nosotros) continuemos siendo “productivos” dentro de este sistema absurdo y ruin. Es como un triste trabajador que cumple sus funciones cotidianas ciegamente sin cuestionar jamás por qué diablos lo hace; solo lo hace y ya. Así somos los seres humanos: solo existimos y ya, sin sentido ni razón. ¡Qué lamentable es saber todo esto! Especialmente cuando uno jamás se ha cuestionado nada al respecto ni se ha planteado seriamente la hermosa posibilidad de suicidarse muy pronto. Quizás inclusive todos estemos ya muertos, pero el tiempo y sus grotescas ilusiones se encargan siempre de hacernos creer lo contrario. No vamos a ninguna parte, simplemente nos hallamos a la deriva… Como náufragos enloquecidos por la soledad, como extranjeros deprimidos por la lejanía. La tragedia verdadera, empero, es que aún estemos aquí: imbuidos en un ciclo infernal e infinito de desolación y angustia abyecta. Somos demasiado cobardes para intentar escapar, porque estamos ya «acostumbrados» a nuestra miseria y a la del mundo entero. El sistema nos ha desfragmentado y desconfigurado de maneras gloriosas, tan espectaculares que nuestras neuronas explotarían de inmediato si mirásemos de frente lo que simboliza la existencia en este plano repugnante. Creo que solo hay un elemento que podría salvarnos, pero nos hemos encargado de hundirlo en el más recalcitrante olvido: el amor. Nos hemos encargado de condicionarlo todo, de poner siempre obstáculos para amar. No podemos aceptar que otros piensen, sientas o vivan de un modo en el que nosotros no lo haríamos jamás. El mensaje se ha difundido inútilmente, porque ya nadie tiene oídos adecuados para escucharlo; ya a nadie le importa lo que va más allá de la mera apariencia y el acto carnal. Quizás entonces lo mejor que podemos hacer nosotros, todos aquellos que no rechazamos nuestro bello ocaso y que más bien lo añoramos con incuantificable voluntad, es permitir que la muerte nos encuentre con una sonrisa resplandeciente impresa en el rostro y con el alma tatuada de felicidad al sabernos ya escindidos de esta grotesca pesadilla que es la vida actual. ¡Que me crucifiquen a mí también, como a él! Quiero ser un mártir más cuyo sufrimiento sublime no sirva para alimentar a los arcontes, pues habré derramado voluntariamente mi sangre en la cúspide de mi sempiterna melancolía.
*
La estupidez y la felicidad producto de la ignorancia y el engaño; esos han sido los móviles mediante los cuales la humanidad ha seguido su repugnante ciclo de reproducción y adoctrinamiento continuo. Mismo que ahora pareciera eviterno, a menos que un milagro nos salve. Un suicidio masivo, por ejemplo, sería algo más que idílico… Y, pese a todo, aún creo que, muy en el fondo, todavía queda una efímera luz de esperanza: amar. Podemos, pero no queremos; esa es la triste verdad. Si en algo ha sido majestuosa la terrible pseudorealidad es en confrontarnos contra nuestros semejantes. Al fin y al cabo, todos somos uno y nos dirigimos hacia el mismo fin… Como gotas de agua en un océano casi infinito y cuya vastedad solo podemos sentir con el corazón. La melancolía me ha invadido por mucho tiempo, me ha arrancado cada pieza cuya sonrisa podría animarme un poco; ¡qué trágico suena escupir el sufrimiento interno en un verso condenado al olvido! Y ¿qué no? ¿Existe acaso algo que pueda hacernos sentir especiales? ¿Algo que nos haga soñar con permanecer en un mundo al cual no pertenecemos? Brevemente divagamos aquí, tal vez para equivocarnos y aprender a amarnos. O tal vez nada de esto sea sino un sueño demente en la consciencia universal de alguna entidad demasiado aburrida de su divinidad como para crear seres tan irrelevantes e imperfectos como nosotros. ¿Quiénes somos en realidad? ¿Hacia dónde vamos? Si es que vamos hacia algún lugar o si tan solo estamos tan solos y perdidos en medio de la más desoladora nada. El silencio es lo único que impera, la única sentencia en el caos supremo que infesta el orden batido de luz y oscuridad, aquello para lo que el lenguaje resulta inadecuado sobremanera. ¿Cómo explicar lo inexplicable? ¡Ay! No recordamos nada, no sabemos nada de nosotros mismos ni de nuestras tragedias sombrías. Aun así, parece que nuestro aciago sufrimiento recién comienza y que no habrá tregua alguna en esta deplorable ocasión. Un iluso coqueteo con la muerte es lo único a lo que puedo aspirar en mi tormento inmanente, mientras me desfragmento internamente y la agonía de ser carcome mis últimas esperanzas de volver a sonreír. ¡Ya no debo seguir! ¡Dios mío! ¿Qué será de mí a partir de ahora si no puedo volver a amar como un ángel?
***
El Halo de la Desesperación